‘Mentes maravillosas’, intocable

“¿Por qué tenemos tendencia a destrozar las llamadas feel-good movies?”, preguntaba un crítico de cine hace unas semanas en su reseña de CODA: los sonidos del silencio, gran triunfadora de la última edición de los premios Oscar. Se me ocurren varias razones, pero en el fondo todos sabemos que la principal es el hecho de que recurren descaradamente a los tópicos y buscan emocionar, entretener y transmitir buenrollismo al espectador de la manera más descarada posible. Sucede a menudo con muchas películas francesas, y ahí están los ejemplos de films como Intocable – destrozada por muchos críticos y gran éxito de público en todo el mundo –, C’est la vie o incluso La familia Bélier – en cuyo argumento se basa precisamente la ya mencionada CODA –.

Es también el caso de Mentes maravillosas, película dirigida por sus a la vez protagonistas Bernard Campan y Alexandre Jollien, que llega a nuestras salas este viernes 13 de mayo. El film, que contó con una gran acogida por parte del público durante su preestreno en el último Festival de Málaga, cuenta la historia de Louis, un hombre que dirige una funeraria y que, un día, atropella accidentalmente a Igor, un chico que se dedica a repartir verduras a domicilio y que padece discapacidad intelectual. Cuando Louis deba emprender un viaje en carretera para transportar el cuerpo de una difunta, Igor le seguirá, y poco a poco se irá entablando una gran amistad entre ellos.

Les seré sinceros: no hay nada que soporte menos que los tópicos. “Huid de los tópicos”, era el consejo que nos daban a aquellos que nos queríamos dedicar al cine. Por lo tanto, cuando veo una película que recurre a toda clase de clichés de forma tan descarada como la que aquí nos ocupa, me cuesta mucho tomármela en serio. Y con una presentación de personaje con discapacidad intelectual que te obliga a sentir lástima por él al instante, una música absolutamente de librería que lo único que hacía era buscar (aún más) la lágrima fácil y una factura visual más pobre, me era imposible no tener la sensación, durante gran parte del visionado de la película, de estar viendo un telefilm del todo infumable.

“No tienes corazón”, me decía a mí mismo, o “No tienes que tomártela tan en serio”, eran algunas de las frases que rondaban por mi cabeza. Porque si quieren que les diga la verdad, hay una parte de mí que considera que a veces es necesario ser objetivo dentro del mundo de la crítica especializada, y del mismo modo que debemos juzgar, a la hora de ver una película, qué pretende relatarnos y de qué forma – lo más importante para un servidor cuando va al cine –, también debemos tener en cuenta qué sensaciones nos ha generado el film que hemos visto y, sobre todo, a qué público va dirigido y ante qué tipo de propuesta estamos. Porque por más que nos guste a algunos, no podemos juzgar una película de este calibre como si fuera una obra de autor.

Dicho esto, hay un momento en el que todo cambia para quien escribe estas líneas durante el visionado de Mentes maravillosas, y es, precisamente, durante el último tramo de la película. En una escena en concreto – posiblemente lo mejor de la cinta junto a la pareja protagonista –, Louis contrata a una prostituta en un hotel para tener relaciones sexuales con ella. Están a punto de empezar cuando son interrumpidos por Igor, quien ha hablado previamente con ella y que se acerca para pedir un poco de dentífrico. Louis accede, y tras la interrupción decide no continuar con el acto sexual que iba a dar comienzo. La prostituta, por su parte, decide ir a pasar la noche con Igor, a quien desvirga por completo. Tras gran parte del metraje conviviendo con el personaje discapacitado, el espectador empieza a comprenderlo mejor, y la química que fluye entre los dos actores – estupendos Bernard Campan y Alexandre Jollien – termina por contagiar de alguna manera esa alegría y empatía que la película pretende transmitir al público, dejándole con buen sabor de boca y la sensación de haber asistido a una historia de amistad tan simple y evidente como, en el fondo, convincente. “Es malísima, es un empacho”, se oía al finalizar la proyección. Sí, es una feel-good movie e incluso, si así lo desean, un guilty pleasure (placer culpable), pero no por ello merece ser destrozada.

Miquel Felipe
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Graduado en Cinematografía por la ESCAC y en contacto con el CineClub Vilafranca desde mi infancia, empecé a reseñar películas en Internet a la edad de nueve años, labor que he continuado hasta el día de hoy. Aunque suelo ver todo tipo de propuestas, siento especial fascinación por los siguientes géneros: la ciencia ficción, el cine fantástico, el terror y el cine negro.

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