¿Quién es Hildur Gudnadóttir? ¿Qué importancia tiene en el mundo de la música cinematográfica actual? ¿Cuál es su estética? ¿De dónde proceden sus influencias? ¿Cuáles son los méritos que la han convertido en una de las mejores compositoras para el audiovisual?
A día de hoy la compositora y violonchelista islandesa Hildur Ingveldardóttir Gudnadóttir tiene 38 años. Es una persona más bien tímida que se expresa mejor con la música que con las palabras. No le gustan los eventos mundanos ni tiene hechuras de diva y confiesa sentirse muy a gusto cuando está rodeada de su pequeño grupo de amigos y familiares. Para ella la música es, además de una forma de expresión artística, una inmejorable herramienta de actuación social. No parece que la vanidad sea su defecto más notable y ha encajado con naturalidad la lluvia de premios que le han otorgado en apenas dos años: un Emmy en 2019 y un Grammy en 2020 por la partitura para la miniserie Chernobyl y un trío de ases, también en 2020, con el largometraje Joker: Bafta, Globo de Oro y Óscar. Como para volverse loca.
Hildur admite que la música es para ella algo natural y cotidiano, lo que resulta lógico, teniendo en cuenta que ha nacido en una familia de músicos. Respecto a su desembarco en el mundo del cine, tiene mucho que ver con su gusto por contar historias y con el hecho de tener un niño pequeño, ya que componer música para el cine puede hacerse con cierta comodidad desde casa. De esta manera tan práctica y sencilla ha llegado a ser conocida en todo el mundo.
Desde hace más de una década Hildur Gudnadóttir y su pareja (Sam Slater, productor musical de Chernobyl y Joker) han establecido su hogar en Berlín, donde viven en una comunidad de artistas con los que mantienen estrechos vínculos:
“En Berlín, tenemos un estudio. Es un piso completo en un antiguo edificio industrial, por lo que en realidad hay siete estudios individuales. Todas las personas con las que trabajo tienen su estudio aquí, y también hay otra gente, algunos amigos islandeses que tienen su propio espacio, y otros amigos que conocí en Berlín que también trabajan aquí. Somos una pequeña comunidad de unas diez personas en el mismo piso. Esas son básicamente las únicas personas con las que trato”. (Entrevista para Pop Disciple, agosto de 2019)
Puede que la última frase de esta cita sea algo exagerada. Lo cierto es que a lo largo de su carrera como compositora e intérprete, Hildur ha estado siempre muy bien acompañada, ya que músicos de la talla de Ryuichi Sakamoto, el dúo sueco The Knife o el fallecido y genial compositor islandés Jóhann Jóhannsson se han sentido atraídos por su música y han colaborado con ella. Especialmente intensa ha sido la relación entre ella y Jóhannsson, con quien ha trabajado en largometrajes como María Magdalena (Garth Davis, 2018) y Sicario: El día del soldado (Stefano Sollima, 2018).
“Fui una estudiante de conservatorio bastante mala”, confiesa Hildur, algo que no es de extrañar teniendo en cuenta su inagotable curiosidad e interés por la experimentación, lo que le hizo buscar modelos más allá de la música clásica. Modelos preferentemente femeninos como las polifacéticas Laurie Anderson y Meredith Monk o la inclasificable Pauline Oliveros, quien había acuñado el término “escucha profunda” que tanta influencia tiene en la islandesa.
El sonido cinematográfico de Hildur Gudnadóttir es muy reconocible. Sus señas de identidad son el violonchelo y su voluntad de experimentación. Si hubiera que buscar un común denominador para ambos elementos, éste sería una estética minimalista trabajada desde una profunda reflexión de lo que es la música y el sonido. En lo que se refiere al violonchelo, como se sabe, su timbre resulta especialmente adecuado para expresar sentimientos íntimos y profundos como la soledad, la nostalgia o el miedo… La muerte también es un territorio estético particularmente vinculado a su sonido. El violonchelo, en manos de Gudnadóttir, adquiere una inusitada singularidad. La aportación de este instrumento a partituras como Sicario (D. Villeneuve, 2015) o El renacido (Alejandro G. Iñárritu, 2015) se concreta en un plus de desolación, tensión y desasosiego. Y es que, de alguna manera, Gudnadóttir reinventa el sonido del violonchelo, fundiéndolo con la música electrónica y los efectos sonoros. De esta manera diluye fronteras preestablecidas prescindiendo, en muchas ocasiones, de la melodía. Es innegable que las propuestas de esta joven islandesa son ciertamente audaces.
Un ejemplo de investigación respetuosa
La ambientación sonora de Chernobyl (Craig Mazin, 2019) miniserie que recrea el desastre de la central nuclear del mismo nombre fue un encargo que Hildur Gudnadóttir acometió con enorme responsabilidad. Sintió que su compromiso debía ser máximo porque los dramáticos hechos narrados eran reales y habían afectado a millones de personas. Por esta razón quería ser absolutamente respetuosa con las víctimas, imaginar su miedo, hacer su trabajo con honestidad y contribuir a que se contara bien la historia.
Decidió que debía dar a la música un enfoque opresivo y para hacerlo tuvo que imaginar la magnitud de la catástrofe, así que visitó una central nuclear desmantelada en Lituania, que fue donde se filmó la serie. Una vez dentro, se dedicó a escuchar y grabar los casi inaudibles sonidos, sin manipular nada que pudiera alterarlos. Tras este delicado ejemplo de escucha profunda, trabajó los sonidos grabados en las diferentes salas y pasillos hasta hacerlos audibles. Estos sonidos se convirtieron en la materia prima de su banda sonora, junto a su propia voz, que añadió para humanizarla y encauzar sus sentimientos. La exquisita aportación de la compositora islandesa impacta en el corazón de los espectadores y contribuye a que esta serie sea una dolorosa y auténtica obra de arte.
Música para inspirar a Joaquin Phoenix
Supongo que cuando Todd Phillips contactó con Hildur Gudnadóttir para pedirle que escribiera la partitura de Joker (2019) debió contarle cómo concebía a Arthur, el protagonista: un ser inmensamente desdichado volcado en el cuidado de una madre que le ha mentido acerca de sus orígenes; un desecho social que se vale de la violencia extrema para desfogar su rabia y termina convirtiéndose en el catalizador de la furia colectiva de Gotham, una ciudad cuyos habitantes viven en permanente frustración. Con estas indicaciones, antes de leer el guión e imaginando las secuencias, Gudnadóttir compuso una parte de la música de este inquietante film. Estos primeros cortes sirvieron para inspirar a Joaquin Phoenix y ayudarle a que compusiera su personaje:
Según la propia autora, su trabajo esta partitura fue mucho menos atormentado que el de Chernobyl, entre otras cosas porque contó con toda la confianza del director, quien le dio total libertad creativa.
Para caracterizar a Joker, un personaje que afirma no haber sido feliz ni dos minutos seguidos a lo largo de su vida, Guðnadóttir echó mano del instrumento que mejor conoce: el violonchelo, convirtiéndolo en el protagonista absoluto de su banda sonora. Su timbre doliente, y a veces oscuro, identifica la infinita desdicha de Arthur. A nivel puramente melódico esta partitura deja bien claro que se puede hacer una obra maestra con muy pocos elementos: una ambigua escala que, en bastantes ocasiones, se reduce a tan solo dos notas a distancia de tercera menor (Do-Mib), dramáticamente apoyadas por la novena mayor (Re´). Finalmente, un lúgubre timbal y calculadas disonancias, refuerzan la sensación de que, en cualquier momento, puede saltar la bestia que todos llevamos dentro.
En resumen, Hildur Gudnadóttir es un valor sólido dentro de la composición cinematográfica. Puede que todavía no haya firmado una gran cantidad de partituras, pero es indudable que su influencia es determinante en la nueva estética de las bandas sonoras.
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