En la entrada de los Cines Verdi se arremolinan decenas de jóvenes. Esperan para entrar al pase inaugural de El sitio de Otto en el marco del Festival Internacional de Cine de Barcelona – Sant Jordi (BCN Film Festival). Entre ellos distinguimos a un buen puñado de actores millennials del panorama audiovisual catalán: unos cuantos de Polseres vermelles, la famosísima serie creada por Albert Espinosa y cuyos derechos compró Steven Spielberg, otros de Merlí, protagonizada por Francesc Orella, algunos de Cites, Barcelona, nit d’hivern… La cuestión es quién no estaba allí apoyando esta ópera prima colectiva, como muy generosamente se describe el film, dirigida por Oriol Puig. Y es que si nos detenemos a mirar el reparto de la mayoría de los últimos proyectos catalanes en teatro, series y cine, veremos la progresiva aparición de un cierto microclima formado por las reiteradas figuras de estos populares jóvenes.
Una vez en la sala, el protagonista, Iñaki Mur, el director Oriol Puig y la directora de fotografía, Agnès Piqué, presentan brevemente la película, una obra que se gestó hace años y que se ha podido llevar a cabo gracias al micromecenazgo. Al otro lado de la sala están Joana Vilapuig y Artur Busquets, ambos actores y también guionistas del film que, por restricciones relacionadas con el Covid-19, no pueden juntarse con sus compañeros en esta introducción. La sensación que transmiten es de felicidad y orgullo al poder sentir como finalizado un proyecto que lleva un lustro tomando forma y en el que han podido contar con la participación de la reconocida actriz Nora Navas. Y aunque aún no se ha proyectado el film en ese momento, apreciamos ya que uno de los mayores logros de El sitio de Otto es el simple hecho de existir. ¿Cuánta gente tiene fantásticas ideas que jamás llegan a ver la luz? Bien sea por no contar con los contactos adecuados, no saber cómo afrontar la burocracia que conlleva, no acabar de dar el paso creativo, etc. Cuando aparecen los créditos queda claro: esta es, pese a todo, una ópera prima colectiva. A diez, veinte, treinta manos. No lo sabemos, pero es algo comunal.
‘El sitio de Otto’ se yergue como una muy sutil oda a los marginados, a aquellos tildados de extravagantes
Con el tono naturalista y despreocupado propio de la oleada de cineastas catalanes que han aparecido en los últimos años (Elena Martín, Carla Simón), El sitio de Otto parece erguirse como una muy sutil oda a los marginados, estos encarnados en Nola (Vilapuig) y un chico que vive, cual nómada, en una caravana (Oriol Vila) y al que, en un principio, un desubicado Otto y sus amigos boicotean pintando su vehículo y pinchándole las ruedas.
En el libro Océano mar, de Alessandro Baricco, un hombre dibuja el mar con agua de mar. Una bella escena que, sin embargo, resulta críptica para aquellos que no conozcan el truco o las intenciones del pintor. Lo mismo sucede con el protagonista, una criatura de alma parecida a la Violeta de Violeta no coge el ascensor (Mamen Díaz, 2020), pero en versión seria y anárquica, que quizás solo conocen a fondo sus creadores. Estos habrán ideado un personaje complejo que, después de la muerte de su padre, se replantea su vida, pero en la ejecución, Otto resulta algo plano e inaccesible como así demuestra su semblante, sus palabras y algunas situaciones desconcertantes (como cuando él y un amigo quedan para disparar a unos perros salvajes).
Unos personajes modernos, pero de pueblo, habitan en los diáfanos y vírgenes espacios del Delta del Ebro
Lo más luminoso del film, a parte del diáfano y virgen escenario del Delta de l’Ebre por el que se mueven los personajes (de pueblo en el film, pero inequívocamente modernos y condales), resulta Joana Vilapuig encarnando a una joven embarazada que quiere cambiar el rumbo de su vida y que agradece que no le hagan preguntas. Aún así, también incorpora esta algunos elementos que, de tan veristas que pretenden ser, nos saben a impostado: el pelo, el vestuario o el hecho de que deba enviar una carta porque no tiene teléfono (!).
A Otto, como a la Lis de La inocencia (Lucía Alemany, 2019), se le queda pequeño su espacio, sus amigos ya no le interesan y comprende que hay otras vías, otras maneras de hacer más adecuadas a su madurez. Panta rei. Eso es lo que deseamos también para la nueva oleada de cine catalán, que encuentre otras vías de expresión lejos (o en convivencia) de las historias íntimas que nos suelen ofrecer las primeras veces de muchos de sus cineastas.
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