‘La ballena’, liberando a Brendan Fraser

He de confesarles que iba con cierto miedo al cine a ver La ballena (2022) porque no sabía con qué versión de Darren Aronofsky me iba a encontrar, más teniendo en cuenta que él venía de la desastrosa, que no fallida, Madre!  (2017). Una película que recuerdo como una de las peores experiencias que he vivido en una sala cinematográfica.

Creo que Aronofsky era consciente de los excesos de su anterior propuesta, y aquí se adentra por unos derroteros mucho más simples tanto en forma como en fondo. Con La ballena su director no cae en el más profundo pozo como así hizo en filmes anteriores tales como La fuente de la vida (2006), Noé (2014), o la ya citada Madre!, pero tampoco alcanza las mayores cotas de su carrera como fueron Requiem por un sueño (2000), El luchador (2008), y Cisne negro (2010). Así pues, a Aronofsky le pasa un caso similar al de Guy Ritchie con su última película; es decir, no es la mejor, ni tampoco la peor de su filmografía. En este sentido, tanto La ballena como Operación Fortune: el gran engaño, se sitúan en la tabla media de ambos realizadores; aprobando, eso sí.

Uno de los principales elementos que ha hecho posible esta recuperación de Aronofsky, es que el guion no está escrito por el propio Aronofsky; no es casualidad que dos de sus mejores películas (El luchador y El cisne negro) fueron escritas por otras personas. Pese a todo, La ballena es muy de su director, llevando a la gran pantalla la obra de teatro homónima escrita por Samuel D. Hunter que se adapta a sí mismo escribiendo el libreto de este filme.

Charlie mira al vacío. La ballena

Cuando digo que “La ballena es muy de su director” me refiero a que esta tiene todas las obsesiones autorales de Aronofsky, y que este va arrastrando tanto para bien como para mal, a lo largo de su obra. Aronofsky, nacido en el seno de una familia judía, es un ateo confeso, pero eso no ha impedido que la religión sea una materia constante dentro de su filmografía, algo que podemos ver también en esta película.

En La ballena, Aronofsky, pese a tratar sus temas recurrentes, reduce tanto la pirueta formal (véase Madre!), como la densidad argumental (véase La fuente de la vida) para dejarnos con un producto mucho más fácil de digerir para el espectador; algo que, por otra parte, se agradece. Y es que Aronofsky cuando se pone a hablar de religión es un auténtico coñazo. Lo que consigue con su cine dista mucho del de Martin Scorsese, cineasta que toca también con regularidad el tema de la religión, pero que hace que el espectador se muestre interesado por el tema, y no asqueado y saturado como pasa con el cine de Aronofsky.

Es evidente que La ballena es una obra teatral llevada a la gran pantalla, y eso fuerza a que Aronofsky se muestre más controlado en el aspecto formal, y abandone el barroquismo audiovisual que, a veces, hemos visto con anterioridad en su obra. Asimismo, la escasez de personajes y localizaciones (la casa del protagonista, pero esta vez usada con mesura y no como hizo en Madre!) hacen centrar al autor, y no irse por las ramas. De hecho, de todos los personajes el que más sobra es el del misionario de la iglesia Nueva Vida, cuya trama solo tiene sentido para el carácter redentor de la cinta. Una vez más, otro elemento que se repite tanto el cine de Aronofsky como el de Scorsese, que este último siempre resuelve con mejor destreza que el director de esta película. Sin ir más lejos, la redención en El luchador está mejor llevada, y es más dramática que en La ballena, que carece por completo de altibajos, ya que su personaje se tira toda la película cuesta abajo y sin frenos, esperando a una muerte más que inminente.

Ellie observa a su padre. La ballena

En La ballena podemos ver otra de las obsesiones de Aronofsky como es el carácter autodestructivo de sus personajes. Si bien es cierto que siempre quedará para el recuerdo el papel de la magnífica Ellen Burstyn en Requiem por un sueño, es también digno de elogio la interpretación de Brendan Fraser en este filme, dando lugar a un regreso (“comeback” como dirían los anglosajones) tan del gusto de Hollywood. Si Charlie, el protagonista de La Ballena, está hecho polvo, no lo está menos un Brendan Fraser que ha visto, gracias a esta cinta, resurgir su carrera de las cenizas y volver a la palestra.

No deja de ser irónico que la filmografía de Fraser esté marcada por la palabra ballena (whale en inglés) en dos películas vitales para entender su labor como intérprete, tales como la que da pie al nombre de este filme (The Whale, en el original), como la excelente Dioses y monstruos (1998) de Bill Condon, que se centraba en los últimos días de James Whale, el mítico director de Frankenstein (1931). Y es que ambas películas suponen sus dos mejores trabajos como actor.

Con respecto a las actuaciones, destaco especialmente a Hong Chau, a la que vimos hace poco en la cargante El menú (2022), y a una Samantha Morton que, a pesar de tener solo una escena, derrocha todo su saber interpretativo.

La Ballena es una película interesante y opresiva, un drama familiar envuelto de fatalidad e incomprensión, en la que recae todo el peso de la misma en el buen hacer de Brendan Fraser, a pesar de algunos tics del director, y con una banda sonora que subraya en exceso. Con todo, recomiendo su visionado, y espero que al espectador, después de la proyección, le entren más ganas de vivir que las que tiene su ya abatido y derrotado protagonista.

Giovanni Casella
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Licenciado en Comunicación Audiovisual por la UMA y Master en Ficción de Cine y Televisión por la U.R.L. Desde niño el cine ha sido mi principal pasión, aunque la he ido combinando con las series, los cómics y los videojuegos… Me interesa cualquier forma de expresión siempre que la historia o las sensaciones sean buenas. Colaboré en el weblog Zona Negativa, en la sección de cine y televisión.

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