IGNACIO NACHO: “El cine es un cadáver que, a veces, presenta un agradable aspecto”

Tras el éxito de su obra de teatro El Intercambio en Madrid, Ignacio Nacho, actor, escritor y director malagueño, ha estrenado la versión cinematográfica de la misma, algo más arriesgada y transgresora que la versión teatral. Hablamos con él sobre la idea, sus expectativas en taquilla y sobre las diferencias entre cine y teatro.

El Intercambio es un proyecto teatral. ¿Cómo surge la idea de convertir la obra de teatro en película? ¿O surgió simultáneamente?

Simultáneamente, aunque el espectador tenga la idea de que está viendo una obra de teatro, la obra original no surge con una vocación específicamente teatral. Yo me planteé crear un texto versátil, representable en teatro y en cine, no quería cerrarme puertas a priori.

¿Qué cree que funcionará mejor?

Con el teatro ya hemos testeado bastante, porque llevamos un año y medio de gira y la respuesta del público es muy buena. Por esa parte estamos tranquilos, la función va muy bien, aunque tiene un tono diferente. La versión teatral está más de cara al espectador: es más amable y menos oscura. La cinematográfica es más crítica, tiene otro tempo, los personajes tienen un perfil más esperpéntico, y además el final es completamente distinto.. Es una obra que transcurre durante 80 min de una manera y en los últimos cuatro se convierte en algo que no tiene nada que ver. Por eso, yo invito al espectador a que vea las dos.

¿Cómo definiría el humor de El Intercambio?

Es una comedia libre, no está sujeta a los cánones estándar, yo tiendo a eludir cualquier tipo de protocolo, formalismo o regla. Soy espontáneo dirigiendo y escribiendo. Es un tono genuino que no sabría concretar, y creo que sería un problema ensillarlo. Está bien que sea un fluido libre, que no tenga recipiente.

Los rodajes de interior tienen similitudes con la dirección teatral, pero,  ¿cuáles son las diferencias?

El teatro tiene una ventaja: es un ser vivo que va creciendo, puede madurar. La pieza en el día del estreno no tiene nada que ver con la función número trescientos. Los personajes se han ido enriqueciendo, se han limado las aristas y todo fluye. Todo este proceso, en cine, hay que concentrarlo. En cine dispones de unos días de ensayo y después, cuando se rueda, lo que se dice en ese instante vivirá más que tú. El nivel de responsabilidad es altísimo. Es una tensión brutal, y a veces, ni actores ni directores somos conscientes. Yo intento no olvidarlo, pero por otra parte es un coñazo tener esa espada de Damocles encima, porque dices:  ‘’seguro que me arrepiento de algo de lo que estoy haciendo en este momento’’. Pero no se puede cambiar: el cine es un cadáver. Lo que pasa ese cadáver, a veces, presenta un agradable aspecto. Yo intento que mis piezas tarden lo máximo posible en envejecer y para que eso suceda, es importante tratar temas que atañan intrínsecamente a la esencia del ser humano: que estén por encima de cualquier moda, tendencia o elemento aleatorio puntual. Mis personajes son atemporales y no tienen fronteras, esta situación podría suceder en china. Esto es lo que da vigencia a la pieza.

¿Cree entonces que este carácter universal del guión hace  la película vendible internacionalmente?

Creo que sí. Hay países más conservadores que otros y quizá el argumento inicial les provoque cierto prurito, pero si se adentran en la pieza se darán cuenta de que el intercambio de parejas solo es un pretexto para hablar de una serie de personajes que intentan interrelacionarse con mayor o menor fortuna. Es un alegato a que nos quitemos las máscaras porque todos tenemos miedos, todos padecemos, todos somos menos de lo que nos empeñamos en parecer.

¿Incluye referencias de la comedia clásicas en su película?

No conscientemente, rehuyo de clichés o  referentes. Al contrario, intento ser lo más impermeable posible. Sé que eso es error porque siempre hay corrientes por el estilo de narrativa o gag. Ocho apellidos vascos puso de moda las diferencias entre norte y sur, por ejemplo. A mi no me interesa, no me rijo por esos parámetros, aunque se ha dicho que El Intercambio recuerda al tono de los Hermanos Marx. Pues puede ser, no te digo que no.

También se ha dicho que recuerda al vodevil clásico…

Sí, y es verdad: huele a eso, a ese tipo de piezas donde los personajes entran y  salen, se encuentran…

¿Qué cualidades buscaba en los actores?

Fundamentalmente, el gran reto era que se dejaran sumergir en el tono, que no entraran con recelo. No es una película donde se pueda entrar con prejuicios. Quería que se despojasen de rigores o academicismos y dijeran ‘’voy  entrar en tu mundo y te compro pulpo como animal de compaña’’. Eso les pedí, eso me dieron. No lo conseguí yo, es mérito de ellos, entendieron el tono del discurso, mi mirada , y como quería abordarlo.

Fueron muy valientes y no es nada fácil, sobre todo para actores tan consagrados como ellos que, al fin y al cabo, están tanteando con un director que no es conocido, y con un discurso raro. Les agradezco muchísimo la valentía.

¿Qué prefiere dirigir: teatro o cine?

Voy a ser franco: prefiero dirigir teatro porque el teatro es una batalla que libran los hombres contra las máquinas, y vencen los hombres. En el cine ocurre lo opuesto, es la misma lucha, pero vencen las máquinas.

¿Tiene otros proyectos en mente?

Sí, varias cosas, pero dependen de cómo respire en taquilla la película  para que sea más o menos difícil abordarlos. Tengo una batería de opciones de más o menos presupuesto, así que lo decidirá el público.

Sofía Postigo
Acerca de Sofía Postigo 25 Articles
Soy madrileña,  graduada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid, y tengo un máster en Film Business por la ESCAC de Barcelona. Me apasiona la fotografía, el retoque fotográfico, los idiomas y el mundo de las series y el cine (especialmente la crítica cinematográfica). He trabajado dentro del mundo audiovisual, en producción de televisión y esporádicamente, como fotógrafa profesional. Actualmente sigo formándome en marketing digital.

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