Isabel Coixet estrena La librería, tal vez su mejor película en muchos años, basada en el libro de Penelope Fitzgerald, publicado en 1978.
Florence Green, cual intrusa benefactora, llega a la población de Hardborough. Son los años sesenta. Viuda desde dieciséis años antes, pero aún joven, aterriza en el pequeño pueblo pesquero con la voluntad de abrir una modesta librería en Old House, una vieja casa húmeda y cerrada desde hace siete años.
Su llegada al pueblo, como es habitual y universal, provoca recelos en buena parte del vecindario y, en particular, en la señora Violet, una refinada y perversa cacique. Su voluntad de abrir la librería sólo encuentra impedimentos, motivados ciertamente por no sabemos qué extraña razón pero que todo el mundo en el pueblo parece conocer. Tampoco nos importa, ¿cuántas veces hemos sentido en nuestra piel que injustamente se nos vetaba mientras intentábamos aportar algo de luz a una oscuridad perenne?
La señorita Green encontrará la comprensión únicamente en Mr. Brundish, un sociópata antipático que resulta ser el más cuerdo y coherente de la comunidad, pues se instala al margen de ella, al candor de la literatura. La llegada de Florence y la definitiva apertura de la librería, abrirá nuevas ventanas en su hermético mundo en forma de nuevos autores como Ray Bradbury y Vladimir Nabokov. Pese a la diferencia de edad, Mr. Brundish encuentra en Florence una alma gemela, y nace una amistad desde el respeto y la admiración mutua, apartados de la comunidad no por pensar diferente, simplemente por pensar.
Porque quien piensa en Hardborough por todos sus habitantes es Violet. De manera repentina, decide que en Old House, una vez inaugurada, no sin apuros, la librería, debe instalarse un centro artístico con la connivencia del ayuntamiento, dispuesto a expropiar la propiedad. ¿Necesita ese pueblo un centro artístico? No si es a cambio de la librería. Una vez más, la cultura se utiliza de manera reaccionaria para derrocar la voluntad de un individuo que molesta. Cuántos ejemplos conocemos de utilización de la cultura para manipular, mentir, robar o prevaricar. Es el problema cuando la cultura cae en manos inapropiadas, en manos sucias manchadas por almas corruptas. No es filantropía, es egoísmo.
Pese al escenario bucólico en el que se desarrolla la película y la cuidada, elegante y pulcra puesta en escena que nos ofrece Coixet, no estamos ante un filme de discurso fácil o banal. Realmente se erige como una película más necesaria de lo que aparenta. En tiempos en los que los valores se han denostado, una voz como la de Florence Green, a través de la cual Coixet se expresa, es más necesaria que nunca. Ambas voces se empeñan en no consentir la utilización de la cultura en pro de la maldad.
Cuando es de noche, la luz se ve con más facilidad.
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