Anne Dudley (Inglaterra, 1956) no le hace ascos los retos. Le gusta trabajar con directores exigentes que le obliguen a dar lo mejor de sí misma; prefiere tener una fecha límite para acabar sus partituras y no darle una oportunidad a la pereza. Y, sobre todo, le encanta descolocar a la gente haciendo cosas completamente diferentes, evitando así que nadie la pueda encasillar fácilmente. Por esta razón acepta con gusto todo tipo de películas, sea cual sea su género. Si el guion es sublime tengan por seguro que tratará de estar a la altura y si, por el contrario, la película es floja, la voluntariosa compositora británica intentará que nadie piense que es por culpa de la banda sonora.
En las entrevistas deja bien claro que nunca pensó ganarse la vida de otra forma que no fuera con la música y reconoce no haber pensado en un plan B, pues siempre estuvo segura de que la música era su única opción:
Siempre supe que tenía que me dedicaría a la música. Realmente no tenía elección, así que nunca tuve un Plan B. Pero no sabía muy bien qué tipo de música haría o qué tipo de músico sería porque no soy una pianista virtuosa de ninguna manera. De hecho, solía tocar el clarinete. Ese fue realmente mi primer instrumento. Y no estudié composición en la universidad. En realidad, me dediqué a hacer arreglos y orquestaciones para la gente. Pero la música siempre iba a ser mi carrera. No había ninguna duda al respecto.
Cuando, en una entrevista concedida a la revista digital Artsmania en diciembre de 2017, le preguntaron cuál era el primer recuerdo musical del que era consciente, ella no tuvo dudas al respecto:
En mi familia no hay músicos, pero siempre tuvimos muchos discos. Uno de mis primeros recuerdos musicales fue el de escuchar a Danny Kaye cantando Ugly Duckling. Un clásico, de verdad que describe el momento, absolutamente hermoso, en el que el patito feo se convierte en cisne.
Curiosamente esta canción es un número musical incluido en la película Hans Christian Andersen (Charles Vidor, 1952), así que el primer recuerdo musical de Anne Dudley tiene una innegable relación con el cine.
Según Dudley, el impulso para escribir música cinematográfica le surgió después de ver Las brujas de Eastwick (George Miller, 1987). La partitura de John Williams le pareció fantástica y tuvo la virtud de hacerle ver con claridad la forma en que la música influye en una película: “Pensé: ¡Dios, ojalá pudiera escribir algo que fuera la mitad de genial que eso!”.
La influencia del maestro norteamericano debió de ser casi instantánea, pues ese mismo año Dudley hizo su debut en el largometraje de ficción con Tres gordos y un millonario (Michael Schultz) una comedia al gusto del gran público. Enseguida, y también en 1987, vinieron otras dos películas: Descubierto y Buster y el robo del siglo. En las tres, bastante flojas por cierto, la compositora cumplió dignamente. Dudley, por entonces, tenía treinta y un años y era bastante conocida por su pertenencia al grupo de pop experimental Art of Noise, un trío obsesionado con la tecnología:
Teníamos uno de los primeros sintetizadores, un Fairlight CMI (Computer Musical Instrument) y probamos cosas como gente hablando, portazos, politonalidad, etc… Éramos bastante experimentales y fue una gran sorpresa que tuviéramos cierto éxito, porque nunca quisimos ser comerciales.
Como reconoce ella misma, esta etapa fue muy importante en su oficio de compositora para la imagen. Su interés por la indagación sonora hizo que tomara conciencia de que el sonido (y no solo la música) era la materia prima con la que debía trabajar. Su experiencia con la música electrónica también le aportó un interesante bagaje para sus partituras cinematográficas.
Anne Dudley es una artista muy creativa que, curiosamente, prefiere trabajar de manera rutinaria. Normalmente dedica las mañanas a escribir, orquestar (tarea que requiere mucho tiempo) o intercambiar opiniones sobre lo que está haciendo. A veces se pasa jornadas enteras en el estudio de grabación, pero por lo común es partidaria de tener un patrón fijo al que atenerse en el día a día.
En lo que respecta a su forma de enfocar una partitura para cine o televisión, le gusta partir de la imagen y componer sentada al piano, improvisando sobre las diferentes escenas. Esa es la manera en la que encuentra inspiración. Primero surge una secuencia de acordes y, poco a poco, encuentra las melodías que encajan de forma agradable. Además, mientras teclea, imagina cómo será la orquestación, algo para lo que siempre ha tenido una especial facilidad:
Siempre me ha fascinado la orquesta. Cuando estaba aprendiendo a tocar el piano y tocaba una sonata de Mozart, pensaba cómo la arreglaría para una orquesta: ¿quién tocará esta línea? ¿el viento-madera, las cuerdas…? Y todavía hoy, cuando escucho algo que me gusta, intento encontrar la partitura para ver exactamente cómo se hace.
Las partituras del Hollywood de la época dorada solían caracterizar a los personajes musicalmente, algo que a Anne Dudley no le interesa demasiado. No es partidaria de asignarles un motivo que los identifique y, sin embargo, le gustan los motivos que representan cosas abstractas, como la lealtad, el amor o la resiliencia. Especialmente en las series de televisión de larga duración, piensa que este recurso contribuye a darle unidad al drama.
De todas las series de televisión en las que ha participado, Poldark es sin duda la que mayor reconocimiento ha reportado a Anne Dudley, que le ha puesto música a más de cuarenta capítulos durante cinco temporadas. En 2016 la compositora fue nominada al Premio Bafta en la categoría de mejor música original para TV.
Pero el reconocimiento internacional más sobresaliente recibido por la compositora británica fue el Óscar obtenido en 1997 por The Full Monty, el segundo conseguido por una mujer, un año después de que lo ganara su compatriota Rachel Portman.
En 2021, treinta y cuatro años después de su primer largometraje de ficción, Anne Dudley sigue colaborando exitosamente con grandes directores y no le importa lo duros que éstos sean, pues piensa que cuanto mayor sea la exigencia, más estimulará su inspiración. Tampoco le asustan los genios pues está firmemente convencida de que contribuyen a elevar el nivel de su propio trabajo: “Siempre estoy buscando gente genial”, afirma.
Uno de estos genios con los que Anne Dudley le gusta colaborar, al margen de su trabajo para el cine, es el multifacético artista inglés Jaz Coleman:
Misión imposible, Miss Dudley
Nick Falzone es un engreído controlador aéreo del aeropuerto de Nueva York. Cuando se incorpora a la sala un misterioso compañero, entra en una peligrosa competencia contra él. El hecho de que el nuevo colega esté casado con una bella mujer (Angelina Jolie) complicará aún más las cosas. Este es, grosso modo, el fútil argumento de Fuera de control (1999, Mike Newell) una película con estrés, testosterona y un buen elenco de actores: John Cusack (Falzone), Cate Blanchett (su esposa), Billy Bob Thornton (el rival) y la propia Jolie.
Anne Dudley firma una banda sonora tan solvente que, por momentos, da un poco de lustre a este truño de machos alfa. La británica hace todo lo que tiene que hacer y lo hace bien: para reflejar el ambiente de la sala de control del tráfico aéreo recurre a los frenéticos ritmos sintetizados que maneja con maestría desde su etapa en Art of Noise; para los momentos románticos echa mano de su cálido piano y de una orquesta de cuerdas; para presentar al misterioso antagonista (que aparece con una pluma para subrayar sus orígenes indios) recurre a un didjeridú sintetizado. La compositora intenta también apuntalar los discutibles momentos humorísticos con oficio y sin acudir a los tópicos. A pesar de todo esto no puede evitar que el resultado final sea un esperpento poblado de machotes cargantes y amas de casa hastiadas, todos los cuales recitan unos improbables diálogos que desembocan en un final (no hay ni que decirlo) bastante previsible.
De lo dicho anteriormente se deduce fácilmente que, cuando el guion es malo, no hay música ni actores (por buenos que éstos sean) que mejoren el producto. Estoy seguro de que Anne Dudley lo supo desde que leyó este guion, lo que no le impidió llevar a cabo su trabajo con honestidad y profesionalidad. Algo que, por otra parte, es lo que suele hacer siempre esta gran dama de la composición cinematográfica desde hace ya más de tres décadas.
Remando a contracorriente
Un año después de recibir el Óscar por The Full Monty, Anne Dudley recibió un encargo bien distinto; un estupendo guion que pondría a prueba su versatilidad y profesionalidad: American History X (Tony Kaye, 1998), un drama sobre la violencia neonazi en EE.UU. que pone de manifiesto el lado más oscuro del ser humano; un crudo relato centrado en el joven Derek Vinyard (Edward Norton), quien se radicaliza a raíz del asesinato de su padre y termina arrastrando a su hermano pequeño hacia el submundo del racismo más extremo.
La película contiene escenas de una brutalidad impactante pero también transmite mensajes esperanzadores como son el poder de la educación frente al fanatismo, la posibilidad de arrepentimiento y el absurdo de vivir para odiar.
Son 115 minutos tan intensos que no es fácil reparar en la música que hay detrás. Cuando lo haces, normalmente la segunda o tercera vez que ves la película, empiezas a darte cuenta de que Anne Dudley, responsable de la partitura, rema a contracorriente y, lejos de enfatizar las desagradables escenas de violencia, trata de resaltar la parte más luminosa del guion, haciendo valer el valor simbólico de la música:
La facción neonazi está personificada en la música por un coro de niños, ¿qué otra música podría parecer más aria?… Lo natural en esta historia de racismo y violencia serían los ritmos de hip-hop enérgicos. Y fue precisamente esta la razón de que los evitáramos.
El coro de voces blancas se insinúa ya en los títulos iniciales, pero es en la escena en que Derek es detenido tras matar a dos jóvenes negros, cuando aparece con todo su significado. Justo cuando va a ser esposado, y con los brazos en cruz, el protagonista se siente imbuido de un espíritu mesiánico.
La compositora inglesa firma una banda sonora dominada por la fatalidad y el lirismo, en la que también incluye una expresiva orquesta de cuerdas, como queriendo reforzar la sensación de paz en medio de tanto odio y violencia. La música de Dudley no solo suaviza el drama. Además es coherente desde el punto de vista musical y narrativo y transmite una sensación de unidad, dentro de la diversidad de recursos empleados.
A lo largo de la película Dudley despliega toda una colección de sutilezas. A modo de ejemplo, en los créditos iniciales y finales el peso temático lo lleva la trompa, cuyo timbre (dramático, trágico y también compasivo) parece darnos a entender que, pese a todo, se abrirá paso ese “ángel bueno que todos llevamos dentro” al que se refiere la voz en off que se oye al final de la película.
Puedes leer los anteriores capítulos de la serie COMPOSITORAS DE CINE:
- I – ‘Mica Levi: genes, genio y buen caldo de cultivo’
- II – ‘Hildur Gudnadóttir: un fascinante cóctel de intensidad, honestidad y audacia’
- III – ‘Annette Focks: el discreto encanto de la sencillez’
- IV – ‘Jocelyn Pook: más allá de las etiquetas’
- V – ‘Béatrice Thiriet: la ligereza como opción estética’
- VI –‘Vivian Kubrick: una extraña en el paraíso’
- VII –‘Rachel Portman: la reina amable’
- VIII – ‘Eva Gancedo: sentido y sensibilidad’
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