La nueva entrega de Parque Jurásico, la quinta en total y segunda en particular en esta nueva saga titulada Jurassic World, ha levantado una enorme expectación no solo en el mundo, pues es una de las sagas desde su estreno ahora hace 25 años, si no por el hecho de que, por primera vez, un cineasta español se haya puesto a los mandos de un blockbuster factura Hollywood.
La empresa no era sencilla. Su predecesora sorprendió con un éxito de taquilla que pocos esperaban, situándose en su momento como la tercera película más taquillera de la historia (hoy ocupa el quinto lugar, pues fue superada poco después por El despertar de la fuerza y hace unas semanas por Vengadores 3: Infinity War). Sin olvidar el hecho de lo que puede suponer para un alumno aventajado recibir un encargo de su maestro: Steven Spielberg.
Con su cuarta película Bayona abandona su zona de confort con la difícil tarea (otra más) de dirigir una segunda parte de una trilogía, con todo lo que ello implica. Las segundas partes (que a veces sí son buenas) están argumentalmente atadas a un antes y a un después, al lugar al que se quiere hacer llegar la saga. Es un terreno marcado que, sin embargo, Bayona se trae a su redil. ¿Tenemos tan claro que Bayona se haya alejado demasiado de su zona de confort?
La respuesta es no, pues vemos como en Jurassic World: el reino caído, Bayona transita por caminos ya conocidos, y emergen algunos de los motivos argumentales y visuales que han hecho de él un cineasta comercial con voz propia, con una mirada marcadamente de autor.
En un momento cumbre del film, a media película, los protagonistas deben decidir si seguir en la isla o abandonarla, una isla que otrora albergó el renovado parque, ahora llamado Jurassic World, a punto de ser completamente devastado por el fuego y la lava de un volcán. Saltar a un barco y vivir, o morir junto a decenas de dinosaurios.
El barco no está vacío, pues dinosaurios de once especies diferentes han sido rescatados para ser, en teoría, salvados, después del apoyo gubernamental y de ong’s ecologistas pues, no lo olvidemos, los dinosaurios son animales. Pero la buena obra termina ahí, y los dinosaurios rescatados serán subastados como máquinas de guerra.
La segunda parte del film transcurre en una casa, una mansión victoriana enorme, pero con rincones reconocibles de otras películas como El orfanato y Un monstruo viene a verme. Esta mansión, propiedad de Benjamin Lockwood, ex-socio de Hammond, el creador del originario Parque Jurásico, alberga laboratorios en los que se investiga y se evolucionan genéticamente a dinosaurios, creando nuevas especies, cada vez más inteligentes.
La primera vez que entramos en esa casa nos abre la puerta una ama de llaves, interpretada por Geraldine Chaplin, actriz fetiche de Bayona, pues ha formado parte del elenco de sus cuatro películas. Y es significativo que ella sea quién abra la puerta de esa casa, ya que nos adentra en el universo Bayona.
Una niña huérfana habita en esa casa, la nieta de Lockwood. Otro niño, como Simón, como Lucas, como Connor. Perdida entre grandes paredes, pasillos y escaleras. Perseguida por dinosaurios que se adentran en su dormitorio, de noche, mientras ella intenta dormir. Primero una sombra, después su cuerpo. Después el horror.
También la maternidad, tan presente en el cine de Bayona, hace aquí acto de presencia, aunque sea de soslayo. Después de la trilogía sobre las madres que han interpretado Belén Rueda, Naomi Watts y Felicity Jones, aquí el personaje de Bryce Dallas Howard ejerce el rol de protectora de la niña y acabará asumiendo su cuidado, mientras Owen, el personaje que interpreta el carismático Chris Pratt, consigue restablecer los vínculos emocionales con Blue, uno de los dinosaurios más salvajes que, en cambio, sabe reconocer a su cuidador, quién actuó como una madre/padre con él cuando era un cachorro.
Bayona firma un solvente blockbuster que lo sitúa en la primera división de directores. Como el Huesca, el Leganés o el Eibar, nadie contaba con él. Pero nosotros, su afición, sabíamos que algún día llegaría a esta cumbre. En su primer fin de semana ya ha recaudado 150 millones de dólares en todo el mundo, teniendo en cuenta que hasta el próximo 22 de junio no se estrenará en Estados Unidos.
Pese a los bandazos de un guion que fuerza algunas situaciones para llegar a otras, las interesantes, con alguna sorprendente elipsis, el buen hacer del director consigue no sólo superar todos los inconvenientes sino legar para la posteridad algunas de las imágenes más bellas, y también icónicas, que dejará esta saga para el resto de los días.
Un final abierto abre la puerta a un nuevo género en la saga. A las aventuras, la ciencia ficción y al terror, se suma ahora el cine catastrófico. Que el mundo se prepare, porque cuando eligieron el nombre de Jurassic World no lo hicieron pensando únicamente en el parque.
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