Su filmografía va siempre in crescendo. Si en Intocable la carga cómica estaba sobre los hombros de Omar Sy y François Cluzet, y en Samba el protagonismo crecía hasta el cuarteto, en C’est la vie Eric Toledano y Olivier Nakache han dado un salto exponencial para hablar del ‘making of’ de una boda a través de la horda de trabajadores. “Teníamos la necesidad de rodearnos de mucha gente que viniera de especialidades distintas, de trabajar en un entorno diferente con la presión de que todo sucedería en un día”, explica Nakache.
Fue fácil, reconocen, buscar una perspectiva diferente a las películas de bodas que históricamente ha escupido la gran pantalla. “En Estados Unidos siempre se centran en los amigos de los novios, en Francia todos los títulos que hemos tenido son muy malos”, asegura Toledano. Ellos bebieron del Marriage de Robert Altman, del excelente sketch de Damián Szifron en Relatos Salvajes e incluso de ciertos “elementos cómicos” hallados en La regla del juego de Renoir.
Lejos del reciente rosario de comedias sexualizadas y desmesuradas sobre despedidas de soltero, el tándem francés construye una comedia blanca, elegante, con ciertos toques de intelectualidad y en la que sobresale de nuevo su don para la creación de situaciones hilarantes y diálogos absurdos. Chistes lingüísticos incluidos. La comedia del caos está servida.
Sin embargo, la boda era sólo una excusa. Los cineastas franceses reconocen que C’est la vie nació de “la sombra” de esa escena de Samba en la que Omar Sy se afanaba fregando platos en una cocina al margen de la acción festiva que ocurría fuera. “Nos dio ganas de hacer un relato sobre las bambalinas”, reconocen.
En el film, Max (Jean-Pierre Bacri), es el encargado de gestionar y hacer funcionar la anarquía de una veintena de cocineros, friegaplatos, fotógrafos, camareros y djs que existen en el backstage de una lujosa boda en un castillo francés del siglo XVIII. Una cara oculta en la que, como ya es habitual en el cine de Nakache y Toledano, conviven diferentes culturas, razas y orígenes. La inmigración, cierta crítica social, el trabajo ‘en negro’. “La película refleja a la clase media trabajadora francesa. No es el tipo de gente que encontrarías en Wall Street. Y forman un grupo en el que al principio nada funciona, todo es desigual, pero tienen que buscar la armonía. En ese sentido es como la Francia actual: todos parecen estar enfrentados pero existen puntos en común y tienen que acabar por adaptarse”, detallan.
Esa paulatina armonización llega, una vez más, a través de la música. Además del momento Can’t take my eyes of you -llamado a resucitar el efecto de la grandiosa escena del Boogie Wonderland en Intocable-, la excelente banda sonora creada por Avishai Cohen se adapta a la historia y la acompaña en su tensión y la resolución de sus nudos. Una buena comedia, al fin, en la que uno se descubre carcajeando en la que el riesgo de los directores se concentra más en hacer funcionar ese enorme engranaje de personajes -en los que conviven actores veteranos, nuevos talentos e incluso fichajes de la Commedia dell’Arte- que en los temas.
La cinta, que se estrena mañana viernes 26 y que fue presentada en la última edición del Festival de San Sebastián, da el pistoletazo de salida a los actos previos el II BCN Film Fest. Está nominada al Goya a la Mejor Película Europea y espera a conocer las nominaciones a los premios César el próximo 30 de enero después de conseguir más de 3 millones de espectadores en Francia
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