Después de cada edición de los Premios Goya hago el ejercicio de imaginarme los futuros ganadores, los de la gala del año siguiente. No lo hago sobre sueños ni filias personales, si no en base a las películas que ya se han anunciado que se estrenarán durante el año. Justamente esas mismas que la Academia en la gala de los Goya de turno nunca promociona aprovechando los millones de espectadores que tiene la gala (este año tres, siendo la que menos audiencia ha tenido en la última década).
El año pasado competían grandes nombres de nuestro cine y películas producidas (y promocionadas) por los grandes grupos mediáticos, como Almodóvar (Julieta, con TVE), Bayona (Un monstruo viene a verme, con Mediaset) y Alberto Rodríguez (El hombre de las mil caras, con Atresmedia). A ellos se sumaban dos thrillers como Tarde para la ira y Que dios nos perdone, de los jóvenes Raúl Arévalo (que debutaba tras las cámaras, con la participación de Televisión Española) y Rodrigo Sorogoyen (en su segunda película, con Atresmedia). Tres thrillers, más las películas de Bayona y de Almodóvar, que en España son géneros por si mismos.
Hace un año la apuesta por cuales serían los futuros ganadores se hacía mucho más difícil que en años anteriores, ya que los habituales nominados no estrenaban película, bien porque acababan de hacerlo, como Almodóvar, Bayona y Alberto Rodríguez, o bien porque no tenían ningún proyecto a estrenar en 2017, como Amenábar, Daniel Monzón, David Trueba y Cesc Gay. Sabíamos que Álex de la Iglesia estrenaría como mínimo una película, pero todos sabemos que su cine, aunque bueno, es más difícil de premiar. Y se sabía que Isabel Coixet preparaba La librería, pero las películas de Coixet hay que verlas antes de apostar por ellas.
Así que el terreno era propicio para podernos sorprender, como en parte, ya hicieron los Goya el año pasado premiando la película de debut de un actor por encima de lo nombres anteriormente comentados.
La temprana aparición de Estiu 1993, que el premio en la Berlinale ayudó a situarla en el mapa, hizo que tuviéramos una primera contendiente seria en la carrera hacia el Goya. Iban pasando los meses, películas aparecían y desaparecían, pero la ópera prima de Carla Simón seguía ahí, conquistando al público, a la crítica, a los espectadores, y a los festivales por donde pasaba. Su nominación como candidata de España al Oscar parecía certificar que la Academia iba a tener muy en cuenta a Estiu 1993 en los Goya, y que el premio a mejor dirección novel estaba sentenciado.
Finalmente, el pasado sábado y sobre la bocina, La librería se hizo con el Goya a la mejor película. No podemos decir que fuera un premio sorprendente o inesperado, puesto que acababa de ganar los Goya a mejor dirección y guion adaptado, y venía de ganar los premios Forqué y las Medallas del Círculo de Escritores Cinematográficos, pero sí que a muchos nos dejó un regusto amargo. No por el triunfo de la película de Coixet, merecido, si no por la derrota de la película de Simón, inmerecida.
Este año ninguna de las cinco películas nominadas al Goya estaban participadas por ninguno de los dos grupos mediáticos privados. De hecho, las cuatro películas más taquilleras del año, todas de Mediaset, sumaban únicamente dos nominaciones.
Competían un quinteto de películas singular y plural al mismo tiempo. Cinco películas habladas en cuatro idiomas diferentes, donde únicamente una, El autor, estaba ambientada en la actualidad. Llama la atención que dos de las películas ambientadas en una época pretérita, Verónica y la citada Estiu 1993, están ambientadas en la cada menos reciente década de los noventa. Dos películas más clásicas cerraban el quinteto, La librería y Handia, cuyo aspecto más revolucionario es que está hablada en vasco.
Considero que la Academia ha dejado escapar la oportunidad de premiar una obra única, surgida casi por generación espontánea. Desde el primer visionado, La librería se convirtió en mi película favorita de las dirigidas por Isabel Coixet, pero creo que no es una película única. Su tono, narrativa y ambientación puede recordar a muchas otras películas, enmarcadas en el denominado cine de tacitas, que para nada uso aquí en tono despectivo. Y creo que es una película que Isabel Coixet podría haber hecho años atrás o años más tarde. De hecho, estoy seguro que volverá a dirigir una película así de buena tarde o temprano.
En cambio, Estiu 1993 es irrepetible. Para empezar, por lo que cuenta. Podemos estar de acuerdo en que su puesta en escena puede recordar a determinado cine de autor francés (léase aquí como un halago), pero lo que cuenta es tan personal que convierte a esta película en única. ¿Quién en su ópera prima será capaz de explicarnos el verano en que su vida cambió tras la muerte por sida de sus padres, y hacerlo desde el punto de vista de una niña? Solo Carla Simón. Lo ha hecho, y de manera brillante. La Academia ha dejado escapar la oportunidad de premiar algo irrepetible, y que, además, es una bellísima película, digna y merecedora de todos los honores que ha recibido y seguirá recibiendo como una de las mejores películas que nos ha dado el cine español en su historia. Esta derrota recuerda a la de Boyhood, cuando la Academia de Hollywood dejó escapar otra magnífica oportunidad de premiar una película que además de perfecta, era única.
Tiendo a pensar que cuantos más miembros forman parte de una Academia, o de un censo electoral por extensión, el resultado acaba siendo más conservador. Lo hemos visto en los Oscar y los hemos visto en las recientes contiendas electorales. La española ha aumentado en trescientos su número de académicos. Veremos si el aumento significativo de miembros de la Academia de Hollywood el pasado año y su premio a Moonlight (una película que no responde a ninguno de los cánones habituales del Oscar a la mejor película) ha quedado en un simple espejismo, o si Hollywood, al contrario que la Academia española, continuará apostando por el riesgo. Veremos.
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