‘Sorry we missed you’: Ken Loach muestra la cara más bárbara del nuevo capitalismo

El veterano Ken Loach vuelve a agitar conciencias con su nueva película, Sorry we missed you. Tras su paso por el Festival de Cannes, este drama social británico aterriza en el 67 Festival de San Sebastián para proyectarse en la sección Perlak. La historia se centra en una familia cotidiana que intenta sobrevivir con las nuevas reglas impuestas por un capitalismo cada vez más asfixiante, que acaba pasando factura en sus estresadas vidas.

Sorry we missed you le ratifica como uno de los grandes cineastas del cine social. A pesar de su avanzada edad (83 años), Loach es capaz de estar al día de lo que se cuece en la sociedad, de los cambios que se han ido sucediendo con la entrada en el siglo XXI y tomar el pulso de la clase media, cada vez más empobrecida.

Si ya en Yo, Daniel Blake nos mostraba la parte más dura de las personas que se ven abocadas al paro, aquí nos presenta una familia a la que le sobran horas de trabajo. Y, por ende, le faltan horas para vivir. En Sorry we missed you, la máxima de “vivir para trabajar” en vez de “trabajar para vivir” toma más sentido que nunca. Tristemente, más de uno se habrá sentido identificado con alunas escenas (o toda la película, los más desafortunados), pero he aquí uno de los grandes méritos de Loach: aunque sus detractores le acusen de exagerado o alarmista, sus filmes siempre beben de la realidad y destilan un poso de veracidad y credibilidad que remueve las entrañas.

Ken Loach es capaz de hacernos empatizar con cada uno de los personajes y entender sus aciertos y sus errores, sus deseos y sus desasosiegos. Y es, precisamente, esa ansiedad la que está impregnada en cada plano, la que mantiene al espectador aferrado a la pantalla y sirve de hilo conductor de un film que muestra hasta qué punto deshumanizante se ha convertido el mundo actual en cuando a derechos laborales se refiere. Las empresas ya no consideran al trabajador como un empleado, sino como un franquiciado o asociado, con todo lo que ello supone: no pagar seguridad social, ni festivos, ni horas extras. De repente, la precariedad se normaliza y empiezan a proliferar los trabajadores pobres. Aquellos que, aunque dediquen su vida al trabajo, seguirán perteneciendo a la denominada clase baja o pobre por sus insuficientes ingresos. Dejan de existir las jornadas laborales de 8 y comienzan a aparecer los contratos de horas determinadas o, peor, de 0 horas (cobrando solo por servicio trabajado). Llegados a este punto suena anecdótica la pregunta de una clienta al cuestionar dónde ha quedado la jornada de 8h. ¿Y dónde ha quedado la vida, en definitiva?

Con una familia más cerca de escenificar una empresa en la que todo el mundo tiene su rol, se hace harto difícil seguir adelante como si nada cuando uno de los engranajes deja de funcionar como debería. A un padre que se ha vuelto autónomo por necesidad y a una madre que atiende ancianos a domicilio, se le suma un hijo adolescente que se indigna ante lo que ve en su casa y lo saca como puede. Algunos jóvenes se hacen graffiteros, otros fuman marihuana, otro se beben las fiestas… Al final el resultado siempre desemboca, o suele hacerlo, en un mal comportamiento escolar que luego lleva un conflicto familiar. Esa es la punta del iceberg y el inicio del desmoronamiento de ese perverso sistema en el que se ha convertido la familia: todas las horas bien ordenadas para cumplir con las exigencias de un mundo laboral insaciable y extremadamente exigente con sus trabajadores.

¿Y cómo hacer entender a un chaval de apenas 15 años que su futuro está en atender aquellas más que probables aburridas clases a las que debe asistir a diario? ¿Cómo, cuando si los hermanos de sus amigos han logrado sacarse una carrera y uno o dos másters y han acabado en el supermercado de enfrente o en una oficina vendiendo seguros sin quererlo? Sin intención de desmerecer estas profesiones, estos jóvenes lo ven como un fracaso al no dedicarse a lo que realmente desean y tampoco obtener un buen sueldo como recompensa. La sociedad, no solo británica, sino europea en general, ha sido incapaz de generar casos de éxito que sirvan de ejemplo a generaciones venideras. Es evidente que seguir las pautas marcadas de anteriores épocas ya no es de utilidad. Películas como las de Ken Loach permiten plasmar el momento actual y generar un debate en torno a nuestro presente con miras hacia el futuro al que nos gustaría ir encaminados. Y, de paso, con ello intentar que su próximo film arroje algo de luz y esperanza a nuestro planeta.

Su estreno en los cines de España se espera para el 31 de octubre de la mano de Golem.

Lídia Oñate
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Licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Pompeu Fabra y Máster en Dirección de Redes Sociales y Marketing Digital por Fundeun – Universidad de Alicante. Actualmente me encuentro inmersa en la distribución cinematográfica, un sector que vivo de lleno desde la comunicación y el marketing. Me encantan las bambalinas del mundo televisivo y cinematográfico, viajar (tanto cerca como lejos), hacer fotos de paisajes y gastronomía que luego irán a mi Instagram, disfrutar con la Historia y echar una partidas al Monopoly, la Play o lo que se tercie. Porque sí, la diversión en la vida es importante. Y el cine ayuda. Me podéis contactar en lidiaonate@industriasdelcine.com.

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