El tercer film de Burnin’ Percebes, nombre artístico del dúo formado por Fernando Martínez y Juan González, podría ser perfectamente uno de esos films gestados a partir de ideas bizarras que, seguramente, nacen de algún que otro encuentro entre cervezas, ganchitos y pizza en un piso compartido de una cosmopolita ciudad. Pariente de obras como Mi loco Erasmus (2012), de Carlo Padial, o Nos parecía importante (2016), de Marc Ferrer, La reina de los lagartos resulta tan ilógica y naif como sorpresiva; aunque esperábamos más.
En esta edición del D’A, el Festival Internacional de Cine de Autor de Barcelona, acogida en Filmin, la plataforma más cinéfila del panorama actual, encontramos la nueva desviación de la pareja creadora de Searching for Meritxell (2015) e Ikea 2 (2016) sus primeras y muy conscientemente amateurs obras. En ambas (que también pueden encontrarse en Filmin, ¿dónde si no?), lo inquietante de sus relatos es saber diferenciar la sátira del absurdo en unas historias de difícil digestión -incluso para aquellos fervorosos amantes de lo underground- y realizaciones que rozan la indigencia. La reina de los lagartos, sin embargo, resulta un paso adelante en sus autoproducidas obras gozando de un reparto más vistoso, una interesante música de Semana Santa (compuesta especialmente para el film por Sergio Bertrán) y un mayor gusto estético cuyo culpable es, en gran parte, el rodaje íntegramente en Super-8, que aporta coherencia formal, personalidad y se aleja, aunque lo siga teniendo, del look low-cost con intencionada fealdad al que nos tenían acostumbrados. Lo peor es que por mucho que ensalcemos esta nueva obra del grupo con nombre de crustáceo, intuimos que no resulta ningún halago para los directores.
Puestos a la pantomima y al desorden, el film podría haber abrazado el surrealismo de manera más despampanante
La reina de los lagartos narra la visita de un alienígena, encarnado por el cada vez más socorrido Javier Botet (Ventajas de viajar en tren, 2019), a la Tierra con la intención de colonizarla. En su paso por nuestro planeta, este mantendrá una aventura con Berta, interpretada por Bruna Cusí (Estiu 1993, 2017), lo que imposibilitará el regreso a su mundo. El germen de la historia parece sencillo: aliens y amor, pero nada es ligero en esta historia alocada donde los reptiles toman posesión de una Barcelona arenosa gracias a unos jamás espectaculares, pero sí acertados e hilarantes, efectos visuales. Tanto Botet como Cusí están acertados dentro de sus ingenuos personajes y se complementan con los cameos de Miki Esparbé, a quien a duras penas distinguimos debido a un error de la cámara con la que grabaron la secuencia (cosas de los 8 mm), o de Ivan Labanda, un entrometido vecino que se da cuenta de que entre Berta y su nuevo ligue sucede algo más allá de lo sexual y que ahí hay sangre real.
En apenas una hora de metraje, La reina de los lagartos descoloca y asombra en la mayor parte de sus escenas (atentos a cómo Botet se maravilla con la palabra “lefa”), pero puestos a la pantomima y al desorden, el film podría haber abrazado el surrealismo de una manera algo más despampanante. Si vamos a invadir Barcelona de lagartos, hagámoslo a lo grande.
Dirigidas a un público minoritario, las creaciones de Burnin’ percebes podrían haber tomado el camino de la evolución más carlosvermuteriana, pero siguen enganchadas a la literalidad de la palabra “independiente”. Un término que, a veces, es vacuo y desfasado a pesar de las carcajadas que algunas situaciones surrealistas puedan arrancar. Aun así, es interesante que haya films como este, donde alguien se adentra en un fotomatón para fotografiarse los genitales y tener una curiosidad que enseñar a sus colegas aliens. Y mejor aún es que algún festival, con su gracia, lo programe. Sentimos que a la tercera sí ha ido la vencida, pero a la vez necesitamos que el bucle eterno de disparates llegue a una cierta madurez, a un buen puerto o, en su defecto, a la nave espacial que, de una vez por todas, nos recoja después de haber cumplido con nuestra misión en el mundo de los humanos. Ya no tenemos nada más que hacer allí.
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