James Nunn, director de la película que aquí nos ocupa, ha declarado que el proyecto ‘’nació con la intención de ser realista’’, motivo por el cual ha decidido realizar su obra simulando un plano secuencia. Y si André Bazin levantara la cabeza, probablemente hubiese apoyado por completo dicha decisión, pues según el teórico francés, era uno de los recursos que transmitían mayor realismo a nivel cinematográfico. De esta manera, resulta posible afirmar que, al menos en el plano formal, la propuesta resultaba de lo más interesante.
El film, protagonizado por Scott Adkins, Ashley Greene y Ryan Phillippe, conocidos por haber desempeñado roles secundarios en grandes producciones como Dr. Strange (Scott Derrickson, 2016), la saga Crepúsculo (VV. DD., 2008-2012) y Banderas de nuestros padres (Flags of Our Fathers, Clint Eastwood, 2006) respectivamente, relata la historia de una brigada de élite que llega una cárcel de máxima seguridad situada en una isla con la intención de trasladar a un prisionero turco hacia Washington, pues sospechan que el individuo en cuestión es en realidad un terrorista que ha colocado una bomba en la ciudad. Sin embargo, la misión se verá truncada en cuanto un grupo de rebeldes tome control del lugar dispuestos a llevarse al mismo prisionero.
No obstante, a pesar de que los primeros minutos del metraje resultan bastante decentes – debido en gran parte al dispositivo utilizado en la puesta en escena – y de que el film parte de una premisa que probablemente firmaría el John Carpenter de Asalto a la comisaría del distrito 13 (Assault on Precinct 13, 1976), One Shot tarda bien poco en convertirse en un espectáculo aburrido y plagado de tópicos, más digno de recibir el calificativo de ‘’película directa al mercado doméstico’’ que de recibir el muy peyorativo calificativo de ‘’telefilm’’.
Parece haber, incluso, un momento en el que One Shot pretende integrar una cierta crítica al sistema norteamericano y a las decisiones tomadas por el gobierno de los Estados Unidos a través del personaje de Amin Mansur – el prisionero al que la unidad de élite pretende trasladar a Washington –, siendo éste aparentemente uno de los pocos instantes destacados de la película a nivel narrativo, pero sin embargo en ningún momento llega a cristalizar ni tampoco salva al film de caer en los clichés propios de una película del género, a lo que se suma un desarrollo de personajes de lo más perezoso que hace que todos ellos resulten planos y se pierda por completo el interés por lo que sucede en pantalla, siendo una muerte transcurrida a pocos minutos del final el único momento satisfactorio a ojos del espectador.
Por lo tanto, sólo queda afirmar que One Shot es un largometraje totalmente prescindible, con escaso interés tanto a nivel narrativo como incluso a nivel formal, que ni siquiera consigue su propósito de entretener a lo largo de unos 90 minutos que se hacen más largos de lo que a uno le gustaría admitir y en el que tampoco las secuencias de acción logran su cometido, dando como resultado un film prácticamente tedioso y digno de ir directo al circuito comercial.
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