En la introducción a una entrevista que Nora Orlandi concedió en 2016 a una web italiana dedicada a las bandas sonoras, el entrevistador dijo de ella que era “la primera compositora italiana de música cinematográfica”. Por entonces Nora Orlandi tenía ya 83 años y, efectivamente, podía presumir de ello, pues desde 1954 hasta 1973, figura como autora de casi una veintena de partituras para largometrajes. Así que es muy probable que sea no solo la primera, sino también una de las pocas mujeres que han desarrollado este trabajo en el país transalpino.
¿De dónde salió este ser tan singular? ¿Cuál fue el motivo que le indujo a dedicarse a este oficio? La respuesta hay que buscarla en su entorno más cercano, concretamente en su ambiente familiar. Su madre (Fanny Campos) fue cantante de ópera y Nora comenzó sus estudios musicales siendo aún una niña. Se inició en el piano y el violín a edad muy temprana y más tarde se graduó en piano, composición, armonía y canto en el Conservatorio Nicolò Paganini de Génova, ciudad a la que se había trasladado su familia. También, y para agradar a su padre, cursó estudios superiores de violín, instrumento que toca a nivel de buen solista.
A partir de estos datos es fácil deducir que la formación musical de Nora Orlandi, a la que habría que añadir estudios superiores de canto gregoriano y otras disciplinas, es completísima. Se trata, por lo tanto, de una profesional extraordinariamente cualificada. Cabría decir que incluso bastante más que algunos de sus colegas masculinos de renombre.
La suya es, sin lugar a dudas, una formación “clásica” cuyas principales referencias son Bach, Beethoven y Rossini, a quien considera el “Mozart italiano”. Orlandi muestra un absoluto desinterés por las corrientes compositivas contemporáneas hasta el punto de que, cuando el entrevistador, le pregunta si hay algún compositor contemporáneo que le guste, ella responde lacónica y tajante: “Prefiero pasar a otra pregunta”.
Curiosamente, sus sólidos estudios académicos no le han impedido una relación muy intensa con la música popular urbana de su país en momentos (la década de 1960) en que los más afamados cantantes italianos (Domenico Modugno, Gigliola Cinquetti, Mina…) eran una referencia mundial en lo que a música melódica se refiere.
Su hermana menor, Paola Orlandi, quien también tuvo un papel relevante en la música moderna italiana en los años 60, desarrolló una exitosa carrera como corista de los principales cantantes italianos de por entonces, fue cantautora (una de las primeras de su país) y compuso canciones para otros artistas. Paola y Nora trabajaron juntas en varias ocasiones y formaron un grupo vocal con el que realizaron múltiples grabaciones discográficas, actuaciones televisivas y apariciones en películas.
Nora Orlandi fue una de las pocas mujeres de su país que pudo competir en un ámbito mayoritariamente dominado por los hombres. En lo que respecta a la composición cinematográfica, ella misma relata cómo fueron sus primeros pasos a principios de la década de 1950:
No fue nada fácil. Hay que tener en cuenta que llegué a Roma a los 19 años y compuse y dirigí la primera banda sonora a los 20, en 1952. Salí solo con una maleta. Una maleta muy bonita que le quité a mi madre. “¡Te has llevado la maleta que más quería!”, me gritó.
En 2022, Orlandi (Voghera, Lombardía, 28 de junio de 1933) está a punto de cumplir 90 años. La última película a la que puso música fue un spaghetti western titulado Y al tercer día llegó el Cuervo (Gianni Crea, 1973). Poco después, en la primera mitad de los años ochenta, disolvió su grupo vocal 4+4 y se retiró de la interpretación y la composición. A partir de entonces se dedicó a la enseñanza de solfeo, armonía, teoría musical, canto y piano. También escribió un método de canto moderno muy apreciado entre los profesores. Esporádicamente hizo alguna grabación como violín solista para algunas bandas sonoras y participó en programas de televisión.
Todo lo dicho anteriormente nos induce a considerar a Orlandi como una leyenda viva de la composición cinematográfica europea que permanece en el anonimato, excepto para algún pequeño grupo de seguidores. Lo cierto es que circulan muy pocas fotos suyas en la red y entre los apuntes biográficos que se pueden encontrar, llama la atención la frase que le dedicó un periodista: “Es uno de esos personajes que, aunque permanecen entre bastidores, han contribuido en primera persona a la realización de muchas músicas exitosas”.
De su trabajo como cantante e instrumentista quedan añejos testimonios, alguno de los cuales, y como un verdadero milagro, han sido digitalizados y subidos a Internet. Uno de los más sorprendentes es la interpretación, utilizando la técnica del scat, del Movimiento Perpetuo de Paganini en un programa de televisión. A pesar de que la grabación es bastante deficiente, sirve para evidenciar su refinada técnica vocal.
En lo que respecta a Nora Orlandi en su faceta más humana, parece ser una persona cercana, expansiva y directa; es decir, muy italiana. Algo que, por otra parte, es fácil deducir a través de sus contestaciones a las entrevistas y de los pocos vídeos que pueden verse en Youtube.
Casi toda la obra audiovisual de Orlandi, incluidos sus largometrajes, estuvo destinada a la industria italiana. Como intérprete prestó su voz o sus habilidades instrumentales a una veintena de películas y una miniserie para TV titulada Orlando furioso (1974). En su faceta de compositora está acredita en dieciséis largometrajes entre los que abundan dos géneros genuinamente italianos: el spaghetti western y el giallo. En una de estas películas firma como Joan Christian y en otra, como Jan Christiane.
El spaghetti y sus reglas
Quien más quien menos sabe que el concepto “spaghetti western” tiene una connotación bastante peyorativa. Bajo esta denominación se agrupa una gran cantidad de filmes rodados tras el estreno de Por un puñado de dólares, mítica película dirigida en 1964 por Sergio Leone. Hay que decir que el spaghetti es un western con señas de identidad propias, claramente diferentes de sus antecedentes estadounidenses. Estas características podrían resumirse en un protagonista antihéroe, violencia explícita omnipresente y ciertos detalles formales entre los que destaca muy especialmente un tipo muy concreto de música que, por cierto, tiene un ilustre padre también italiano: Ennio Morricone.
Morricone contagió a toda una generación de compositores y su música revolucionó las bandas sonoras. Puede decirse que no sólo que fue el primero, sino que también fue el mejor, algo que reconocen incluso sus más cualificados rivales, como sucede con su compatriota Francesco Lavagnino, quien afirmó con rotundidad: “Lo hizo mejor que todos nosotros”. Las características de estas nuevas partituras cinematográficas son muy definidas y el resultado final resulta fácilmente reconocible.
Quien haya disfrutado de la trilogía del dólar sabrá que en su música son muy frecuentes las vocalizaciones (voz sin palabras), el silbido, la utilización de instrumentos como la guitarra eléctrica y la armónica, percusiones poco habituales (campanas, látigos, yunques), ruidos de animales (galope, el aullido del coyote…), disparos y, muy especialmente, un significativo protagonismo de la trompeta, sobre todo en las escenas culminantes.
Aplicando una mirada algo más profesional también observaremos que al silencio se le concede tanto valor expresivo como a la propia música y que en las melodías predominan escalas muy determinadas, principalmente la dórica y la eólica. Otra curiosa particularidad es la obligada inclusión de una canción, generalmente interpretada por un vocalista masculino, que suele relacionarse con el protagonista y que termina convirtiéndose en el tema principal.
Como resulta que el spaghetti western se puso de moda al principio de la década de los sesenta, Nora Orlandi se encontró inevitablemente escribiendo música para este tipo de películas. La partitura para su primer western (Johnny Yuma, 1966) fue un gran éxito. A partir de ese momento comenzó su andadura en un género en el que la gran estrella era, como hemos dicho, Morricone, músico a quien Orlandi tiene en la más alta consideración. Tanta como para afirmar esto:
En mi opinión, no deberían simplemente haberle otorgado un Oscar a la Trayectoria. ¡Cada una de sus bandas sonoras merece un Oscar! Verdaderamente un músico completo. Tengo una admiración ilimitada hacia él.
Ambos llegaron a conocerse, aunque muy probablemente no tuvieron una relación personal. La compositora cuenta que una vez su admirado Morricone la llamó para pedirle que sustituyera a un flautista enfermo en una grabación. A pesar de que no era un instrumento que ella hubiera estudiado especialmente y de estar embarazada en aquel momento, atendió la petición de su ilustre colega con la sola intención de “honrar a este gran artista”, según sus propias palabras.
Cuando el entrevistador le pregunta si el hecho de ser mujer le ha llevado a aportar algún valor añadido a un género cinematográfico tan “masculino”, ella le contesta con rotundidad y franqueza:
Yo diría que no. La música aplicada a la imagen tiene su propia lógica visual, que no cambia por el hecho de llevar un moño en la cabeza o unos pantalones, algo que -por cierto, me gustaría recalcar- siempre he rechazado.
También respondió con franqueza cuando un director le echó en cara que la música de los westerns se atenía a patrones muy similares en todas las películas:
Permítame que invierta la pregunta: ¿por qué proponen ustedes los directores una representación estética de este tipo de películas en la que siempre incluyen vaqueros, salones, armas, botas, espuelas, cañones, etc.? ¡La música no hace más que adaptarse a la atmósfera! ¡Sería impensable escribir un tema con carácter de vals vienés para un western!
Como hemos dicho, el western es un género muy codificado que se desarrolla a partir de reglas bastante predecibles, lo que hace que la música se vea casi inevitablemente condicionada y termine adaptándose a este particular universo narrativo. Sin embargo, el género admitía también alguna innovación. Una de las originalidades que Nora Orlandi aportó al spaghetti fue la inclusión de temas cantados por voces femeninas, algo que ella reconoce haber hecho, entre otras razones, para incluir la aportación de su hermana Paola, a quien reconoce tener una preciosa voz.
Johnny Yuma (Romolo Guerrieri) es un spaghetti western absolutamente convencional en el que alternan actores norteamericanos de segunda fila en los principales papeles y una actriz local tan bella como malvada. Su argumento es totalmente previsible, el tratamiento visual no se aparta ni un ápice de los cánones del género y la música tiene todos los ingredientes que se le suponen: una trompeta que refuerza la parte más épica, temas con armónica que remiten al lejano oeste, densos silencios para recrearse en las angulosas caras de los ásperos vaqueros… Y, cómo no, una balada-canción que acentúa el aura de un antihéroe solitario, siempre cabalgando bajo el cielo azul y la noche estrellada.
Wherever there’s a road, he rides
Wherever with his horse he rides
Blue skies or a starry night
Are better than a warming home…
La balada de Johnny Yuma fue el gran éxito de Nora Orlandi y gracias a esta película su nombre figura en el listado de los compositores más representativos del spaghetti western. Cuarenta años después de su estreno, la propia Nora la recuerda e interpreta con tanta pasión y una cierta nostalgia.
La compositora que conquistó a Tarantino
Otro de los géneros (también indiscutiblemente italiano) en el que sobresalió Nora Orlandi fue en el giallo. La perversa señora Ward (S. Martino, 1971) es un ejemplo de genuino giallo que incluye morbo y misterio a partes iguales. Resumiendo mucho el argumento, diremos que la tal señora Ward se pasa toda la película de susto en susto, pues un psicópata parece estar dispuesto a degollarla con su navaja barbera. Lo que no sabe ella es que el peligro, como suele suceder en estos casos, lo tiene mucho más cerca de lo que ella sospecha.
Cuando Quentin Tarantino vio esta película reparó en que había mucho talento en la banda sonora de Nora Orlandi. Tarantino pidió a Nora los derechos del tema musical que identifica la secreta perversión de la señora Ward (una melodía interpretada por una extraña voz femenina) porque estaba dispuesto a reutilizarla en Kill Bill 1. Por cierto, la depravación de la señora Ward tenía algo que ver con su morboso regusto por la sangre, lo cual parece justificar que el director norteamericano quisiera utilizar este tema en su sanguinolenta y mítica película.
La veterana compositora italiana se vio envuelta en varios proyectos más, incluidos varios thrillers eróticos. Subproductos coproducidos por Italia, España y Francia normalmente, en los que trabajaban actrices norteamericanas venidas a menos, galanes españoles de segunda fila y secundarios malencarados que te dejaban bien claro quién era el malo de la película.
Las partituras de Orlandi, además de ser solventes, tienen aspectos curiosos, como los fantasmales temas pródigos en semitonos, acentuados por vocalizaciones y la casi constante utilización del órgano Hammond un tanto distorsionado para sugerir ambientes turbios. Esto es lo que sucede en el inquietante tema principal de El dulce cuerpo de Deborah (Romolo Guerreri, 1968) un giallo interpretado por Carroll Baker, estrella americana en caída libre que encontró una segunda oportunidad en el cine europeo de los 70 y 80.
El buen hacer de Nora Orlandi quedó bien patente en un tipo de películas que no cabe calificar de obras maestras. En su defensa hay que decir que parte de su mérito consiste precisamente en mejorar productos francamente infumables. Para finalizar, y por si no queda lo suficientemente claro, diremos que Orlandi ni es Morricone ni nunca ha osado pretenderlo. Lo que queda muy claro, viendo sus películas y escuchando su música, es que Nora tiene su gracia y un oficio equiparable al de cualquiera de sus más cualificados colegas italianos.
Puedes leer los anteriores capítulos de la serie COMPOSITORAS DE CINE:
- I – ‘Mica Levi: genes, genio y buen caldo de cultivo’
- II – ‘Hildur Gudnadóttir: un fascinante cóctel de intensidad, honestidad y audacia’
- III – ‘Annette Focks: el discreto encanto de la sencillez’
- IV – ‘Jocelyn Pook: más allá de las etiquetas’
- V – ‘Béatrice Thiriet: la ligereza como opción estética’
- VI –‘Vivian Kubrick: una extraña en el paraíso’
- VII –‘Rachel Portman: la reina amable’
- VIII – ‘Eva Gancedo: sentido y sensibilidad’
- IX – ‘Anne Dudley: la compositora que nunca tuvo plan B’
- X – ‘Zeltia Montes: raíces y vocación internacional’
- XI – ‘Shirley Walker: la “mamá” de Batman’
- XII – ‘Wendy Carlos: gatos, sintetizadores y un señor llamado Stanley’
- XIII – ‘Eleni Karaindrou: un nostálgico aroma balcánico’
- XIV – ‘Yoko Kanno: la estrella que prefiere no brillar’
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