Hoy arranca la 72ª edición del Festival de Cannes, la cita, para muchos, más valiosa del mundo del séptimo arte. Aprovechando que este 2019 cerramos la segunda década del siglo XXI, repasamos las cintas premiadas con la Palma de Oro de los últimos nueve años, de 2010 a 2018, en un afán por descubrir cuáles han sido las tendencias de las últimas obras premiadas con el máximo galardón en Cannes.
2010: El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas (Apichatpong Weerasethakul)
Los misteriosos ojos rojos de un mono-fantasma que se abre paso a través de la selva tailandesa estarán aún muy presentes en la mente de los intrépidos que se decidiesen a ver la película del director de Tropical Malady hace casi diez años. El film, una obra de mística fantasía, recibió el preciado galardón el mismo año en el que Tim Burton, ¿más de Beetlejuice que de Dumbo por aquel entonces?, fue presidente del jurado. Burton declaró que le atrajo, como en un bonito y extraño sueño, la manera que tuvo el director asiático de retratar la fantasía, llena de elementos naturales y sorprendentes. Nadie como el director americano para rendirse ante una obra hipnótica y bizarra y reivindicar lo diferente. Imposible olvidar la escena del lago donde una princesa es penetrada por un pez gato a quien entrega todas sus alhajas en un intento por recuperar su juventud y belleza. No obstante, fueron precisamente imágenes como esta las que dividieron a la opinión cinéfila y pusieron en juicio su extrañeza y coherencia. Aun así, El tío Boonmee que recuerda sus vidas pasadas es un film de sensaciones que combina la fantasía y la realidad de manera que coexisten magistralmente en paz, como si la aparición de un familiar fallecido fuera algo que todos podemos vivir algún día mientras cenamos bajo las estrellas.
2011: El árbol de la vida (Terrence Malick)
Un año más tarde se alzaba con el gran premio El árbol de la vida, la panteísta y poética creación de Terrence Malick, tan magna y trascendental como, por momentos, demasiado cercana a un anuncio de perfume. La obra, protagonizada por Brad Pitt, Jessica Chastain y Sean Penn, habla de la vida, su origen y la corrupción de nacer y crear lazos interpersonales y divinos que no se limitan a los dioses metafísicos sino que se extienden a la naturaleza y todos sus elementos. El presidente del jurado durante esa 64ª edición fue Robert de Niro, el protagonista de Taxi driver, cinta que también ganó la Palma de Oro en 1976. El mítico actor otorgó el galardón al film de Malick, uno de los claros favoritos desde que se anunció su presencia en el certamen y, aunque a priori podría parecer sorprendente la relación de De Niro con la intensa El árbol de la vida, comprendemos su elección en tanto que es una obra rotunda, una apuesta segura concebida para levantar tantos suspiros como para descolocar al espectador con su gran belleza formal.
2012: Amor (Michael Haneke)
Solo tres años después de ganar la Palma de Oro con La cinta blanca, Michael Haneke volvió a triunfar con Amor, la película más sentimental del director austríaco, que deja aparcados, esta vez, el mal y la perversión de sus anteriores creaciones. Nada de estos elementos encontramos en Amor, que respira ternura y dignidad desde la primera escena, donde advertimos que Anne, muerta, descansa en su lecho rodeada de pequeñas flores. El film, que se inicia con ese misterioso descubrimiento, retrata la historia de Georges y Anne, un matrimonio octogenario cuya tranquila vida dará un vuelco cuando ella sufra un infarto que le paralizará medio cuerpo. La crítica fue bastante unánime al hablar sobre la obra de Haneke: apenas hay sitio, ni un pequeño hueco, que permita desacreditar algo de esa memorable historia de amor al final de la vida. En 2012, fue Nanni Moretti, director italiano que ganó el máximo galardón de Cannes en 2001 con La habitación del hijo, el presidente del jurado. Moretti, también guionista como el director de Caché, supo interpretar la redonda obra que resultó Amor y la hizo merecedora de la mejor película.
2013: La vida de Adèle (Abdellatif Kechiche)
El buen cine debería rezumar verdad. Es el caso de La vida de Adèle, uno de los largometrajes más auténticos de los últimos años protagonizado por Adèle Exarchopoulos y Lea Seydoux, quienes parecen desconocer que hay una cámara de polizón en su odisea amorosa. La cinta recibió la Palma de Oro tanto para Abdellatif Kechiche, director y guionista de la historia basada en la novela gráfica de Julie Maroh, como para las actrices, colosales intérpretes del mensaje intimista de la obra. Steven Spielberg tenía como tarea presidir el jurado ese año y, pese a las claras diferencias entre su cine y la película ganadora, el cineasta supo reconocer la excelencia del film y declaró esperar que la película tuviera una gran acogida en su país, territorio donde el cine europeo resulta escaso en salas. Un Spielberg experto en un cine de puro entretenimiento para el gran público alabando una pequeña joya francesa: todo es posible.
2014: Winter sleep (Nuri Bilge Ceylan)
En 2014, la vencedora fue Winter sleep, del turco Nuri Bilge Ceylan, un sugerente viaje por las montañas de Anatolia central y por la mente de sus protagonistas, una acomodada familia que regenta un hotel para turistas y cuya relación se va deteriorando a medida que llega el frío invierno. Winter sleep rebosa diálogos brillantes y agotadores pero muy sustanciosos sobre los caracteres y relaciones que tejen los humanos, vínculos siempre más complejos, más oscuros, de lo que parece. Un cine seco, tanto como la naturaleza y el paisaje de la historia, que Jane Campion, presidenta del jurado aquel año, alzó como el nuevo ganador del codiciado premio. Impresionada por el aspecto profundo de la obra, la directora, única mujer ganadora de la Palma de Oro en toda la historia de Cannes (¡en toda la historia!), declaró que el ritmo del film era tan bello que la atrapó, pudiéndose haber quedado más horas siguiendo la historia y que ojalá ella tuviera la facilidad de Ceylan para resultar tan honesto a la vez que implacable.
2015: Dheepan (Jacques Audiard)
Imposible no relacionar Dheepan, el drama de un trío de desconocidos de Sri Lanka que se hace pasar por familia para ser refugiados en Francia, con los cientos de miles de personas reales que llevan huyendo de sus países de origen desde hace años en un intento por buscar una vida mejor en Europa. En 2015, y cuando la gran mayoría daba por favorita a Carol, de Todd Haynes, los hermanos Coen subrayaron y dieron voz al drama francés, posiblemente lo más justo y correcto si pensamos en un cine social que sirve de altavoz para las causas humanitarias. El film de Jacques Audiard nos recuerda que ni lejos, en una tierra sin aparente conflicto, encontramos la paz cuando uno, en su interior, ha vivido los horrores de la guerra. En la cabeza de Dheepan, el protagonista de la historia, aún resuenan las balas y se pasean los muertos. Y eso no cambia aunque te pongan a vender diademas multicolor a 2€ por las calles francesas o te den un pequeño trabajo como conserje en un edificio de los suburbios.
2016: Yo, Daniel Blake (Ken Loach)
“No soy un cliente, ni un consumidor, ni un usuario del servicio. No soy un gandul, un mendigo ni un ladrón. No soy un número de la Seguridad Social ni un expediente irregular (…)”. En Yo, Daniel Blake, Ken Loach y Paul Laverty, director y guionista de la cinta respectivamente, retrataron la historia de un hombre intachable cuya ruina resulta la compleja e insensible burocracia estatal. Un film que da para la reflexión y despierta nuestro lado más humano y empático para hacernos cavilar acerca del abuso del poder y la situación de desigualdad que viven los protagonistas. Aun así, su triunfo en Cannes se vivió de manera poco clamorosa. Ese mismo año, la cinta de Loach contaba con duras competidoras como Elle, de Paul Verhoeven o Toni Erdmann, de Maren Ade, y el premio pudo dejar una sensación un tanto fría a algunos expertos. El encargado de otorgar el premio ese año fue George Miller, quien el año anterior había presentado Mad Max: Furia en la carretera en el festival francés y que, al contrario que con su intensa película, no arriesgó tanto con la obra del director de El viento que agita la cebada.
2017: The square (Ruben Östlund)
Si al principio de este texto hablábamos de un simio de ojos rojos, aquí debemos hablar del hombre-gorila que, con su incómoda y hasta aterradora performance, muestra que hasta la manzana más brillante puede estar podrida. El largometraje sueco es una crítica al mundo actual y a la impostada corrección que fingimos ante los demás, como si descubrir un chimpancé en la habitación de nuestro amante y comentarlo significara caer en la mediocridad porque no entendemos tal acto de vanguardia. Algunos de sus gags, sin embargo, denotan demasiadas ínfulas analíticas por parte de Östlund y llegan a resultar incómodos. El español Pedro Almodóvar fue el presidente del jurado de esa 70ª edición de Cannes y, fiel a su universo que desconoce la indiferencia, optó por darle el premio a una de las pocas películas que consiguieron alejarse de lo ordinario durante ese año. Al manchego, que competirá este 2019 en sección oficial con Dolor y gloria, le atrajo la manera de señalar que lo políticamente correcto es, hoy, casi una dictadura.
2018: Un asunto de familia (Hirokazu Koreeda)
Un asunto de familia (Shoplifters en inglés), de Hirokazu Koreeda, es la última ganadora de la Palma de Oro del Festival de Cannes. Una película que los amantes del director nipón pudieron asociar fácilmente con la demoledora Nadie sabe dado su distanciamiento de cualquier prejuicio moral: Koreeda no juzga ni pretende señalar el camino del bien o el mal, solo retrata, de nuevo, la vida de una familia disfuncional, pero familia al fin y al cabo, de manera veraz y sumamente encantadora. El cine de Koreeda no cansa ni se repite pese a pulular casi siempre alrededor de la familia y sus cimientos y en Un asunto de familia, el japonés consigue que ver la obra resulte una experiencia feliz a pesar de lo doloroso de su historia, una historia de pérdidas y engaños donde la familia no conoce de lazos de sangre, sino que se basa en el cariño y la protección. Como presidenta del jurado, la edición de 2018 contó con la doblemente oscarizada actriz Cate Blanchett, que otorgó, con mucha conciencia y justicia cinéfila, el premio al director asiático.
Una década marcada por las relaciones personales y las causas humanitarias
En 2010 y 2011, las cintas ganadoras trataban historias difícilmente guiadas por ningún patrón, evocadoras y libres, más cercanas a lo metafísico que a las cosas de este mundo. Durante los años siguientes, sin embargo, destacan los films sobre las relaciones y los tormentos humanos y la temática social. En 2012 y 2013, Amor y La vida de Adèle se inclinarían más por retratar el sentimiento amoroso, uno incondicional y el otro impetuoso y voraz pero amor al fin y al cabo; mientras que a partir de 2014 los films erguidos con la Palma de Oro ahondan en mensajes sociales, políticos y humanitarios casi como en una urgencia por abrir los ojos de la sociedad sobre la realidad del mundo actual. Winter sleep y The square, 2014 y 2017, reflexionaban acerca del comportamiento humano en ámbitos muy diferentes: la cambiante Turquía y la perfecta Suecia. En 2015, 2016 y 2018, con la reveladora Dheepan y las parcialmente descorazonadoras Yo, Daniel Blake y Un asunto de familia, los temas sociales, tanto los familiares como los que tienen que ver con penurias que la población vive y apenas puede controlar, destacaron entre las demás temáticas. Con la causa por la igualdad de género y racial en la máxima actualidad, será interesante comprobar qué decisión toma este año el jurado, presidido por el primoroso Alejandro González Iñárritu, y si se deja llevar por ello.
Be the first to comment