El 23 de octubre de 2021, cuando apenas le faltaba un mes para cumplir 80 años, Eleni Karaindrou acudió al Film Fest Gent, un prestigioso festival que se celebra cada año en Gante (Bélgica) y tiene un apartado dedicado a la música cinematográfica: los World Soundtrack Awards. La compositora griega subió al escenario e interpretó composiciones suyas acompañada por la Filarmónica de Bruselas. Después de recibir un premio a su trayectoria profesional, dirigió unas palabras de agradecimiento al auditorio. En su intervención no se olvidó de su querido Theo Angelopoulos:
Una izquierdista desconcertada
Eleni Karaindrou, posiblemente la compositora más importante de Grecia, nació el 25 de noviembre de 1941 en una aldea montañosa situada en el centro del país y llamada Teichio. Su padre, según ella “un hombre de espíritu noble”, emigró a la capital para estudiar. Convertido en profesor, ejerció en una escuela del céntrico barrio de Ambelokipoi, en cuyo sótano vivió con su familia. En esta escuela fue donde Eleni vio un piano por primera vez y donde manifestó su deseo de aprender a tocarlo.
Cuando la niña tenía siete años, su madre falleció. Tres años después, su padre volvió a casarse. Según cuenta la compositora, se sintió tan deslumbrada por el piano que había en la casa de la que se convertiría en su madrastra, que no dudó en aconsejarle: “Papá, cásate con ella”. Muchos años después, cuando él murió, tomó a esta mujer bajo su protección.
De manera instintiva la joven Eleni improvisaba melodías desde el primer momento en el que sentó ante el teclado y, durante varios años, siguió estudios reglados en el Conservatorio de Atenas.
En abril de 1967, cuando todavía no había cumplido 26 años, un grupo de coroneles dio un golpe de estado en Grecia. La dictadura de extrema derecha instaurada por los golpistas empujó al exilio a un gran número de opositores e intelectuales, entre ellos a la joven compositora, que se instaló en París con su hijo. En esta ciudad, y con una beca del gobierno francés, se matriculó en etnomusicología, disciplina que le hizo tomar conciencia de la riqueza musical del folclore de su país, que conocía desde la infancia:
Recuerdo las voces agudas de las mujeres que cantaban hermosas canciones polifónicas mientras pelaban mazorcas de maíz durante toda la noche mientras los niños yacíamos de espaldas en la era, contando estrellas. Y todavía tengo un fuerte recuerdo de las melodías bizantinas que escuchaba en la iglesia…
Este interés por sus raíces musicales le llevó a estudiar la música tradicional, al mismo tiempo que se formaba en otras disciplinas como la composición, la orquestación y la dirección. El profundo respeto de Eleni Karaindrou por el folclore griego hizo que nunca pretendiera integrarlo más o menos literalmente en su música:
No mezclo el folclore con mis propios conceptos (…) Veo mi interés en la música tradicional y mi trabajo como compositora como dos corrientes separadas. Solo una vez intenté mezclarlos. Conocí a un flautista, un gitano, que era un improvisador fantástico. Traté de incorporarlo a mi música. Durante cuatro días y cuatro noches intentó infructuosamente tocar lo que yo había escrito y me entristeció mucho. Sentí que había capturado un pájaro hermoso y lo había metido en una jaula (…) Así que me dije: ¡basta, nunca más!
Durante los años de Karaindrou en París escribió canciones, algunas de las cuales tuvieron un considerable éxito comercial y entró en contacto con el jazz que bullía en la ciudad. Todo ello sin desviarse de sus estudios etnomusicológicos que la llevaron a interesarse por la cultura tradicional de los cinco continentes.
Mientras tanto, en Grecia la dictadura ejerció una brutal represión, centrada muy especialmente en los intelectuales y en los movimientos de izquierda. En 1969 el cineasta Costa-Gavras reflejó la indignación ciudadana hacia la Junta en una película titulada Z, basada en los acontecimientos que rodearon el asesinato de un diputado de izquierdas. La banda sonora del film fue escrita por Mikis Theodorakis, quien fue encarcelado y se convirtió en un símbolo de resistencia antifascista.
Cuando, en diciembre de 1974, los coroneles fueron desalojados del poder y Grecia se convirtió en una república, E. Karaindrou regresó a Atenas.
En la capital helena inició un período muy productivo como etnomusicóloga y encontró su propio estilo como compositora, en parte gracias a sus trabajos para el cine y el teatro, que le dieron oportunidad de expresar con libertad sus emociones:
Reconocí mi mundo. Improvisé y compuse apoyándome enteramente en mis sentimientos sin prejuicios idiomáticos o estilísticos.
La crisis del 2008 afectó muy particularmente a Grecia y conmocionó a Eleni quien, tan triste como desengañada, manifestó que, si tuviera que describir su postura ideológica en ese momento, lo haría parafraseando a su querido Theo y se definiría como “una izquierdista desconcertada”. Como las desgracias nunca vienen solas, en mitad de la crisis, el destino quiso que Angelopoulos muriera atropellado por una moto el 24 de enero de 2012, durante un rodaje.
El tándem con Angelopoulos
Su tierra y el cine son dos de los grandes amores de Eleni. Según cuenta la propia compositora, una casa en la que vivió durante su niñez en la capital griega, estaba tan cerca de un cine de verano que podía ver las películas desde la ventana de su dormitorio. Es fácil adivinar, por lo tanto, por qué su relación emocional con el llamado séptimo arte es tan intensa.
Sin embargo, componer música para la gran pantalla no figuraba en sus planes, hasta que unos amigos que trabajaban en la industria del cine le dijeron que sus canciones tenían un cierto “espíritu cinematográfico”. Animada por esta valoración escribió su primera partitura en 1975 para una nostálgica película de Takis Kanellopoulos titulada To hroniko mias Kyriakis (La crónica de un domingo).
En 1982 Eleni tuvo la oportunidad de conocer a Theo Angelopoulos. Fue en el Festival de Cine de Tesalónica, en el que se presentó una película de Hristoforos Hristofis titulada Roza que llevaba música suya. Angelopoulos, que presidía el jurado y se encargó de entregarle el premio a la mejor partitura, aprovechó el encuentro para pedirle que colaborara con él en Viaje a Cithera (1984).
A lo largo de su carrera Eleni Karaindrou ha trabajado con varios directores, tanto griegos como de otras nacionalidades, pero fue en las colaboraciones con Angelopoulos donde escribió sus partituras más reconocidas. Con él formó un tándem que se extendió a lo largo de veintidós años y ocho películas, hasta El polvo del tiempo (2008).
Angelopoulos era, según Karaindrou, un narrador que poseía la virtud de desatar sentimiento y creatividad. Antes de los rodajes, la invitaba a su casa para contarle el argumento y, al día siguiente, ella se sentaba al piano, hasta que encontraba el tema adecuado a la esencia de esa historia. La libertad que sentía con Angelopoulos le facilitaba una búsqueda interior de la que inevitablemente surgía la inspiración. En este excelente ambiente de comunicación creativa era usual que alguno de los temas compuestos por Eleni sirviera también para aportar ideas al propio director. El secreto de su fructífera colaboración era, según ambos reconocieron, una especie de “alquimia” que se generaba entre ellos dos.
Theo ha pasado a la historia del cine como un director-poeta que ha sabido reflejar el alma griega a través de su historia y avatares políticos. Y, como suele suceder con los poetas, supo generar ideas muy inspiradoras en lo que se refiere a la música, tal y como sucedió en La eternidad y un día (1998). El argumento de esta película gira en torno a un escritor griego que, viendo cercano el momento de su muerte, relee las cartas de su esposa fallecida hace años, cierra su casa de la playa y ayuda a pasar la frontera a un niño albanés. Para esta película Angelopoulos pidió una música que glorificara la vida desde la cercanía a la muerte. Este fue el origen del nostálgico vals que el protagonista (Bruno Ganz) baila con su mujer en la playa. Este vals es el tema principal del film.
Unos años antes, en 1991, ambos habían colaborado en El paso suspendido de la cigüeña, película que transcurre en un remoto lugar fronterizo con Albania al que llega un periodista para filmar la vida de los refugiados de todas las nacionalidades que ahí se concentran. Y sucede que el periodista cree reconocer a un político griego (Marcello Mastroianni) que había desaparecido misteriosamente unos años antes. La poética de Angelopoulos se desborda en la icónica escena final, cuando varios operarios parecen reparar la línea telegráfica subidos en sendos postes. Según cuenta Karaindrou toda la escena está enteramente construida a partir de su música, tal y como hacía Federico Fellini en ocasiones tomando como referencia la música de su querido Nino Rota.
Angelopoulos se vale de alegorías cinematográficas para poner de manifiesto la naturaleza humana y también para explorar la historia e identidad cultural de su país. Sus películas, lentas y cuidadosamente compuestas, sugieren un cine de contemplación en el que confluyen influencias tan dispares como la mitología griega, la iconografía bizantina, la convulsa historia balcánica, las raíces tradicionales o la moderna cultura pop griega.
A principios del siglo XXI planteó el que sería su último trabajo, pero era tan extenso que se vio obligado a organizarlo en una trilogía que por desgracia no llegaría a terminar, pues su muerte tuvo lugar cuando estaba inmerso en la última entrega que había titulado El otro mar.
La primera de estas tres películas había sido Eleni (2004). Dos horas y media de tragedia griega contemporánea con largas escenas y algunas de las imágenes más bellas que nunca hayan aparecido en una pantalla. Y una banda sonora en la que abunda la música preexistente, porque el joven protagonista, toca el acordeón en una orquesta. Eleni es una historia de amor entre dos refugiados griegos (Alexis y Eleni) que vuelven a su país tras la entrada del Ejército Rojo en Odessa. El peso emocional de esta historia de amor, dolor y desesperanza, gravita en torno al tema titulado The Weeping Meadow, una nostálgica tonada de compás irregular e inequívoco sabor heleno que te deja el corazón en un puño.
En 2008 Angelopoulos abordó la segunda película de su trilogía: El polvo del tiempo. Otra desalentadora historia de amor en la que el pasado y el presente se entrelazan cuando un director de cine (al que da vida Wilem Dafoe) decide rodar una película sobre sus padres (Eleni y Spiros) quienes deben separarse durante la Segunda Guerra Mundial. Ella se trasladará a la URSS y él a Estados Unidos.
Esta segunda entrega de la inacabada trilogía fue rodada por Angelopoulos en pleno estallido de una crisis, la de 2008, que se cebó muy especialmente con Grecia. El tema central de su banda sonora, titulado Waltz By The River, transmite la profunda melancolía que caracteriza toda la obra del malogrado director griego.
El destino quiso que Eleni y Theo formaran un tándem formidable humana y profesionalmente. Curiosamente Eleni es el nombre de mujer que predomina en las películas de Angelopoulos. Su relación fue tan estrecha que no es de extrañar el abatimiento de la compositora quien, tras el fatal accidente que se cobró la vida del cineasta, acertó a escribir un triste pensamiento en su muro de Facebook:
…σαν δάκρυα πάνω στη γη
(… como lágrimas sobre la tierra)
Vida después de Angelopoulos
Tras la desaparición de Angelopoulos, la compositora ha colaborado en varios proyectos cinematográficos más bien minoritarios y alternativos en los que se adivina un compromiso con la vida, sobre todo cuando ésta se desarrolla en medio del caos que genera la guerra. En Enklava (2015), película del serbio Goran Radovanovic, el protagonista es un niño de 10 años quien intentará que su abuelo, gravemente enfermo en territorio musulmán, sea enterrado en un cementerio cristiano. Años después, en 2018, el director iraní Payman Moaadi le pidió su colaboración para Bomb, A Love Story, película cuya acción discurre durante los bombardeos de Teherán. Para estas dos cintas Karaindrou escribió sendas partituras cálidas, emocionales y traspasadas de compasión y esperanza.
(Tráiler de Bomb, A love Story)
Eleni Karaindrou pertenece a una generación de artistas griegos marcados por la dictadura de los coroneles y el exilio. Un exilio que a ella le dio la oportunidad de adquirir una cultura universal y de enriquecer su mirada sobre las tradiciones musicales de su país. Es por eso que en sus partituras late un inconfundible aroma balcánico y, siempre que la ocasión lo requiere, no duda en incluir ejemplos auténticos de ese folclore que a ella tanto respeto le produce.
Ciertamente sus amigos de juventud acertaron cuando la animaron a componer para el cine diciendo que su música tenía “espíritu cinematográfico”. Y es así. Sus partituras captan la nostalgia del tiempo que fluye, el fatalismo de los amores imposibles y el sufrimiento de un ser humano que parece predestinado a repetir los mismos errores generación tras generación. Pero al mismo tiempo irradian una genuina vitalidad y sugieren sentimientos tan reconfortantes como el amor y la compasión. Su música rebosa inspiración, está bien orquestada y, sobre todo, tiene la virtud de impactar directamente en el alma del espectador. Como ella misma ha dicho para resumir la esencia de su estilo:
Mi música solo expresa sentimientos.
Puedes leer los anteriores capítulos de la serie COMPOSITORAS DE CINE:
- I – ‘Mica Levi: genes, genio y buen caldo de cultivo’
- II – ‘Hildur Gudnadóttir: un fascinante cóctel de intensidad, honestidad y audacia’
- III – ‘Annette Focks: el discreto encanto de la sencillez’
- IV – ‘Jocelyn Pook: más allá de las etiquetas’
- V – ‘Béatrice Thiriet: la ligereza como opción estética’
- VI –‘Vivian Kubrick: una extraña en el paraíso’
- VII –‘Rachel Portman: la reina amable’
- VIII – ‘Eva Gancedo: sentido y sensibilidad’
- IX – ‘Anne Dudley: la compositora que nunca tuvo plan B’
- X – ‘Zeltia Montes: raíces y vocación internacional’
- XI – ‘Shirley Walker: la “mamá” de Batman’
- XII – Wendy Carlos: gatos, sintetizadores y un señor llamado Stanley’
2 Trackbacks / Pingbacks