Hoy viernes, 19 de enero, se estrena en la cartelera española Zama, la última película de la directora argentina Lucrecia Martel, nueve años después de su anterior largometraje, La mujer sin cabeza. Estamos ante la que podemos considerar la película argentina del año, pues fue propuesta para representar a su país en los Oscar (aunque no pasó el corte de nueve, pese a figurar en algunas quinielas) y estar nominada al Goya a la mejor película iberoamericana, donde compite, entre otras, con Una mujer fantástica, también distribuida por Bteam Pictures, que demuestra su fuerte apuesta por lo mejor del cine latinoamericano del año.
Zama ha estado presente en algunos de los festivales más importantes del pasado otoño, pues participó en las secciones oficiales de Venecia, Toronto y Nueva York. Además, se hizo con una mención especial del jurado en el pasado Festival de Cine Europeo de Sevilla, donde intervino como coproducción española, de la mano de El Deseo. De nuevo, la empresa de los hermanos Almodóvar tiende la mano al cine argentino como ya hiciera con La niña santa y La mujer rubia, dos títulos previos de Martel; la nominada al Oscar Relatos salvajes, y la alabada El clan, de Pablo Trapero.
Zama toma su título del apellido de un oficial español del siglo XVII, de nombre Diego. Afincado en Paraguay, espera pacientemente su traslado a un puesto mejor, en Argentina. La espera se eterniza y, desesperado por el hartazgo acumulado soportando los caprichos de los gobernadores que van pasando delante de sus narices, decide sumarse a un grupo de soldados en busca de un temido bandido brasileño, Vicuña Porto, cuyo nombre es citado a lo largo de la narración como una amenaza constante y que es dado por muerto en múltiples ocasiones. Incluso, uno de los gobernadores exhibe sus orejas, supuestamente amputadas antes de ser ejecutado.
La proliferación de hechos y leyendas siembran la vida rutinaria del oficial Zama en su larga espera, de quien el cineasta alemán Werner Herzog podría haber hecho una aproximación como la que hizo de Lope de Aguirre, otro conquistador español. Pero mientras que Herzog hace sucumbir a sus personajes en el lado más salvaje del alma, Martel decide exponer a su personaje al tedio, al letargo que origina en un conquistador un puesto burocrático y subordinado, alejado de su familia y la posibilidad de seguir acumulando hazañas a su historial.
Basada en la novela de Antonio di Benedetto, don Diego de Zama toma cuerpo en el actor hispano-mexicano Daniel Giménez Cacho. Su angulado y aristocrático rostro se esculpe sobre la belleza de un paisaje, prácticamente virgen pero testigo de la crueldad de su historia.
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