¿Qué está pasando con el cine húngaro?

'Those who remained' se ha presentado en el Atlántida Film Fest de este 2020.

Historia, política y casualidad se unen para que la producción cinematográfica húngara experimente un salto de calidad

El premio Oscar a mejor película de habla no inglesa para El hijo de Saúl y el Oso de Oro en Berlín para el drama En cuerpo y alma han puesto en escena al cine húngaro, que irrumpe en el panorama cinematográfico internacional con apuestas brillantes. ¿Cuáles son las causas de este súbito salto de calidad en la producción cinematográfica del país? Podemos decir que es una combinación de factores, entre los que se mezclan historia, política, y azar.

Cuando en el pasado Festival de Cine D’A se anunció que una de las películas sorpresa sería Satántángó (1994), la monumental obra de Béla Tarr, se constató la vigencia de una carrera fílmica que se inició en los setenta e influyó en buena parte del cine europeo de aquellas décadas y posteriores. A su vez Béla Tarr es el continuador de una tradición fílmica que incluye nombres como Miklós Jancsó, Itsvan Szabó, Lajos Koltai, Zoltán Fábri y Márta Meszárós, realizadores que desarrollaron sus filmes durante lo más álgido del realismo socialista, consiguiendo aun así escapar de los clichés del cine elaborado para el público proletario.

‘Satántangó’, de Béla Tarr.

El devenir de la industria cinematográfica húngara siguió los pasos de buena parte de los países que formaban parte del Telón de Acero: producción supeditada a los intereses del gobierno durante la época soviética, desmembramiento de la industria con la caída de los regímenes comunistas, y lento renacimiento a medida que se van recuperando los usos democráticos.

La diferencia en el caso de Hungría viene dada precisamente por la deriva ultraderechista del gobierno en 2010. Después de un ejecutivo socialdemócrata que sufrió los estragos de la crisis de 2008 y acabó por ser víctima de sí mismo – un audio filtrado del presidente Gyurcsány en que reconocía que había mentido sobre la situación económica del país lo hundió electoralmente-, la poca tradición democrática y el excesivo populismo condujeron a una victoria abrumadoraen las elecciones por mayoría absoluta del partido Fidész dirigido por Viktor Orbán.

Con su llegada se cambian diversos aspectos de las estructuras que afectan a la industria cinematográfica. La primera de ellas se refiere a la Comisión Nacional del Cine del país: se impone por ley una reducción de la cantidad de obras que la comisión puede producir cada año. La segunda afecta al grupo dirigente de la comisión: se nombra a Andrew G. Vajna como máxima autoridad.

Wajna era uno más de los exiliados húngaros que había desarrollado su carrera en Hollywood, siguiendo los pasos de ilustres compatriotas que eligieron la meca del cine y llegaron a dirigir buena parte de la industria de principios de siglo, como la del que llegaría a ser presidente de la Fox, William Fox; Adolph Zukor, que fundaría la Paramount; Alexander Korda, nombre imprescindible en el cine británico; y ya en el terreno de la dirección, Michael Curtiz, el realizador de Casablanca. Para una evocación del rodaje con un retrato nada complaciente con el director podemos visionar Curtiz (Tamás Yvan Topolanszky, 2018); en este biopic, además de trazar un semblante del irascible y mujeriego realizador y de recrear varias de las escenas más míticas del film se nos presenta un adelanto de lo que desembocará en el Comité de Actividades Antiamericanas, en la figura de un censor del ejército preocupado por que lo cinematográfico no altere lo propagandístico.

Entre censura y censura…

En el caso de Andrew Wajna, nos hallamos ante el fundador, junto con Mario Kassar, de la productora Carolco. En 1982 debutaron con Acorralado (Ted Kotcheff), a la que siguieron Rambo II (1985, George Pan Cosmatos), El corazón del angel (1987, del recientemente desaparecido Alan Parker), Desafío total (1990, Paul Verhoeven), Air America (1990, Roger Spottiswoode)… En 1989 vende su participación en Carolco y crea Cinergi Production, con la que produce y estrena Tombstone: la leyenda de WyattEarp (1993, George Pan Cosmatos), El color de la noche (1994, Richard Rush), La letra escarlata (1995, RolandJoffé), Nixon (1995, Oliver Stone), y Evita (1996, nuevamente Alan Parker), entre otras.

Paralelamente a su carrera como productor, y siempre preocupado por dar apoyo a la industria del cine de su país hasta su muerte, Wajna abre las puertas de Hungría a las producciones internacionales. Varios de los títulos de su producción se filman en Budapest, como Evita, y ejerce su influencia para que otras productoras occidentales consideren la idea de utilizar a su país como plató, como en el caso de Evasión o victoria (1981, John Houston) y Danko: Calor Rojo (1988, Walter Hill). Aunque Budapest ya llevara años siendo la Meca de producción del cine pornográfico, la industria auxiliar -sin producciones no hay industria- experimenta un empujón considerable.

La reducción en la producción de filmes buscaba una manera de controlar una industria nada afecta a la ideología del partido gobernante: menos películas, menos crítica social. Para hacernos una idea de cómo funciona el partido ultraderechista y del discurso que difunde, es de especial utilidad el documental Hungría 2018 (Eszter Hajdú, 2018), en el que asistimos a la campaña electoral del principal partido opositor, comandado nuevamente por Gyurcsány, mezclado con los delirantes mítines y proclamas gubernamentales del partido en el poder. En estas elecciones el partido Fidész amplió aún más sus resultados.

El documental ‘Hungría 2018’ muestra la agresiva campaña anti-inmigración de Fidész.

Paradójicamente, la reducción en el número de títulos tuvo como efecto colateral no buscado el que la calidad de las obras surgidas de la comisión sufriera un aumento considerable: menos películas, más recursos a destinar a cada una de ellas, especialmente por lo que se refiere a la preproducción, y muy especialmente al control de la calidad de los guiones. Wajna, desde la presidencia de la comisión, duplicó el presupuesto destinado a la producción nacional entre 2011 y 2014, estableció un sistema de apoyo a la financiación, marketing, ventas y participación en festivales internacionales, y continuó fomentando que producciones extranjeras se filmaran en Hungría.

Fruto de esta suma de factores fue sin duda el éxito de El Hijo de Saúl (Saul Fia, László Nemés, 2015), la segunda película húngara en ganar el premio Oscar a mejor película de habla no inglesa en toda la historia del país, después de más de treinta años. El hijo de Saúl es un drama vivido en primera persona por un Sonderkommando, los prisioneros de los campos de exterminio encargados de colaborar con sus carceleros en tareas inhumanas, como el vaciado de las cámaras de gas. El protagonista Saúl cree reconocer a su hijo entre las víctimas de una sesión de exterminio e intenta enterrar su cuerpo para salvarlo de la indignidad de ser incinerado.

Uno de los grandes aciertos de la película es el tratamiento formal de la imagen, con planos subjetivos de una profundidad de campo muy limitada, con lo que nos sumergimos en lo que el protagonista ve en cada momento, apenas uno o dos metros por delante de él. A su angustia por intentar esconder el cuerpo se suma el delirio en el que vive, que aún se complica más cuando deje de hacer caso a sus compañeros, que planean la toma del campo.

Saúl en su frenético día.

Lázsló Nemés repitió su apuesta formal en Atardecer (Napszállta, 2018), la historia de una modista que se traslada a Budapest en 1913 para trabajar en la sombrerería de su tío. Planteada a modo de precuela de El hijo de Saúl en su intento por explicar las causas de las guerras, y aunque consiguió un premio FIPRESCI en el Festival de Venecia, esta segunda cinta se queda lejos de la frescura y originalidad de la primera.

En cuerpo y alma (A teströlés a lélekröl, Ildikó Enyedi, 2017) por su parte, es un drama construido a partir de la relación de dos personas heridas que sueñan por las noches que se encuentran en el bosque bajo la forma de ciervos. María empieza a trabajar en un matadero como supervisora de calidad, pero su trastorno autista le impedirá tejer complicidades con sus compañeros de trabajo; su jefe discapacitado, Endre, lidia de manera tranquila con los problemas cotidianos. Ambos son personas incompletas que no lo sabrán hasta que descubran sus sueños comunes y la posibilidad de una atracción mutua, aunque sus personalidades no harán que éste sea un camino fácil.

La ternura, lo onírico, y la simplicidad se unieron en este extraño film para tejer la historia de amor más atípica, pero no por ello menos bella, que el cine occidental ha producido en los últimos tiempos. Fruto de su singularidad fue el Oso de Oro que recibió en el Festival de Berlín, además de la aclamación unánime de la crítica y buena parte del público.

La escena de los playmobil de ‘En cuerpo y alma’, una de las muchas maravillas de la película.

Pero estos filmes, aun siendo la parte más conocida y reconocida de este cine, no es más que una parte de las producciones que empiezan a llegar a nuestro país. One Day (Egy Nap, Zsófia Szilágyi, 2018) por ejemplo, es un viaje al día de una madre coraje, con problemas matrimoniales y dos hijos a los que no puede dar toda la atención que necesitan, a pesar de no hacer nada más durante todo el día que ser abnegada esposa y madre. Premio FIPRESCI en la Semana Internacional de la Crítica de Cannes, el frenético deambular de la protagonista apenas deja tiempo a la reflexión sobre lo injusto de su situación y, por extensión, a la de unas mujeres que deben luchar por formas arraigadas de dominación en una sociedad demasiado tradicional. A nadie se le escapa que este discurso desborda las fronteras de Hungría.

Matones sobre ruedas (Tisztaszívvel, Attila Till, 2016) por otra parte, es una original vuelta de tuerca a los relatos de superación juvenil. El joven Zolika vive atado a su silla de ruedas desde que nació, pero su vida dará un giro cuando coincida en rehabilitación con el exbombero Ruszpasov, que solo lleva tres años incapacitado. Sin aceptar su situación, se pondrá al servicio del jefe de la mafia local, y se convertirá en el más inesperado y letal sicario, arrastrando de paso al joven hacia una vida de tacos, alcohol y peligro. El director se deja llevar por el exceso más comiquero, pero su gran acierto es escondernos un final revelador que cambia por completo el sentido de la película.

‘Pulp fiction’ en silla de ruedas.

Se da la paradoja de que en algunas sociedades donde los medios de comunicación no abordan los grandes temas sociales,el cine viene a llenar el vacío. Ya sea porque se trate de dictaduras o porque provoque una gran crispación en una sociedad muy polarizada, como en los casos de Irán o Israel, es aún así necesario que la población vea expuestos esos temas. En Hungría, donde gran parte de los medios de comunicación tanto públicos como privados sirven a los intereses del gobierno ultraderechista, está pasando lo mismo.

Genezis (Árpád Bogdán, 2018), es un ejemplo de cómo hablar sobre el racismo que asola el país. Basado en el caso real del asesinato de una familia gitana en un pequeño pueblo de provincias, se estructura en tres partes que desde tres puntos de vista diferentes –la víctima, el verdugo, la abogada – construye un relato de permisividad atroz y esperanza a la vez. Aunque excesiva en su metraje y con claros desequilibrios entre la primera parte y las otras dos, consigue transmitir la sordidez del momento y la impunidad del que gozan unas ideas de gran predicamento, visto el éxito político.

Persecución y muerte en ‘Genezis’.

No faltan tampoco revisiones a la historia reciente del país, como la muy recomendable 1945 (Ferenc Török, 2017),que trata el controvertido y oscuro tema del papel que los habitantes jugaron en la deportación y muerte de la comunidad judía durante la Segunda Guerra Mundial. Planteada como una amenaza cuando dos judíos llegan a un pueblo pidiendo que les trasladen unas cajas al cementerio, el deambular de los personajes provocará el pánico de los lugareños, que irán descubriendo sus miserias, secretos, remordimientos y cinismo hasta desembocar en una catarsis colectiva. Otro ejemplo más de aparente sencillez que esconde la complejidad de los diferentes puntos de vista en torno a un sujeto muy incómodo y muy desconocido todavía. El soberbio blanco y negro, la contenida dirección de actores, y el inteligente tratamiento del silencio consiguen transmitir la desazón de los culpables y la dignidad de los vencidos en esta pequeña joya.

Un nada inocente paseo por el campo en ‘1945’.

Desde una premisa mucho más amable pero no por ello menos dolorosa, Those who remained (Akikmaradtak, Barnabás Tóth,2019) también se centra en las secuelas del holocausto. En este caso las víctimas son los que sobrevivieron afrontando la pérdida de sus familias, personificados en la joven Klára Wiener y el ginecólogo al que pide ayuda Aladár Korner. Jugando con el equívoco al principio, en seguida se muestra el drama de los supervivientes judíos que se quedaron solos y con la obligación de rehacer sus vidas aun cuando no les quedaran ganas de vivir. Los personajes ejercen de muleta el uno del otro mientras el país se desliza hacia el régimen comunista, una amenaza de desaparición que se suma al trauma vivido, y del que la única salida es el afecto. Those who remained se ha podido ver en la edición de este año del Atlantida Film Fest celebrada en Filmin.

‘Those who remained’.

Por otra parte, la producción cinematográfica húngara no deja de lado tampoco las adaptaciones de obras literarias, como es el caso de El gran cuaderno (A nagyfüzet, János Szász, 2013)que se centra en la primera parte de la novela Claus y Lucas de la escritora Ágota Kristóf. Si la novela es espeluznante en la frialdad de los protagonistas y su búsqueda de la insensibilidad ante cualquier sentimiento, la película retrata fielmente la sensación ayudándose de la fotografía y una realización aséptica; si la novela es perturbadora, también lo es su adaptación. Para cualquiera que se acerque a la película sin haberla leído puede parecer un experimento extraño, pero todo está ahí, en el papel, y es así de cruda precisamente cuanto más fiel es al texto original.

Claus y Lucas, hermanos insensibles.

La muerte de Andrew G. Wajna a principios de 2019 supuso un golpe importante para la industria cinematográfica húngara. En todo el mundo hay talento cinematográfico, pero es necesario que se den también otras condiciones para que ese talento se desarrolle y llegue a marcar una época.Sus contactos internacionales, su apuesta decidida por el sector, y la voluntad de crear una industria estable contribuyeron a crear un ambiente propicio para que surgieran obras interesantes. Estará por ver si su impulso será la antesala de un potente movimiento o, por el contrario, morirá con él. Esperemos que lo mejor aun esté por llegar.

NOTA: Satántangó, El hijo de Saúl, En cuerpo y alma, Hungría 2018, 1945, Genezis, One Day, Matones sobre ruedas, Those who remained y El gran cuaderno se pueden ver en Filmin.

Jaume Felipe
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Vinculado al CineClub Vilafranca durante más de dos décadas, y con media vida en el mundo de los medios de comunicación y la fotografía, actualmente me hallo en la biblioteca pública, desde donde dinamizo programas colaborativos de cine para la Xarxa de Biblioteques Municipals de la Diputació de Barcelona.

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