¿Son corresponsables los medios de comunicación de la ruina de ciudadanos que apuestan en la Bolsa? Y si lo son, ¿en qué medida? Este es el planteamiento que nos presenta Money Monster, un thriller a caballo del drama social y el negocio bursátil dirigido por Jodie Foster y protagonizado por George Clooney, Julia Roberts y Jack O’Connell. Un trío que se reparte la tensión a lo largo de la película, cada uno en su parcela de acción contenida capaz de estallar en cualquier segundo.
Esta no es una película de periodismo, pero habla de cómo los medios de comunicación, por mucho que se quieran desmarcar de la deontología profesional por dedicarse al espectáculo, siguen teniendo su parte de responsabilidad social. Frases como “aquí no hacemos periodismo trampa, caray, no hacemos periodismo”, pronunciadas de la boca de la realizadora del programa televisivo, Patty Fenn (Julia Roberts), nos demuestran que estamos frente a un producto audiovisual que poco tiene que ver con la profesión periodística, pero si con el medio como espectáculo. ¿Pero es capaz el espectador de discernirlos a ambos? He aquí la razón por la cual el joven Kyle Budwell (Jack O’Connell) decide tomar las riendas después de haber perdido todos sus ahorros en la Bolsa por haber seguido los consejos del gurú de Wall Street y presentador de televisión, Lee Gates (George Clooney). Opta por una vía poco convencional, y quizás excesiva, como es encararse al mismo Gates para reclamar, bomba en mano, lo que le parece pertenecerle por derecho: que le diga la verdad de todo lo que ha pasado. Sin excusas ni explicaciones huecas. Porque si hay algo que le sobra al ciudadano de a pie son discursos en los que perderse y palabras técnicas con los que enmascarar la verdad.
Aunque las formas por las que ha decidido conseguir la verdad sorprendan y hasta generen rechazo para el espectador, el fondo de la cuestión se sitúa ante un discurso bien fundamentado en el que deja reflexiones sobre aspectos que, desafortunadamente, ha tenido que ver y sufrir nuestra sociedad en la última década: un “circo” amañado en el cual el gobierno y los bancos controlan la información y manipulan a los ciudadanos. O’Connell interpreta a uno de los damnificados por este “circo” que es la Borsa y el poder financiero. Su acción es el grito desesperado de alguien que se siente estafado y acorralado frente a una maquinaria que es infalible en crear desigualdades. Él sabe que ha caído como uno más, pero no se resigna a aceptar la realidad y seguir callado frente a ella. Desde los medios y fuentes financieras su inversión fallida se describe como un “tropiezo”, un término que parece ser algo infantil, inocente y sin importancia, pero lejos de ser todo eso se traduce en la desaparición de millones de dólares volatilizados en multitud de cuentas enredadas en la Bolsa. ¿No es acaso una irresponsabilidad desconocer lo que ha pasado y, más aún, describirlo como “tropiezo informático aislado”? Todo forma parte de un entramado en el cual cada elemento está perfectamente ideado para que se perpetúe el modelo capitalista: el pez gordo se come al pequeño o, lo que es lo mismo, la desgracia de muchos es la riqueza de unos pocos. Para que algunos ganen millonadas, otros tienen que perderlas y para eso existen tropiezos, pinchazos o lo que se le quiera llamar.
En Money Monster, el nombre del programa que da título a la película, hay ciertas pinceladas que permiten entrever críticas ácidas hacia el sistema de la Bolsa en sí. No se trata ya de un negocio dejado al azar, como siempre se ha querido hacer ver, sino que ha sido perfectamente diseñado para crear pequeños errores en algoritmos que manipulen a placer algunas de las operaciones que se generan a lo largo del día. Quién entra en el juego está a su merced. Ganar es posible. Perder es cuestión de tiempo.
Así pues, lo que nos deja esta película es un pósito de preguntas que se niegan a responder las autoridades y los verdaderos promotores de todo este despropósito que es la especulación bursátil. ¿Cuántas personas han perdido en este juego? ¿Cuántas se han quedado sin nada? ¿Cuántas han muerto por desesperación? Hagan juego, que todo vuelve de nuevo, tristemente.
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