El rodaje de El Mago de Oz (Victor Fleming, 1939) no fue precisamente un camino de baldosas amarillas. La película, estrenada en EE.UU. a una semana del estallido de la Segunda Guerra Mundial, fue la gran apuesta Technicolor de la Metro Goldwyn Meyer a finales de la década de los 30 y su preproducción se vio afectada por todo tipo de accidentes antes de convertirse en el clásico absoluto que representa hoy en día.
Dejando a un lado las calurosas condiciones en las que trabajó el equipo (a más de 40º debido al despliegue de iluminación necesario), las quemaduras sufridas por Margaret Hamilton en su papel de la Bruja del Oeste, el rodaje a cargo de hasta 5 directores diferentes y los altísimos costes de producción y electricidad que requería el Technicolor (cifrados en más de un cuarto de millón de dólares de la época), los datos más escalofriantes son los que tienen que ver con su protagonista.
Una jovencísima Judy Garland, que se puso al servicio de la Metro para dar vida y acompañar a Dorothy en su aventura, sufrió en primera persona la misoginia extrema e inmisericorde de Hollywood hacia las jóvenes actrices que aún hoy en día sigue siendo un lastre para la industria. La MGM no dudó en embutir a Garland en un corsé que apenas le permitía respirar para camuflar que tenía 16 años y no 12 como Dorothy. Además, según su tercer marido, Sidney Luft, Garland sufrió acoso sexual por parte de los enanos que encarnaban a los ‘’entrañables’’ munchkins, los pequeños personajes que ayudan a Dorothy a seguir el camino de baldosas amarillas. Por si esto fuera poco, la MGM obligó a la actriz a realizar una estrictísima dieta basada en sopa de pollo, café negro, cigarrillos y pastillas para eliminar su apetito, así como estimulantes y somníferos a partes iguales para que pudiera aguantar el ritmo de trabajar 72 horas seguidas, dormir 4 horas y continuar trabajando sin descanso. No hace falta ser un experto en psicología para entender hasta qué punto este tipo de infancia desencadena trastornos mentales y físicos en cualquier ser humano, y en el caso de Judy Garland fueron arrastrados hasta sus últimos meses de vida.
Judy, del director británico Rupert Goold y basada en el musical End of the Rainbow de Peter Quilter, realiza un salto de 30 años en la vida de la actriz y recoge los hechos que acompañaron sus últimos conciertos durante el invierno de 1968 en Londres. Garland, a sus 46 años y dejando a su primogénita Liza Minnelli con la cabeza metida en el gremio, se muda a la capital de Inglaterra para saldar pasadas deudas y poder dar estabilidad a sus hijos Lorna y Joey, fruto del matrimonio con Sidney Luft.
Renée Zellweger se mete en la piel de Judy Garland en este biopic dramático que cuenta con todos los ingredientes del género: humanización del mito, intromisión en la vida privada de su protagonista, espectáculo, vicios, huida, pasión, compaginación de lo personal y la esfera pública, y cómo no podía ser de otra manera: el cliché de los últimos días de la estrella (véase Last Days de Gus Van Sant sobre el suicidio de Kurt Cobain, o Film Stars don’t die in Liverpool de Paul McGuigan sobre el final de la vida de Gloria Graham).
La película nos presenta a una debilitada y a la vez imparable Garland que dedica sus últimos meses de vida a asegurar un techo para sus hijos menores. Ignorada ya en Hollywood y habiendo cesado ya su contrato con la MGM en los años cincuenta, no tiene reparo en cantar hasta agotar sus fuerzas en una serie conciertos que tiene asegurados en el cabaret Talk of the Town de Londres. El público la adora y a la vez se muestra sumamente cruel cuando ella no es capaz de distanciarse de sus antiguos vicios y a menudo llega al escenario ebria y descolocada. Aún así, se reafirma en su condición de auténtico mito de la canción y a la vez abre su corazón a un quinto y último marido, Mickey Dean (Finn Wittrock), a quien conoce antes de su partida a Londres en una fiesta de starlets junto a su hija Liza.
Además de la presencia y magnetismo que Renée concede al personaje, lo que convierte a Judy en merecedora de más de un Óscar es la manera mágica en que Goold recupera un formato o género ya explorado y lo reconvierte en un tratado sobre el peso del trauma infantil. De una huida hacia adelante eternamente encadenada a un pasado traumático. Asimismo, Goold no tiene inconveniente en desmontar la falsedad de la Edad Dorada de Hollywood y en mostrarnos su implacable máquina de infelicidad, en este caso, a través de la vida de Garland.
Porque pasar a la historia como una de las mejores cantantes de Hollywood no compensa falsos cumpleaños sin tarta, pastillas en lugar de hamburguesas ni noches de insomnio para toda una vida.
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