Oliver Laxe habla de las “imágenes esenciales” que palpitan en su cabeza. Como aquélla que comenzó a martillearle cuando supo de los robos en los palmerales de Marruecos con que se repoblaban jardines privados. De aquellas palmeras atadas con cadenas a tractores que rugían en mitad de la noche hasta hacerlas caer. Una imagen, una metáfora, que trasladó mil kilómetros hacia el norte para convertir en casi una obertura operística en O que arde, su regreso a Cannes.
“Como artista tengo que estilizar esa rabia, tengo que entender la complejidad del ser humano”, explicó durante el taller Paisaje después del incendio impartido en Manacor (Mallorca), de la mano del cineclub Trentanou Escalons. Una complejidad que retrata a través de dos supervivientes del éxodo rural, del “mito de la modernidad”, pero también del estigma de la cárcel y el incendio.
“O que arde es una película sobre la tolerancia. Quería coger una figura denostada por la sociedad, como es la del pirómano y conseguir que el espectador entienda su dolor, su silencio, su cicatriz. Que se identifique con él. Provocar un sentimiento de perdón y de misericordia para trascender la dicotomía del bien y el mar, de la víctima y el culpable”, detalla. Después de un casting a más de 300 personas que realizó el propio Laxe, Amador Arias y Benedicta Sánchez –actores no profesionales- fueron los elegidos para personificar el reencuentro entre una madre y un hijo en mitad de una Galicia que, incluso tras su paso por prisión, vuelve a arder.
El film marcó el regreso del cineasta gallego al valle de Os Ancares, donde nació su madre, y le permitió profundizar en la semblanza de unas tierras en las que, pese a todo, “las estructuras rurales no se han disuelto”. Benedicta representaba esa Galicia “matria” de “mujeres poderosas que lo dan todo a los demás”. Amador, era esa suerte de soltero de montaña sensible “atrapado en otro tiempo, sin la plasticidad para adaptarse y que no tiene las herramientas para ser hegemónico en esta sociedad”.
En ese combate de sospechas, estigmas y supervivencia, Oliver Laxe quería que el fuego ocupara un lugar “capital”. Por ello, en el verano de 2017 un equipo se embarcó en el acercamiento a los incendios. “Como en Todos vós sodes capitáns trabajamos poco a poco, profundizando y no quedándonos en la superficie. Si quieres hablar de incendios, métete en uno, hazte bombero, quémate”, recuerda el director.
Fue así como superaron las pruebas físicas y los exámenes para ser bomberos y grabaron las primeras llamas en un ensayo en el que ni siquiera sabían si las cámaras podrían resistir. La idea era ganarse el respeto de las brigadas profesionales y conocer el terreno para regresar un año después. Justamente, el año con menos incendios en toda Galicia. “Aquello nos hizo trabajar más sobre el material documental del año anterior”, reconoce. De los quince días que pasaron alerta, el fuego apenas se dejó ver dos noches.
Producida por 4AA Productions, Miramemira y Tarantula, O que arde se ha convertido en la primera película en gallego que llega a Cannes, donde se estrena hoy para competir en la sección Un certain regard. Proyecto que vuelve a bordear la frontera entre realidad y ficción y que, de hecho, fue presentado en el máster de Documental de Creación de la Universidad Pompeu Fabra.
Mauro Herce –con quien Laxe ya contó en Mimosas- es el responsable de una fotografía que plasma a la perfección esa dureza de carácter, esa resistencia, la “soberana sumisión” tatuada en la piel. Pero también la belleza y sensibilidad de un film que trasciende el realismo para instalarse, de nuevo, en un territorio de espiritualidad.
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