“No puedes controlar tus instintos”, apunta un personaje de Pieles con el vello púbico frondoso y rosado a otro, un pedófilo sufridor. Esta frase bien podría estar diciéndosela a sí mismo el joven Eduardo Casanova, quien en su primer largometraje nos deja bien claro a través de su singular estética, carácter e imaginario personal que sus films no están hechos para cualquier público. Sus cortos ya nos permitieron conocer el universo de Casanova, un mundo repleto de decorados monocromáticos, relaciones paterno-filiales, tormentos y deformaciones; todos estos aspectos presentes en su ópera prima, y entrever que es tan fiel a su estilo, y a él mismo, como un tapete de ganchillo lo es a cualquier mueble costumbrista que se precie.
Un grupo de personas, todas ellas incómodas en su propia piel, desfilan ante el espectador para maravillarle y horrorizarle a partes iguales con sus filias y sus fobias más ocultas para buscar, o encontrar de pasada, una pequeña solución, una pepita de oro que haga de sus vidas algo más llevadero. Imposible no destacar a absolutamente todo el elenco de actores, firmes creyentes del mundo que construye Pieles y que sacan adelante a sus personajes con una convicción entusiasta. Merece la pena conocer a las imponentes madames, a Ana María Polvorosa en una de sus mejores interpretaciones, a una bravísima Macarena Gómez (quien pasó a ciegas casi todo el rodaje debido a las exigencias de su personaje: una prostituta sin ojos), y a la siempre talentosa Candela Peña: es un placer verla comer, lánguidamente, un huevo frito con patatas mientras Secun de la Rosa la mira embelesado.
Aunque el público sabe que lo que está viendo es parte de un mundo -muy- ficticio, y a riesgo de no convencer a muchos por esto, el espectador consciente y receptivo podrá maravillarse con una historia que invita a cuestionar la falta de tolerancia que mostramos hacia lo diferente, lo que en el caso de Pieles es llevado al extremo. Films como este nos permiten apreciar que no todos vivimos igual porque no hace falta, que querer ser una sirena y perder la vida en ello puede ser algo bello y que, entre otros muchos detalles, recibir por nuestro cumpleaños una careta de unicornio no es un buen regalo.
La primera película del director de La hora del baño es digna de ser vista despacio, como si quemara, para así no perder ningún detalle del bizarro planeta rosa que nos entrega el autor. Precisamente por eso, Eduardo Casanova también debe darnos permiso para apreciar algún sutil error de raccord o para que entrecerremos los ojos en alguna escena de dudoso gusto para algunos. En cualquier caso, Pieles significa salir de nuestra zona de confort y eso es, casi siempre, fascinante.
La próxima vez que no sepas qué ver en Netflix, lleves horas haciendo scroll y estés a punto de decidirte por esa película o esa serie buenísima que te ha recomendado tu cuñado, recuerda que existe Pieles y que también está en la plataforma.
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