El antibelicismo en ‘Senderos de gloria’: lucha de clases en la Primera Guerra Mundial

Dirigida por Stanley Kubrick y protagonizada por Kirk Douglas, Senderos de gloria es uno de los clásicos de cine bélico más aplaudidos de la historia pese haber sido considerado antimilitarista

En 1917 los poilus (peludos), soldados rasos del ejército francés, se hartaron. Después de tres años de guerra en las trincheras en condiciones inhumanas, siendo diezmados cada vez que intentaban un ataque contra el enemigo para ganar unos cuantos metros, y viendo que sus vidas importaban muy poco a la cúpula militar, se amotinaron. Nunca dejaron de defender las trincheras de las que procedían, ya que eran auténticos patriotas, pero sí se atrevieron a expresar su ira negándose a acatar las órdenes.

El general Pétain, acabado de nombrar después del desastre de la ofensiva de mayo que costó la friolera de 130.000 hombres al ejército francés, solucionó el problema mediante concesiones y mano dura: por un lado mejoró las condiciones de vida de los soldados, especialmente en lo referente a los permisos, y por el otro instruyó procesos militares contra los principales dirigentes, que acabaron en ejecuciones sumarísimas.

La pintura “Paths of glory” (1917) del artista británico Christopher Nevinson pudo haber inspirado el título de la novela.

Un par de años antes de los hechos que inaugurarían la era de la protesta del siglo XX se había producido un incidente en la Brigada 119 del mismo ejército: después de tres intentos de tomar una posición enemiga sin éxito, los soldados se negaron a abandonar las trincheras para un cuarto ataque. Preso de la furia, el general de la brigada ordenó a su artillería bombardear sus propias posiciones, a lo que estos se negaron si no tenían una orden por escrito. Para dar ejemplo al resto del ejército se juzgó y fusiló a cuatro hombres escogidos por azar de entre la brigada.

Basándose en estos dos hechos históricos se publicó la novela Paths of glory en 1935, del autor Humprey Cobb. El guion de la adaptación cinematográfica circuló por diversos estudios sin éxito, hasta que Kirk Douglas lo leyó y comprometió toda su influencia en la United Artists (UA) para que el proyecto se llevara a cabo. El productor James B. Harris y el director Stanley Kubrick, que entonces no llegaba a los 30 años de edad pero había leído la novela siendo adolescente y había quedado fuertemente impactado, encargaron el guion definitivo al novelista Jim Thompson y al guionista Calder Willingham. Éstos incluyeron un final feliz que nunca se llegó a rodar, sirviendo más bien de seguro ante la mirada de los productores de UA, que jamás llegaron a leer el final definitivo.

Lo que vemos en Senderos de gloria es una lucha por los diferentes poderes que se sitúan en el campo de batalla

Kubrick quiso acabar el film de Senderos de gloria con un final positivo, llegando a proponer que la ejecución de los tres soldados se suspendiera en el último minuto, pero Douglas se opuso. Aún así añadió la escena final en la que los soldados se emocionan oyendo cantar a la prisionera alemana, un final de esperanza que contrasta con todo lo que se ve hasta entonces. Volveremos al final sobre ello porque simboliza más que la camaradería de la tropa y la fraternidad compartida ante una canción popular.

La película se rodó en los estudios Geisegalsteig de Munich, donde se encontraban los decorados de la última película que había rodado Max Ophuls. Como homenaje al director alemán, que había fallecido recientemente, Kubrick le dedicó el primer día de rodaje, y en sus declaraciones en las que adora “sus movimientos de cámara extravagantes que parecen prolongarse hasta el infinito a través de decorados laberínticos” parece hacer una justificación a los travellings que salpican el film, especialmente en la escena del baile de gala.

Jean-Luc Godard, que los calificó de “insulsos” en su crítica de la película en Cahiers de Cinéma, los comparaba con los de Ophuls, inmensamente más sofisticados; en el caso de Kubrick, cuando se desplaza lateralmente siguiendo al coronel Dax en el ataque contra las líneas enemigas, o cuando le sigue frontalmente en su visita a las trincheras para supervisar la moral de la tropa, cumplen una función meramente descriptiva: son el ojo que todo lo ve y nos introduce subjetivamente en la acción, un recurso que ya había utilizado antes y que seguiría usando después en muchas de sus películas .

Se ha calificado a Senderos de gloria como una película antibelicista o antimilitarista, y es uno de los motivos que se aducen para que su estreno fuera prohibido en muchos países. En Francia se interpretó como un ataque a su ejército y en España no se estrenó hasta 1986, mucho después de que el régimen militarista surgido de la Guerra Civil acabara. Desde luego, la crítica a la guerra está bien presente, pero también contiene ideas mucho más revolucionarias y peligrosas que la de mostrar la ineptitud del ejército o la inutilidad de la guerra.

Uno de los temas recurrentes en la obra de Kubrick es el poder y como se ejerce. Lo que vemos en Senderos de gloria es una lucha por los diferentes poderes que se sitúan en el campo de batalla: por un lado, los de los generales Broulard (Adolphe Menjou) y Mireau (George Macready); por el otro, y a un nivel infinitamente más bajo, el del teniente Roget y el soldado Pierre Arnaud. Los de arriba pelean entre ellos exactamente igual que los de abajo, con la única diferencia en el valor de sus vidas. La de la tropa es inexistente, como de manera brutal nos muestran los diálogos entre Dax y los generales; el cálculo de bajas durante el ataque hiela la sangre.

Pero también entre esta hay clases. Cuando el teniente Roget aprovecha para eliminar al único testigo de su cobardía mediante su elección como acusado, no está haciendo más que aprovechar la oportunidad que la jerarquía militar le ofrece. Dax, como hombre de justicia que es, lo obliga a mirar a los ojos a su víctima haciéndole comandar el pelotón de fusilamiento. No es ésta más que una victoria ínfima dentro de la injusticia completa que representa todo el proceso, pero algo que el honesto Dax no puede dejar pasar.

Douglas se apropia del personaje convirtiéndolo en el hombre que hace lo que tiene que hacer siguiendo sus principios, algo que hemos visto muchas veces después en manos de Tom Hanks, y muy especialmente su capitán Miller de Salvar al soldado Ryan. El middleclassman, ese hombre que defiende su sitio en una organización podrida, o es capaz de enfrentarse a todos por hacer lo que es justo, como el excelente Atticus Finch de Gregory Peck, al que le ofrecieron el papel de Dax justo cuando Douglas ya lo había aceptado, no es un héroe más allá de su círculo: su brigada, su pelotón, su familia. Los hombres bajo su mando son su responsabilidad, y como sabe bien, puede ser duro con ellos, pero jamás arbitrario ni injusto. Por eso reniega de ser el hijo del general Broulard: él no es ni será nunca así.

Su mundo es el de estar al lado de los que no tienen nada que perder porque nada poseen. Cuando los acompaña en el gran salón con suelo de damero en el que se celebra la vista, Kubrick nos muestra la pequeñez de los acusados, auténticos peones sin valor de los que lo único que se espera es “que sepan morir bien”. Su lucha es imposible porque el combate es desigual y está amañado, por más que se desgañite echándoselo en cara a los jueces militares.

Por eso la escena final de Senderos de gloria que introdujo Kubrick en la taberna, en que la masa vociferante se transforma en emoción y fraternidad, es tan subversiva. Porque, ¿que pasaría si los de abajo de aquí y allí se unieran y dijeran “no”? La mayoría de los oficiales en la Gran Guerra eran de clase alta, mientras que la carne de cañón provenía del pueblo llano. Ese es el único poder que tiene y que pocas veces ejerce, pero cuando lo hace, caen aristócratas, regímenes, e imperios.

Ahora DVD Store ha reeditado este clásico del cine bélico, uno de los más aplaudidos de la historia pese haber sido considerado antimilitarista. En su edición de Blu-ray contiene además una entrevista exclusiva a Kirk Douglas que permite conocer de cerca su visión sobre una de las películas más personales para el actor.

Jaume Felipe
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Vinculado al CineClub Vilafranca durante más de dos décadas, y con media vida en el mundo de los medios de comunicación y la fotografía, actualmente me hallo en la biblioteca pública, desde donde dinamizo programas colaborativos de cine para la Xarxa de Biblioteques Municipals de la Diputació de Barcelona.

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