‘Hi, Ai’: necesidades humanas

En 1966 se publicó un sencillo programa informático llamado ELIZA que era capaz de procesar lenguaje natural. El programa se presentaba como psicoterapeuta, con lo que la persona que lo usaba podía explicar cualquier problema que tuviera y se iniciaba una conversación que parecía provenir de un humano. Lo que en realidad hacía el programa era capturar algunas palabras clave de la frase que se le tecleaba y devolverlas en forma de comentario o pregunta, mediante reglas de concordancia de patrones.

Lo que sorprendió a su creador, Joseph Weizenbaum, profesor de informática del Instituto Tecnológico de Massachussetts, fue que mucha de la gente que interactuaba con el programa llegaba a abrirle su corazón; esto le hizo reflexionar sobre las implicaciones filosóficas de la Inteligencia Artificial (IA) y con los años se convirtió en uno de sus principales críticos, llegando a afirmar que cuando fuera posible no se debería dejar tomar decisiones importantes a los ordenadores, porque nunca tendrían cualidades verdaderamente humanas.

Hi, Ai, el documental que presenta la cineasta alemana Isa Willinger en el Festival DocsBarcelona que se puede seguir online en Filmin, ahonda en la cuestión fundamental que preocupaba a Weizenbaum. Pero su enfoque, mediante el seguimiento de varios robots y la interacción con sus nuevos dueños, se centra más en lo humano que en la Inteligencia Artificial de las máquinas.

Cuando a la abuela Sakurai le regalan a Pepper para que, textualmente, “no se vuelva senil cuando esté sola”, le están anticipando un futuro no demasiado halagüeño; su interacción con el robot, con aspecto de niño, la vuelve a convertir en la profesora que fue: debe educarlo, puesto que en sus primeras conversaciones ya se intuye que sin ese proceso de aprendizaje será imposible construir una relación.

En el caso de Chuck y su recién estrenada muñeca sexual Harmony, al principio se sorprende agradablemente de que le cite libros y autores. Pero cuando le empieza a abrir su corazón hablándole de su niñez, necesita más que frases hechas, por mucho que intenten dispararle el ego; cuando Chuck habla de lo que realmente le importa, lo que obtiene a cambio es un silencio muy elocuente.

Aún así, los dueños realmente quieren tener un trato humano con los robots. Es notable su esfuerzo por relacionarse, su frustración con la falta de respuestas a sus preguntas, su búsqueda de inteligencia en las frases grabadas de las máquinas; la chispa, la empatía, la comprensión que buscan con sus interlocutores es la misma que esperarían hallar en un ser humano, puesto que esto es lo que necesitan en ese momento de sus vidas.

Así que la pregunta no es tanto si estamos preparados para introducir la inteligencia artificial en nuestras vidas, sino si ésta será capaz de llenar las carencias que los humanos tengamos. Éstas, la soledad, la falta de comprensión, la de amistad, la compañía, son las verdaderas protagonistas del documental, necesidades muy humanas que deberán llenarse, con IA o sin ella, como ha sido siempre desde el principio de los tiempos.

Jaume Felipe
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Vinculado al CineClub Vilafranca durante más de dos décadas, y con media vida en el mundo de los medios de comunicación y la fotografía, actualmente me hallo en la biblioteca pública, desde donde dinamizo programas colaborativos de cine para la Xarxa de Biblioteques Municipals de la Diputació de Barcelona.

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