Blade Runner: Ridley Scott nos trajo el retrofuturo

Pasó por la taquilla sin pena ni gloria en el año de su estreno, pero con el tiempo se ha revelado como imperecedera. Blade Runner fue una innovadora cinta de ciencia ficción y cine negro retrofuturista, con sus detectives corruptos y sus mujeres fatales. Con méritos propios se ha convertido en uno de los filmes más trascendentales de la historia del cine, y no sólo por su temática, sino por su renovadora estética, que abrió camino en el género. Una película que, si no te conmueve, es que eres un replicante.

Blade Runner (1982) es una distopía situada en el año 2019 donde la ingeniería genética fabrica copias de seres humanos. Los denominados replicantes, son empleados como esclavos en trabajos peligrosos en colonias exteriores a la Tierra, pues en ésta están declarados ilegales tras un sangriento motín. Aparentemente iguales a los humanos, tienen mayor fuerza física y agilidad y carecen de emociones, con lo que se puede descubrir su verdadera naturaleza gracias un test, el Voigt-Kampff, que descubre su respuesta emocional debido a la dilatación de sus pupilas.

A esta tarea, cazar replicantes y retirarlos, se dedica Rick Deckard. Un personaje estereotipado en cuanto que parece sacado del cine negro de los años cuarenta: un tipo duro, ex policía, un cínico en gabardina, que vive solo y bebe demasiado y que responderá siempre con ironía. ¿Les suena? El Humphrey Bogart del año 2019.

En frente tenemos a Rachel, replicante especial, con sensibilidad, vive en un entorno distinto que el resto de Nexus y quizá eso la ha humanizado. Eso o que no sabe que es una replicante. Es hermosa y fría, emocional y misteriosa. Nueva versión de la mujer fatal; la nueva Gilda.

Y Roy Batty, al que Deckard debe dar caza. Replicante violento pero inteligente, que no se resigna a su corta vida y quiere respuestas sobre su existencia; por eso busca a su creador.

Ya está, tenemos un gran caso y una mujer fatal. Pero Ridley Scott no se limitó a filmar una película de cine negro en un futuro desagradable. Y nos lo deja claro en la primera secuencia del film con la frase “Le voy a hablar de mi madre”, con la que el replicante León mata a su entrevistador, y así nos introduce uno de los temas de la película; los replicantes no tienen ni recuerdos ni emociones, que los harían humanos. Estos robots no nacen fruto del amor de unos padres, sino gracias a un diseño biotécnico, y por tanto carecen de sentimientos amorosos.

Y es que, basada en la novela ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, publicada por Philip K. Dick en 1968, las preguntas sobre los avances de la ciencia, los riesgos de la manipulación genética, la fugacidad de la vida, qué nos hace realmente humanos, cuál es el sentido del hombre… nos asaltan. Ya Dick afirmó que “los androides son una metáfora de las personas fisiológicamente humanas pero que se comportan de forma no humana”. Escribió su obra pensando que el amor y la compasión es lo que nos diferencia de las máquinas, aunque en el filme nos encontramos con replicantes que parecen albergar estos sentimientos.

Sobre todo, lo que el filme y la novela conservan igual son los rasgos filosóficos, ecológicos y sociológicos. Es cierto que ya existían precedentes de ciencia ficción de este tipo, sin ir más lejos, 2001. Una odisea del espacio. Por eso, lo más innovador de Blade Runner fue el cambio en la estética de las distopías que habrían de venir.

Ridley Scott dotó a esta distopía de un aire retropunk; un ambiente sucio y ultrarrealista de un Los Ángeles de 2019 superpoblado, con edificios que escupen fuego y una atmósfera opresiva que recrea un infierno que subraya la expansión industrial descontrolada. Se trata de un crisol de estilos arquitectónicos de todo tipo (pirámides de inspiración maya, rascacielos interminables, etc.), con una múltiple variedad de razas y lenguas, que recrea elementos de Nueva York, Hong Kong, Tokio, el Piccadilly Circus de Londres, etc., en barrios de prostitución, clubes nocturnos, bares de tallarines a lo Chinatown… De ahí que la colonización haya llegado al exterior, y en la Tierra sólo quedan los que por alguna razón no pueden embarcarse hacia la tierra prometida.

Un universo decadente, un paisaje triste, con una policía omnipresente, bandas callejeras, donde los personajes desfilan por calles bombardeadas con anuncios luminosos, voces anunciantes que venden idílicas colonias en mundos exteriores (Wall-e también le debe mucho a Blade Runner), una lluvia ácida causada por la industrialización descontrolada y el efecto invernadero y que no cesa jamás.

Porque lluvia, noche y niebla son los tres elementos esenciales de la puesta en escena del filme. Es el color de la película. Un diseño visual que recrea un clima emocional. Frente al estilo pulcro y aséptico de 2001. Una odisea del espacio, Scott nos introduce en una mezcla sucia de elementos del pasado y del futuro: el llamado retrofuturismo, un estilo que podíamos vislumbrar en un filme anterior como fue Mad Max (1979), pero que Scott lleva al extremo y que influiría muy claramente en películas posteriores como Brazil, de Terry Gilliam. Entornos futuristas con máquinas y edificios viejos con elementos nuevos añadidos.

Para todo esto también se usó el decorado de la vieja calle de Nueva York de los antiguos estudios Burbank, hoy Warner Brothers. Estudios construidos en 1929 y usados en clásicos como El halcón maltés y El sueño eterno, y al que se le añadieron tuberías y otros elementos para ensuciar la imagen. Muy romántico el gesto.

Toda esta puesta en escena, sumada a la banda sonora de Vangelis, enaltece este escenario hermoso y apolíptico, siniestro y melancólico, en que se desarrolla la historia, unos sentimientos de los que se impregnan los personajes, con un carácter triste y sombrío, melancólico, ambiguos moralmente. El músico griego dotó al filme de un romanticismo desbocado con acordes electrónicos y blues, mezclando elementos de percusión con sintetizadores para conseguir un efecto acústico-electrónico e insertando sonidos (como campanitas, etc.).

Todo un conjunto que nos lleva a uno de los finales más míticos de la historia del cine. Un clímax, el de Blade Runner, que es una lucha cuerpo a cuerpo entre un replicante humanizado y una persona deshumanizada. Una lucha que termina siendo, no ya entre ellos, sino con sus propios conflictos internos, con un momento fílmico histórico, con un discurso poético y filosófico sobre la existencia humana. Un momento que protagoniza Roy, que parece ya ser más humano que los propios humanos y que se ha enfadado con esa ciencia que le ha creado, pero no es capaz de darle las respuestas metafísicas que necesita. Porque la mera existencia no nos hace humanos. La amistad, el odio, los recuerdos… qué nos define como personas, qué significa ser humano.

Voz en off de Deckard: “No sé por qué me salvó la vida. Quizá en esos últimos momentos amaba la vida más de lo que la había amado nunca. No sólo su vida, la vida de todos. ¡Mi vida! Todo lo que él quería son las respuestas que todos buscamos: ¿De dónde vengo?, ¿a dónde voy?, ¿cuánto tiempo me queda?”.

Patricia Esteban
Acerca de Patricia Esteban 10 Articles
Licenciada en Filosofía por la Universidad de Barcelona y Comunicación Audiovisual por la Universidad Carlos III. Máster en Investigación en Medios de Comunicación. Mientras tanto, he trabajado en las redacciones de Cadena SER, COM Ràdio, XTVL… y en los departamentos de prensa de Prisa Radio, Universidad Internacional Menéndez Pelayo, Biblioteca Nacional de España y Ministerio de Educación, Cultura y Deporte. Y con el cine siempre a cuestas.

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