A sus 89 años, el prestigioso director inglés James Ivory se ha convertido en la persona de más edad en recibir una nominación al Oscar. En esta ocasión ha sido su primera como guionista tras tres intentos fallidos en la categoría de mejor dirección por las películas Una habitación con vistas, Regreso a Howards End y Lo que queda del día. Apartado, o más bien jubilado, de la dirección, después de La ciudad de tu destino final (2009) vuelve a la primera línea de la actualidad como guionista de una de las películas del año, y por qué no reconocerlo, una de las mejores películas que nos ha dado el reciente cine europeo contemporáneo.
Basada en la novela del mismo título escrita por el novelista estadounidense de origen egipcio André Aciman y publicada en 2007, James Ivory empezó a trabajar en su adaptación desde aquel primer momento. Diez años después, se estrena en cartelera de la mano del cineasta italiano Luca Guadagnino, director de las magníficas Yo soy el amor y Cegados por el sol. Guadagnino firma aquí su mejor trabajo, una auténtica proeza en cuanto a sensibilidad, belleza y narrativa de lo sutil. La excelente fotografía, pictórica, impresionista y lumínica, del tailandés Sayombhu Mukdeeprom y la puntillista composición del cantautor de Detroit Sufjan Stevens, nominado al Oscar por el tema principal de la película –Mistery of love-, envuelven el filme en la luz y la música necesarias para convertir Call Me By Your Name en mucho más que una película: es una obra de arte total, donde cada una de las bellas artes encuentra su espacio.
Call Me By Your Name es una película pija, sí, ambientada en un entorno de élite social, pero lo que nos explica es tan sumamente universal que difícilmente alguien pueda llegar a no emocionarse con ella. La revelación del primer amor, que acompaña a todo proceso de madurez, se muestra aquí de forma brillante y exquisita, fijando el detalle en las pequeñas cosas, en los pequeños gestos, en las pequeñas palabras. El romanticismo impregna una historia que nunca llega a empalagar, pues se construye especialmente sobre silencios, bajo la piel. Es un amor tierno, todavía blando, como el albaricoque recién arrancado del árbol, que aunque presuma de madurez, se deshace con facilidad con el contacto con la piel, los labios y los dientes.
Ambientada en el verano de 1983, en una Italia donde en algunas casas todavía cuelgan cuadros de Il Duce, Elio y su familia, los Perlman, esperan como cada verano la llegada de un alumno para una estancia tutelada por el padre, arqueólogo y profesor universitario, para desarrollar su tesis.
La llegada de Oliver, un atractivo norteamericano judío, despierta en el adolescente Elio sentimientos encontrados. Elio es introvertido, músico y un gran aficionado a la lectura. Oliver es extrovertido, exuberante y experimentado. Entre ellos nace una fascinación mutua desarrollada en silencio y en segundas intenciones. Mientras Elio prueba las mieles del sexo con Marzia, prototipo de belleza francesa adolescente, de carácter decidido pero dulce, la pasión que Oliver despierta de manera creciente en él desemboca en un inevitable coqueteo y el posterior romance, escondido en las sombras y los recovecos de la villa italiana en la que los Perlman pasan el verano.
Mención especial merece un reparto encabezado por el nominado al Oscar Timothée Chalamet, seguramente el mayor descubrimiento cinematográfico del pasado 2017. Su interpretación es única, por su naturalidad, su espontaneidad y por la pasión y el dolor con el que su personaje siente y ama. Sólo la presencia de un veterano sin ser reconocido aún por la Academia como Gary Oldman, con una interpretación tan académica, puede dejar a Chalamet sin premio. La presencia en el quinteto de nominados del ya retirado Daniel Day-Lewis no es más que el testimonio del relevo natural entre lo viejo y lo nuevo. A rey muerto, rey puesto.
La interpretación de Chalamet se apoya ineludiblemente en la de Armie Hammer, quien interpreta a Oliver. Entre ambos estalla una química sensual, vibrante y chispeante, y demuestra, como ya hiciera en La red social y Free fire, que es mucho más que una cara bonita. Su ausencia en la categoría de Oscar al mejor actor secundario, en la que fue propuesto pese a tener su personaje un carácter protagónico, es flagrante. La competencia de nombres de peso y trayectoria como los nominados Rockwell, Dafoe, Plummer, Harrelson y Jenkins lo han apartado de una candidatura que otro año no sólo sería segura, sino hasta favorita.
Y si hablamos de ausencias, añadimos la de Michael Stuhlbarg, que interpreta al padre de Elio y tiene seguramente el mejor monólogo del año, al final de la película. Aunque no tenga incisión narrativa, su disertación sobre el amor romántico, la juventud y las oportunidades con las que la vida nos sacude consigue aportar toda la lucidez necesaria a un primer amor volcánico que, a menudo, está lejos de toda respuesta racional: la vida nos enseña que, de la misma manera que llega, el amor hay que dejarlo marchar.
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