La nueva película de los productores de ‘Bienvenidos al Norte’ resulta de lo más simpática y deviene en un digno homenaje a ‘Esperando a Godot’.
Basada en hechos reales, El Triunfo (Un triomphe, Emmanuel Courcol, 2020) – último largometraje orquestado por los productores de Bienvenidos al Norte (Bienvenue chez les Ch’tis, Dany Boon, 2008) que cuenta nuevamente con el actor Kad Merad como protagonista de la función –, cuenta la historia de Étienne, un intérprete a menudo en paro que inicia un taller de teatro como actividad de reinserción dentro de una cárcel. Un día, y a pesar de que no tiene experiencia como director teatral, ve en algunos de los presos un gran talento interpretativo, y por ello les ofrece representar la obra Esperando a Godot de Samuel Beckett. Tras varios meses de ensayos en los que Étienne deberá convencer a los reclusos de que valen más de lo que ellos mismos imaginan, la obra finalmente logrará representarse en un teatro fuera de la cárcel obteniendo un gran éxito que les llevará a realizar toda una gira, pero dicho triunfo se verá contrastado con las actividades delictivas que los prisioneros realizan en el centro penitenciario.
El film, convencional, dirigido al gran público y con una premisa que recuerda inevitablemente y va recordando cada vez más conforme avanza el metraje a una comedia de nuestro cine como Campeones (Javier Fesser, 2018), no logra evitar caer en algunos de los tópicos propios de una película de su categoría, pero sin embargo – y a diferencia de la película de Fesser –, lo hace de una forma bastante más sutil, y eso no impide que, a pesar de su incapacidad para evitar ciertos clichés, El Triunfo termine resultando en el fondo irresistible y de lo más entrañable, algo que se debe a su vez a la verdad que emanan las secuencias de los ensayos. De este modo, la película de Courcol se convierte en una interesante inmersión en el mundo del teatro y en un estupendo pasatiempo para el público medio pero sobre todo en un digno homenaje a una obra como Esperando a Godot, pues el monólogo final, con el que el personaje de Kad Merad cierra el film, nos deja claro algo que ya se dice al inicio de la película y que queda todavía más patente tras su conclusión: por más que los personajes esperen, Godot nunca llega, y como decía el propio Samuel Beckett, la gracia está en que no se sepa nunca el por qué.
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