En Fue la mano de Dios, Paolo Sorrentino nos comparte un buen pedazo de sus memorias de juventud: la muerte de sus padres, su despertar sexual y cinéfilo y la llegada de Maradona a un Nápoles expectante, ansioso por disfrutar del campeón argentino. En su conocido exceso, uno de los personajes de la obra nos anuncia que “si Maradona no viene al Nápoles, me suicido”. No hizo falta. La película, bañada por la estética y los diálogos típicos del director de La gran belleza (2014), presenta a una gran familia italiana que se ríe hasta de su sombra con cierto costumbrismo italiano, pero también con muchos artificios seductores como un apabullante banquete. Y lo más bello es que no acabamos de visualizar dónde está el inicio y el fin de la realidad que muestra, de esas memorias. Desde el 16 de diciembre, la cinta puede disfrutarse en Netflix.
| ‘Fue la mano de Dios’ es un film tan dramático y festivo como la propia vida
Pareciera que la película de Sorrentino fue ideada después del fallecimiento del jugador argentino, pero lo cierto es que cuando este murió el film ya había sido rodado. Difícil ligar la relación que podía haber entre el barroco director y el futbolista: ¿por qué llamar a su novena película como se conoce al gol anotado con el puño por Maradona en la Copa Mundial de Fútbol de 1986? Porque fue por asistir a un partido del Nápoles que Paolo se libró, seguramente, de morir junto a sus padres a causa de una fuga de gas. Este traumático hecho y la aceptación de tal pérdida es lo que narra È stata la mano di Dio, un film tan dramático y festivo como la propia vida.
La trama está protagonizada por Fabietto (Filippo Scotti), un Sorrentino encubierto, y su familia (el padre es encarnado por su actor de confianza, Toni Servillo) durante lo que parece un verano en la costa de Nápoles. Hay excesos y originalidad en la historia, que nos muestra el enamoramiento de Fabietto por su tía Patrizia (Luisa Ranieri), toda una mujerona italiana, al mismo tiempo que nos enseña que el primer encuentro sexual no tiene por qué suceder con alguien especial (este fragmento junto a la baronesa es, posiblemente, una de las mejores escenas del año). Asimismo, a Fabiè le resulta difícil trabar amistad con gente que no pertenece al núcleo familiar, un detalle que solo hace que profundizar en las relaciones que Fabietto-Paolo mantenía con sus padres y hermanos.
Fue la mano de Dios contiene lo mejor de Sorrentino con el añadido de que ahonda en un hecho personal que, finalmente, se relaciona con el séptimo arte: todo es cine. El protagonista explota ante el director Antonio Capuano -mentor del propio Paolo y a quien Fabietto sigue tras una obra de teatro- para confesarle que lo que más ansía en esta vida es poder explicar lo que siente y retratar por qué no le dejaron ver el cadáver de sus progenitores: un detalle simple que el director italiano magnifica como hiciera con la amistad en Las consecuencias del amor (2004). Un gesto de amor hacia el cine como contenedor de sentimientos y, al mismo tiempo, como canal para la explosión de los pensamientos más personales y crípticos.
El ganador del Óscar a mejor película extranjera en 2014 ya tomó el fútbol como referente en su primera obra: El hombre de más (2001), donde el protagonista era un entrenador de calcio frustrado. Con su último film, Sorrentino sigue agrandando su legado fílmico al incorporar una pseudo milagrosa casualidad que marcó su juventud: el día que Maradona le salvó la vida.
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