Suntan es una comedia negra transformada en tragedia griega a base a una obsesión enfermiza por una mujer y un pasado irrecuperable.
Lejos de la nueva ola griega, que lidera Yorgos Lanthimos, el director Argyris Papadimitropoulos nos plantea en Suntan un escenario con personajes realistas, aunque muy contrastados, en situaciones, eso sí, incómodas.
Esta es la patética historia de un médico llamado Kostis cuyo lugar en el mundo parece no existir. Al principio del film, el protagonista de la griega Suntan (‘bronceado’ en castellano) llega a una isla del Mediterráneo, una de esas de anuncio de cerveza, en pleno invierno, habitada por tan solo 800 habitantes.
El discurrir de la vida en temporada baja es tranquilo, monótono y parece que adecuado a la manera de ser de Kostis, un hombre que genera empatía por la pena que da, revestido de un halo de tristeza pasiva, que a pesar de atesorar tan solo 40 y pocos años, espera ya con letargia una muerte que seguramente solo apenará a sus pocos conocidos durante unos minutos. Pero como veremos más adelante, la llegada de Kostis a la isla no se debe a un premio, ni a un confinamiento voluntario, en busca de una paz que acompañe su inactivo mundo interior, si no que es un castigo por algún error pasado que no llegamos nunca a conocer ni a descifrar. Kostis arriba en barco a la isla como última oportunidad de una vida penosa, lejos de los retiros dorados de aquellos urbanitas que buscan apartarse del ruido de la ciudad. Su llegada a la isla no es una huida, si no un destierro.
Un verano con Anna
Pero llega el verano, y con él miles de turistas a la isla. Y la monótona existencia de Kostis se ve alterada por el trabajo que le dan los puntuales problemas de salud de los visitantes temporales. Una de ellas es Anna, una preciosa chica de 21 años, que tras caer de la moto que conducía (sin carnet) presenta abrasiones en diferentes partes del cuerpo. Anna visita la consulta junto a su grupo de amigos, que la invaden, divertidos pero cansinos, no dejando trabajar a Kostis con tranquilidad. Pero el pobre facultativo, ese pusilánime, responde con una sonrisa el incordio e intenta trabar complicidad con unos jóvenes a los que dobla en edad y en tedio. Pero a medida que comparte experiencias con ellos, en la playa nudista, en las discotecas o en el camping, un nuevo Kostis emerge de su caparazón, generando una comicidad con Anna bastante recíproca, aunque mucho más cercana al coqueteo que al amor.
Pero Kostis, mucho más inmaduro que la pandilla de jóvenes, no discierne entre el amor y el juego, y se rinde a los encantos de la ciertamente encantadora Anna. Y a partir de aquí se masca una tragedia (griega, por no rehuir el chiste fácil) a la que vamos escalando a medida que Kostis vuelve a aislarse acompañándose únicamente del alcohol, dejando muy de lado sus responsabilidades como único médico de la isla.
Confrontaciones estacionales y emocionales
Suntan es una comedia negra que se construye a partir de evidentes confrontaciones: verano contra invierno, soledad contra comunidad, madurez contra juventud, responsabilidad contra imprudencia. Además, la puesta en escena muestra con mucha claridad estos contrastes y refuerza con imágenes (como debe hacer toda buena puesta en escena) el discurso narrativo de la cinta. Visualmente, el film juega con estos contrastes a través de la planificación. Los planos del invierno, abiertos, centrados, quietos, oscuros, contrastan con los del verano, cercanos, dinámicos, vivos, lumínicos.
Echamos de menos en la película, eso sí, el peso del contexto social y geográfico vivido en Grecia en la década de los 10. Como decíamos, la vida de Kostis ha sido errática, pero lo que el film nos transmite es que ha sido por culpa de sus errores más que empujado por la situación de inestabilidad política con la que ha convivido la ciudadanía griega en los últimos años. Aunque, para ser justos, en situaciones de crisis se hace difícil exigir a todos los que se han visto sacudidos por ella, que su comportamiento no sea haya visto en algún momento perjudicado por la ansiedad que provoca que los sueños generacionales hayan estallado en mil pedazos. No es una justificación, tan solo es la empatía que acompaña al espectador hasta la secuencia final, donde el comportamiento de Kostis queda fuera de toda exculpación.
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