ALBA SOTORRA: “Mi documental sirvió para que EEUU presionara a Europa para la repatriación de las mujeres del ISIS”

La filmografía de Alba Sotorra incluye proyectos en Turquía, Qatar e Irán. Antes de The Return: Life After ISIS Alba Sotorra (Reus, 1980) había pasado tres años en Siria siguiendo a una comandante y al batallón de mujeres kurdas que luchaba contra el Estado Islámico desde primera línea. Una convivencia en pleno frente de guerra que plasmó en Comandante Arian y que, después del conflicto, le daría acceso exclusivo a uno de los campos de detención sirios en los que acabaron los hijos y las mujeres de los combatientes del ISIS, muchas de ellas occidentales. Un limbo en el que expían sus errores y cumplen una condena sin sentencia, al tiempo que sus países de origen las miran entre la desconfianza y el odio. Estados Unidos, Bélgica, Reino Unido o Alemania prohibían sus regresos e, incluso, les retiraban la nacionalidad para hacer el proceso aún más complejo. Un microcosmos político, (polémico) y social que Sotorra disecciona en un film con el que compite por el Goya al Mejor Documental y ante el que es imposible quedarse indiferente.

Tu documental nace gracias a ese ‘puertas abiertas’ en el campo de detención de Roj, ¿cómo sentiste esa oportunidad?

Durante el rodaje de Comandante Arian forjé un lazo muy fuerte con toda la guerrilla kurda femenina, que son quienes guardan y protegen estos campos de detención. Cuando planteé la idea de hacer un documental allí la propia Arian llamó para decir  “Alba es amiga, es de las nuestras. Déjala entrar que es de total confianza”. Tuvimos ese acceso raro y privilegiado que hasta ahora no ha tenido nadie. Pueden entrar periodistas pero sólo un par de horas, creo que tampoco pueden elegir a quién entrevistan o sí pero de forma muy limitada. Nosotras estuvimos meses.

¿Tenías claro el enfoque del documental en el momento de entrar a grabar allí?

Inicialmente el proyecto era distinto. Yo entré con la idea de seguir el proceso de la mujer kurda. Me parecía muy fuerte y muy valiente que mujeres kurdas que han sido quienes han sufrido la violencia del Estado Islámico de forma más bestia –han luchado contra ellos, ha habido bajas de soldados kurdas, de civiles, han perdido hermanos, amigas, sus ciudades han sido destruidas- y a pesar de todo, han sido las primeras que acabaron entrando en esos campos por humanidad. Mientras, Europa miraba hacia otro lado pensando ‘uy qué incómodo estas mujeres, qué políticamente complicado va a ser traerlas o qué peligroso’. Ellas sienten que estas otras mujeres también son víctimas de esta guerra tan dolorosa y hay un dolor que las une. Pero también sienten la necesidad de entender y abren un diálogo, que es muy valiente y emocionalmente muy difícil. De alguna forma hasta hace nada estas mujeres eran sus enemigas más brutales, estaban en el bando enemigo. Y a mí esto me parecía muy inspirador. No es fácil entrar, ponerte a escuchar o tenderle una mano a quien ha sido tu enemiga.

¿Crees que eso solo podía darse entre mujeres?

Estoy segura –lo he visto, lo he vivido- de que la mujer tiene una capacidad muy grande para encontrar vías alternativas que nos conduzcan a la paz, para resolver conflictos desde un lugar que no sea la violencia, por un tema biológico, maternal, de inteligencia emocional. Hay que tener mucha inteligencia emocional para hacer lo que estas mujeres kurdas. También visitamos las cárceles de hombres y no tenían absolutamente nada que ver. Los hombres tenían las manos manchadas de sangre y entiendo que era mucho más complicado. Pero sí que me sorprendió que los kurdos que guardaban a los presos del Estado Islámico, a pesar de que los tenían hacinados en celdas, -también por falta de recursos-, tenían cierta humanidad con ellos. Allí no existían las torturas, o al menos que nosotros supiéramos. Les trataban con dignidad. Y eso no pasaba en las cárceles de Bashar al-Ásad o en las de Iraq. Por eso se fueron todos a rendir a los kurdos.

¿Qué sucedió para que esa idea inicial acabara transformándose en un retrato de los porqués de las mujeres europeas que se unieron al ISIS?

La verdad es que todo cuando entramos –y en el equipo había muchas mujeres kurdas- sentíamos una mezcla de miedo, desconfianza y recelo hacia estas mujeres. Y estábamos convencidas, yo estaba convencida, de que no tendrían nada que decir que nos pudiera interesar, que no tenían mucho en la cabeza porque pensaba ‘¿quién en su sano juicio se une al ISIS siendo mujer?’ Luego me di cuenta del gran prejuicio, y mira que como documentalista cuando empiezas un proyecto no puedes ir con una idea preconcebida. Pero luego empezamos a escucharlas…

¿Cómo reaccionaron ellas ante su propuesta?

Al principio había muchos silencios, les costaba mucho abrirse. A mí me parecía que era falta de honestidad, porque entre ellas no querían decir lo que pensaban. Pero luego te das cuenta de que están completamente traumatizadas, venían de una situación extrema: pasaron mucho miedo, temieron por sus vidas y las de sus hijos, algunas los habían perdido. Habían vivido años bajo el Estado Islámico con una profunda paranoia y acababan de salir. Los medios de comunicación habían hablado muy mal de ellas y sentían que sus palabras habían sido tergiversadas. Y tenían miedo. Estaban muy asustadas. Mucho más que nosotras. Sentían miedo de nosotras y de lo que pudiéramos hacer con lo que íbamos a filmar allí. Con el tiempo todas nos relajamos y ahí es cuando empezaron a salir cosas interesantes y empezaron a abrirse y nosotras a escuchar.

¿Qué representan las protagonistas de su documental dentro de todas las mujeres del campo?

Representan una parte muy grande. En Roj Camp –porque hay otros más heavies- yo diría que un 95 o 98% de la gente estaba ya muy distanciada del Estado Islámico, se habían sentido engañadas, estaban arrepentidas de haber ido y querían volver a casa y tener una vida normal. Pero habían pasado años dentro del Califato entre el miedo, la soledad y la paranoia. No podían decir lo que pensaban porque nunca sabían si el de al lado era un espía, si te iba a denunciar. Y las represalias por disidencia o por pensar contra el Estado Islámico eran muy fuertes, eran de cárcel, eran de lapidación, eran de torturas. Ni siquiera hablaban entre ellas de ‘cómo estás tú, qué piensas tú’. Pero lo cierto es que las hablaban y las que participaron en el taller organizado por las mujeres kurdas eran las valientes.

Porque según su película también temían la reacción de algunas otras mujeres del campo.

Como siempre, como en cualquier cárcel, había un grupo de chicas más radicales que estaban organizadas y que metían mucha presión a las mujeres que estaban solas. Para las que vinieron al taller y decían ‘yo no me siento afín a esta ideología’ les dio mucha fuerza el hecho de empezar a escuchar lo que las otras contaban. Cada vez decían más abiertamente lo que pensaban. Y al hacerse amigas, porque esto las unió, se hizo este otro grupo en el campo que ayudó a que muchas otras mujeres pudieran decir que ya no estaban con el Estado Islámico. Y empezaron a relajarse incluso a la hora de vestir, a llevar tejanos, o a quitarse el pañuelo.

Sus protagonistas habían llegado detenidas al campo tras la caída del Estado Islámico, pero da la sensación de que viven en un limbo sin saber cuánto tiempo tienen que pasar allí. ¿Es así?

Ésa es la gran injusticia. No han sido juzgadas, no han tenido derecho a un abogado, a un juicio. Todo lo que contemplan los derechos humanos internacionales más básicos no se les ha concedido. Hasta un asesino en serie es juzgado y condenado con derecho a una defensa. Ellas reclaman que las juzguen y que, si hay condena, empiece a contar ya. Ahora mismo están en un limbo. Estos tres años que llevan allí no cuentan para nada.

Pese a que no aparecen en el film, ¿encontraste mujeres españolas en el campo?

Sí, cuando ya estábamos rodando el documental llegaron tres mujeres españolas con un montón de niños. Les hice llegar la propuesta de si querían participar, pero no hubo respuesta y no insistí. Una de ellas era una chica conversa del Barrio de Salamanca de Madrid, que es el caso más extravagante que tenemos en España. Se había casado con un chico marroquí. Las otras tres –porque una cuarta estaba en otro campo- eran de origen marroquí.

Uno de los puntos fuertes de su documental y de la historia es intentar entender, precisamente, qué llevó a estas mujeres occidentales a unirse al ISIS. ¿Consiguió entenderlas con sus relatos?

Emigraron porque creían que, si existía un estado islámico, era el lugar en el que como musulmanas les tocaba ir. Que tenían que estar. Muchas de estas chicas habían sentido que en Europa no eran libres de practicar el Islam como ellas querían, pero básicamente por las normas de la vestimenta. Luego se han dado cuenta de que la apariencia es lo de menos y por eso muchas se han quitado el pañuelo. Pero les vendían la falsa idea de que en el califato podrían vivir en igualdad entre diferentes clases sociales, entre diferentes nacionalidades, sin marginación ni discriminación.

Con sus testimonios también da la sensación de que buscaban un sentimiento de comunidad que no habían tenido o que habían perdido, como en el caso de la mujer canadiense que habla del síndrome del nido vacío.

Ése es el gran elemento común entre ellas: el sentirse discriminadas, aisladas, muy solas. En parte viene dado por venir familias musulmanas o inmigrantes, pero también la adolescencia tiene mucho de eso. Cuando eres adolescente te sientes distinto a todos y estás desesperado por formar parte de un grupo. Y ellas derivaron hacia allí y cometieron el gran error de su vida. Un error con consecuencias para siempre. Pero eran muy jóvenes todas.

¿Qué papel jugaron Internet y las redes sociales en venderles esa Arcadia islámica?

Un papel crucial. El Estado Islámico jamás habría existido en un momento pre-redes sociales. Justamente ha sido el primer grupo de extremismo violento que ha usado toda la fuerza de las redes para poder reclutar de una forma targeteada, por sectores. Los chicos recibían un tipo de propaganda muy diferente del de las chicas. Y las chicas de Europa tenían una propaganda distinta que las chicas de Indonesia u otros lugares. Los imanes que salían como setas por las redes les hicieron creer que su obligación como mujeres musulmanas era ir allí, que si no lo hacían, estaban actuando en contra de ellos.

Pero además el algoritmo hacía que, cuando empezaban a obsesionarse con el tema de Siria, todo el rato les aparecieran más mensajes de cómo sufrían los niños de allí, de que Bashar al-Ásad estaba torturando a niños y a adolescentes en las manifestaciones. Hay una radicalización en parte, o por culpa, del algoritmo de las redes que te va mostrando más y más de lo que tú vas mirando. Hasta que entras en una burbuja de locura.

¿Cuánto tardó en cuajar en ellas esa propaganda?

El proceso de radicalización fue cuestión de meses. La mayoría venían de familias musulmanas –chicas conversas hay pocas, en la película solo Kimberly-, pero algunas de ellas ni siquiera habían sido practicantes antes, ni tampoco sus familias. Algunas fueron con sus maridos, pero la mayoría iban solas. Y lo primero que pasaba cuando llegaban a Siria es que las ingresaban en una madrasa y comenzaban a organizarles  speed dating porque eran obligadas a casarse.

Me sorprendió una crítica en ‘The Guardian’ en la que el crítico aseguraba que tu documental muestra claramente que estas mujeres no sienten ningún tipo de remordimiento. ¿Coincide con tu visión?

Los medios anglosajones han sido muy duros, y no entiendo cómo pueden ser tan duros como con chicas como Shamima. Que a tu Gobierno se le escapen tres niñas de 15 o 16 años de un instituto, que de ellas solo sobreviva una, que pierda a sus tres hijos y que le retires la nacionalidad… Tenía 15 años, es obvio que ella sí ha sido víctima del tráfico sexual que el ISIS hizo con todas las mujeres que pudo, para que fueran allí y que los combatientes se las fueran pasando de uno a otro. Muchas fueron casadas por obligación. Eran niñas. Es ilegal en nuestro territorio. ¿Cómo pueden culparla a ella de todo esto?

En un momento del documental ellas se escriben cartas a la chica que eran cuando tomaron la decisión de unirse al ISIS y muestran ese arrepentimiento. ¿Crees que es por las consecuencias personales que ellas han sufrido o son conscientes de la magnitud de lo que ha supuesto el ISIS?

Hay una parte en ellas que, como sienten que han sido engañadas, no piensan que hayan hecho algo malo per se. Les cuesta mucho aceptar esta parte de culpa de haber decidido ir. Lo más importante ahora es que abiertamente digan que están en contra del Estado Islámico, que son dictadores, es una secta, que son corruptos. Y lo dicen en el documental. Lo dice Hoda, Gudad… Todas lo piensan pero están todavía en Siria. El Estado Islámico tiene un montón de células durmientes, tampoco pueden hablarlo muy alto. Algunas de ellas están en listas negras, sus cabezas tienen precio. Occidente tiene que entender que hasta que no estén en suelo occidental no pueden explicar abiertamente todo lo que han visto. Las que lo hacen son muy valientes, pero es muy peligroso. Obviamente hay una parte muy grande de arrepentimiento por lo que ha supuesto para sus vidas. Gudad, la chica alemana, decía que ella pensaba que en Europa estaba maltratada, menospreciada o discriminada, y que cuando llegó al Estado Islámico allí entendió lo que significaba la discriminación. Especialmente por ser mujer.

Hay un giro muy importante en la película que es cuando muestras a sus maridos, que hasta entonces han sido como protagonistas ausentes. ¿Cómo te planteaste retratar ese punto?

Cuando las fui conociendo yo pensaba ‘bueno, en algún momento tendremos que tratar el tema de sus maridos’. Y deseaba, hubiera puesto velitas, para que al menos odiaran a sus maridos. ¿Cómo van a seguir queriendo o respetando a unos hombres que las han llevado a esto? Luego ves que algunas les odian y otras no, que lloran por pensar dónde están ellos. Pero entiendes las relaciones que se generan en una pareja en un contexto de guerra. Él es el poderoso, todo depende de él, tu vida depende de él, tu supervivencia y la de tus hijos. Se generan emociones que son muy difíciles de entender desde lo racional. Ellas estaban solas, solo podían hacer piña con ellos.

En el documental se muestra cómo la mayoría de países occidentales negaban el regreso a estas mujeres. ¿Cómo han evolucionado sus historias después del rodaje?

Ahora han empezado las repatriaciones. Francia ha repatriado, Bélgica, Rusia… Creo que Estados Unidos el que más ha repatriado y que fue empujando a los países europeos a hacerlo.  De nuestras protagonistas, la chica alemana ha sido repatriada y le va muy bien. Hace un par de meses que ha vuelto y ha empezado de cero en una ciudad donde no la conoce nadie. Ha tenido suerte porque su familia la ha aceptado de vuelta y la quiere un montón. Y eso que no son practicantes ni nada. Lo único es que la familia está haciendo un esfuerzo para hacer como que no ha pasado nada y ella no lo soporta. Porque para ellas han pasado muchas cosas. Nosotras estábamos en contacto con algunas familias durante el proceso del documental y verlo ha sido muy fuerte para ellos, les sobrepasa.

En cambio otra chica del taller ha vuelto a Holanda y la han metido en la cárcel. Pero ellas prefieren regresar aunque sea para ir a la cárcel.

¿Cómo valora la recepción del documental, con nominaciones y premios en más de una docena de festivales?

Hemos tenido un recorrido muy potente en festivales y estoy muy contenta, aunque empezamos el tour on-line, lo cual ha sido muy raro, porque de la reacción del público al principio no sabíamos nada. También ha habido mucha repercusión en prensa,  sobre todo en Inglaterra. Dos páginas en The Times, The Guardian. Que nos llamen para ‘Good morning, Britain’…

¿Sientes que se ha abierto también un debate social y político en torno al tema de las repatriaciones?

Sí, he tenido la sensación de que está habiendo mucho debate alrededor del documental, incluso un viraje en la opinión pública. Lo notamos porque los medios importantes hicieron reportes más favorables sobre el tema que los que habían hecho antes. En EEUU tuvo una repercusión política fuerte porque nos contactaron del State Department para pedirnos la película y proyectarla en embajadas americanas en países europeos porque querían utilizarla para hacer presión política.

¿Cómo de importante es para ti conseguir ese debate, esa repercusión e incluso la propia denuncia en tu cine?

El cine es una ventana para poder ver el mundo desde otro lugar. Y creo que es el sueño de un documentalista, o al menos el mío, hacer con tu cine que haya una mirada distinta a un asunto, que sacuda y que te haga cuestionarte cosas: la función de los medios, las segundas oportunidades, la empatía. Para mí es muy satisfactorio ver que algo que has creado mueve debate y tiene repercusiones.

Hace dos años se habló de que España había vivido ‘el gran año del documental’. ¿En qué situación dirías que está ahora?

Creo que a la gente le interesa cada vez más el cine de lo real  y desde hace unos años ha empezado a ganar mucho terreno en cuanto a públicos. También porque se ha enriquecido mucho en cuanto a formas y por la libertad de cómo contar las cosas. En las nominaciones a los Goya somos 4 documentales tan distintos que son una muestra de esa riqueza y variedad del cine documental.

¿La producción del documental también vive un buen momento?

Bueno, con el COVID ha sido muy dramático y la gente se está acostumbrando cada vez más a las plataformas. Y me preocupa porque las grandes plataformas apuestan por documentales muy concretos, por true crime, y no hay tanto espacio para otro tipo de documentales. Me gustaría que tuviera también más presencia en las escuelas, porque también hay que educar a los nuevos públicos, que son los que cuestan más traer a las salas. Pero en general creo que vivimos un buen momento para el documental.

Laura Jurado
Acerca de Laura Jurado 54 Articles
Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense (2008), y especializada en Producción Cinematográfica tras cursar el máster de ESCAC (2017). Fanática de Linklater y Lanthimos. Amante del cine escandinavo. Después del curso sobre Cultura Cinematográfica y Televisiva en Escandinavia con la Universidad de Copenhague, debutó en el cine como auxiliar de producción de ‘A Woman at War’, la segunda película del islandés Benedikt Erlingsson.

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