A propósito de la guerra: el cine bélico y ‘Salvar al soldado Ryan’

Si se nos juzga por nuestras mociones inconscientes de deseo, somos, como los hombres primordiales, una gavilla de asesinos

Sigmund Freud

En su texto “La guerra y la muerte”, Sigmund Freud hace patente la vinculación del ser humano con lo opresivo de la guerra, en un momento del siglo XX en el que el mismo Freud o filósofos coetáneos como Heidegger incitaban a sus conciudadanos a valorar su vida como una predisposición hacia la muerte, como un tránsito que adquiere rápida conciencia de su finitud. El psicoanalista apunta que el conflicto bélico arrasa todo lo que se interpone a su paso, con furia ciega, como si tras él no hubiese porvenir.

Con esta idea general, uno de los detonantes de su escrito, podemos preguntarnos por la tónica que deberían adquirir las películas que hablen de la guerra, en el sentido estricto del término y en tanto ésta sea comprendida como una demencia que acelera el proceso del ser humano hacia su muerte, en un impulso brutal que desintegra el Eros.

A través del colosal film mudo Yo acuso, Abel Gance se confirma como uno de los primeros cineastas en incidir en el lirismo crudo de las contiendas y la destrucción masiva que implican, haciendo añicos tanto los lazos comunitarios entre pueblos como las relaciones interpersonales entre quienes los conforman.

La película, que destina gran parte de su metraje a la filmación de las trincheras de la Primera Guerra Mundial, no deja de ser un descorazonador tratado sobre la camaradería en esos tiempos agitados. Gance apuesta por una dinámica visual que imprime un destacado poder alegórico en sus analogías a través del montaje. Una de las más evidentes es la de las cruces en la llanura, repartidas en un vasto cementerio y también empleada por Salvar al Soldado Ryan a la hora de vehicular valores humanos que la guerra ha desbaratado.

Freud, mientras medita acerca de nuestra concepción de la muerte, nos insta a hacer soportable nuestra vida, en la que sigue coagulando el temible apotegma: “Si vis pacem, para bellum”. Si quieres paz, ármate para la guerra, afirmación con la que podríamos retrotraernos a las teorías marxistas, benjaminianas o hegelianas para un análisis riguroso de los hechos históricos y su materialidad.

El film de Steven Spielberg de 1998 es capaz de recoger las hilachas de muchas películas bélicas, y sintetizarlas mediante una amplia gama de recursos visuales y sonoros. Éstos apuntan hacia una idea freudiana de la desvalorización de la vida moderna como algo que fluye sin interrumpirse, y que el inconsciente nos gobierna hasta tal punto que la guerra, entendida como un motor de cambio en las sociedades, no puede suprimirse, sino que debemos acostumbrarnos a ella haciendo menguar su virulencia. Y las películas, en este difícil proceso, pueden jugar un papel esencial.

Si avanzamos dos lustros nos damos de bruces con Sin novedad en el frente, una reliquia de la cinematografía estadounidense en su paso al sonoro, que plasma con mucho fervor la enajenación de la guerra y de quienes participan. La capacidad de Lewis Milestone y su equipo para la escenografía es perfectamente equiparable a la de Spielberg para el film que nos ocupa, que supedita los movimientos de cámara al desenvolvimiento de la acción. Ambos hallan un equilibrio razonable a través del montaje, entre caídas de bombas, disparos, soldados avanzando y soldados rezagados. Una de las grandes bazas de Sin novedad en el frente, más allá de que busca desesperadamente discursar sobre la amistad, es el trato de los espacios abiertos como catalizadores del suspense, hasta el punto que parecen lugares asfixiantes para soldados y espectadores. Los cineastas saben determinar que la batalla es caos, visceralidad y sofocación, en lugar de épica, valentía y orden.

Por contrapartida, Fuego en la llanura, del japonés Kon Ichikawa, piensa el escenario bélico no como un espacio para la sublimación del lenguaje cinematográfico, sino como un lugar de dolor, pérdida y desesperanza. ¿Qué significa entonces, hacerse a la guerra?

Este es uno de los instantes más desoladores del film, el del soldado protagonista compadeciéndose ante la pila de cadáveres. Ichikawa prefiere abordar el género desde motivos visuales como este, uno de los más potentes a la hora de representar el anonimato de los seres humanos en condiciones de conflicto, y cómo los cuerpos simplemente se contemplan como carne apilada. Es una exploración cruenta de la imaginería del dolor en tiempos bélicos, más inclinada hacia el miedo y la tristeza que la furia y el rencor. Ichikawa parece decirnos que hacerse a la guerra es contemplar la pérdida de la moral y la entereza mientras tropezamos varias veces con la misma piedra, como si el enfrentamiento arrebatado fuese uno de los principales factores del cambio social. Y para reflejar esta cuestión no son necesarias muchas piruetas técnicas.

Por el contrario, la soviética La balada del soldado presenta unos osados movimientos de cámara, pero rendidos a los nexos de unión entre personajes. La iluminación es un elemento imprescindible para la puesta en escena, que agudiza la hostilidad de los otros elementos. Al director Grigori Chukhrai le concierne la suavidad del rostro de los actores y la sinceridad de sus sentimientos por encima de la experiencia bélica, más inclinada hacia la plasmación de un estado de ánimo que directamente un escenario de batalla.

En Salvar al soldado Ryan, Spielberg plantea la soberbia escena de apertura depositando mucha carga dramática en los acongojados rostros de los personajes. De manera contundente nos ubica en las botas de los soldados en una inmersión total de la acción, permitiéndonos adquirir ya de primeras una perspectiva humana de un conflicto desolador, en concreto del Día D. Al fin y al cabo, la guerra en su sentido más devastador habla de los seres humanos constreñidos por la máquina, transformados en bárbaros que infligen dolor a través de ella. Un tanque no es mortífero si no lo manipula un humano, quien en la guerra está obedeciendo a una corriente de oposición contra quien no comprende la finitud de la vida del mismo modo.

La clave de los films bélicos reside en el modo en el que este abanico de cineastas, con Spielberg como uno de los últimos grandes referentes -podemos pensar también en Christopher Nolan o en Sam Mendes- enclavan puntos de convergencia entre espectador y personaje, instantes que deben primar por encima de la recreación escénica, el diseño sonoro y los efectos visuales. Si se le concede esa intensidad a un elemento esencial como el rostro humano, el gran espectáculo también se convertirá en una experiencia íntima y verosímil. Se permite humanizar a la pila de cadáveres de soldados anónimos, o de la masa de hombres que se precipitan hacia un infausto enfrentamiento.

El personaje del soldado Ryan, interpretado por Matt Damon, puede recordarnos al del cabo Alyosha, no únicamente por un cierto parecido en los rasgos físicos, sino por la idea de la juventud perdida que transmiten. Sus personajes, con apenas 20 años e imberbes, son capaces de contagiar la total renuncia a la inocencia feliz con la mirada.

Definitivamente, si Salvar al soldado Ryan puede integrar un dibujo manido sobre el patriotismo norteamericano, lo más notorio es su utilización de la técnica y la descripción de personajes para someter al espectador a una batería de escenas que sacuden la espina dorsal.   Y ante esta sacudida, Susan Sontag pone la cerecita sobre el pastel a este ensayo:

“Las guerras son ahora también las vistas y sonidos de las salas de estar. La información de lo que está sucediendo en otra parte, llamada «noticias», destaca los conflictos, ante los que se responde con indignación, compasión o excitación, mientras cada miseria se exhibe ante la vista.”

Y es por ello que no podemos renunciar a la máquina redentora y conciliadora del cine, pues es aquella capaz de sustraernos de dichas imágenes sensacionalistas y ofrecernos un punto de vista sobre las revoluciones de la Historia, incluida la guerra, que hace más soportable nuestra existencia, mientras la alumbra con una luz reveladora. Si somos incapaces de evitar las guerras, al menos tomemos distancia y pensemos sobre ellas.

Arnau Martín Camarasa
Acerca de Arnau Martín Camarasa 17 Articles
Estoy terminando de cursar el Grado en Comunicación Audiovisual en la Universidad Pompeu Fabra, y me estoy especializando en el análisis cinematográfico. Formo parte del itinerario de Teoría, con el objetivo de llevar a cabo el Máster que ofrece la entidad sobre cine contemporáneo, realizar una tesis doctoral y ejercer la docencia. Me apasionan la historia del cine y su actualidad, así como practicar la crítica y pensar las películas. He hecho prácticas con Manu Yáñez en su revista Otros Cines Europa, escribo un artículo mensual para el blog Insidemedia y a día de hoy me encuentro avanzando el Trabajo de Fin de Grado, en forma de ensayo escrito. Escribo diariamente en Letterboxd sobre todo lo que veo. Fanático de Woody Allen, Ingmar Bergman y Apichatpong Weerasethakul.

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