Llega a las carteleras una nueva aproximación cinematográfica a la vida de un artista. En los últimos meses hemos visto como se han estrenado filmes dedicados a pintores de la talla de Van Gogh, Gauguin, Dalí, Maud Dowley y John Callahan. A este vendaval de biopics se suma ahora Egon Schiele, un artista fundamental del siglo XX, representante del expresionismo austríaco y discípulo de Gustav Klimt, artista a quien John Malkovich dio vida en otro biopic estrenado en 2006.
La muerte y la doncella es una de las más importantes obras pintadas por Schiele y son los dos temas sobre los que se cimienta el retrato del artista que nos ofrece el veterano Dieter Berner. La muerte, porque conocemos su historia a través de flashbacks que parten de las postrimerías de su prematuro deceso, y la doncella, porque más que centrarse en su obra pictórica y la repercusión que tuvo en su época, el director decide contar el relato íntimo del artista con las diferentes mujeres (su hermana, sus amantes, su pareja, su esposa) que ocuparon su vida y que fueron modelo e inspiración de sus retratos.
Porque si Schiele es reconocido es principalmente por sus retratos y autorretratos de desnudos, angulosos y desagradables a menudo, que desprenden una sensualidad casi erótica. El erotismo de sus obras le causó graves problemas en vida, pero sigue ocasionando un siglo después de su fallecimiento. Fue acusado y encarcelado por abusos sexuales a una menor, por su polémica costumbre de pintar a menores desnudas. Aunque finalmente fue absuelto de esos cargos y ser condenado por invitar a niños a su estudio donde podían ver imágenes pornográficas, tan solo pasó en prisión algo más de tres semanas. Además uno de sus retratos fue quemado por ser considerado pornográfico.
Hace unos meses el Museo Leopold de Viena acogía la mayor exposición dedicada al artista en el centenario de su fallecimiento. Para anunciarla decidieron publicitarla en las principales capitales europeas, pero en algunas ciudades su obra se encontró con la censura de las autoridades locales. Su obra era demasiado escandalosa y erótica cien años después de su creación. Desde la alcaldía de Londres se llegó a decir que se trataban de imágenes “pornográficas”, tal y como recogió El País. Así que los responsables de la exposición no dejaron pasar la oportunidad y sobre las partes genitales de las pinturas decidieron fijar el siguiente lema: “Lo sentimos. Cien años ya, pero aún demasiado atrevido”.
Pese a lo atrevido del personaje, la película peca de un excesivo academicismo, precisamente algo que Schiele rechazó, pues decidió desprenderse de todo encorsetamiento para volar libre y desarrollar una voz propia. Aún así estamos ante una notable película. Su academicismo puede chocar en comparación a la obra del artista pero es una buena manera de plasmar una historia de época que narra pero no incide en los temas más escabrosos de su biografía, exponiéndolos con una elegancia muy propia del decoro centroeuropeo de la época que refleja el film, siendo éste accesible a todo tipo de público, aceptando y adoptando, cien años después, al atrevido pintor como a uno de los suyos.
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