‘Bomb City’: La doble moral norteamericana como estallido de la bomba

El asesinato del músico punk Brian Deneke tuvo lugar a finales de la década de los noventa. En esa década hipócrita en la que el sensacionalismo norteamericano se hacía eco del escándalo Clinton-Lewinsky y miraba para otro lado después de la masacre de Columbine, recomendando a las familias que mantuvieran a sus hijos adolescentes alejados de la música de Marilyn Manson por posible incitación a la violencia.

En Bomb City, debut en el largometraje del director Jameson Brooks, se recupera la historia real de un delito de odio que ocurrió el 12 de diciembre de 1997 en Amarillo, Texas. En ella, y como consecuencia de una batalla callejera entre unos jóvenes punks y un grupo de deportistas americanos (o jocks), la estrella del equipo de fútbol Dustin Camp atropelló deliberadamente al líder del bando contrario, Brian Deneke, siendo condenado únicamente a 10 años de libertad condicional y una multa de 10.000 dólares . En el juicio, el abogado de Dustin logró demostrar por qué el movimiento punk significa caos y agresividad y por qué el asesino se merecía ser absuelto.

Esta película independiente, estrenada en marzo de 2017 en EEUU, ha llegado ahora a España de la mano de la distribuidora La Aventura, y se desmarca de la cultura skinhead como género cinematográfico. A diferencia de las míticas del género como This is England (2008), Bomb City no se centra en la tergiversación de la figura del skinhead inglés y su desviación hacia el neonazismo, sino que recoge la muerte de alguien que fue asesinado por su forma de vestir y la convierte en un reproche hacia la cultura de ‘winners or losers’ norteamericana. Su mayor acierto quizá sea su habilidad para alejarse del maniqueísmo fácil. Brooks nos presenta vidas a punto de explotar debido a un conflicto entre jóvenes blancos de clase media en una ciudad conservadora, pero se abstiene de presentar al equipo punk como la víctima única y absoluta.

Un narrador en off (cuya voz quizá nos resulte conocida) da el pistoletazo de salida al film para retomar la narración de los hechos en las últimas imágenes de la película. Esta voz representa toda una declaración de intenciones acerca de esa frivolidad americana que premia al más fuerte y al más guapo. Esa sociedad que probablemente aplaudiría las victorias deportivas de Dustin Camp tras su absolución. Esa que apenas se para a pensar en la incoherencia moral que supone dejar a un asesino impune porque la víctima llevaba cresta verde y vestía de cuero.

La realización de esta película podría ser interpretada como una justicia póstuma para la memoria del fallecido. El propio padre de Daneke agradeció en 2017 la valentía del film y reconoció los méritos y la necesidad de no haber caído en un victimismo radical. Bomb City es, además, una ópera prima cargada de música, ritmo e imágenes del Amarillo más marginal. De manera tangencial, también un relato sobre el estilo de vida punk, sobre esos días enterrados entre conciertos y droga. Sobre las incongruencias internas de aquellos que se denominan ‘antisistemas’, y sobre si la sociedad en la que viven alimenta su frustración de la misma manera en la que alimenta la de los jocks de instituto. Es la demostración de que la doble moral americana que tiene más posibilidades de estallar por algún lado que la fábrica de armas nucleares de Amarillo (la única, por cierto, que había en todo el país). De ahí, probablemente, la elección del título.

Bomb City se puede disfrutar en los cines de nuestro país desde el 15 de febrero.

Sofía Postigo
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Soy madrileña,  graduada en Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III de Madrid, y tengo un máster en Film Business por la ESCAC de Barcelona. Me apasiona la fotografía, el retoque fotográfico, los idiomas y el mundo de las series y el cine (especialmente la crítica cinematográfica). He trabajado dentro del mundo audiovisual, en producción de televisión y esporádicamente, como fotógrafa profesional. Actualmente sigo formándome en marketing digital.

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