En las primeras semanas de verano la taquilla española ha vivido un episodio artísticamente triste. No hace falta insistir más que el éxito artístico y comercial del cine, y de las películas en concreto, no acostumbran a ir de la mano. Tampoco si nos referimos al valor de la originalidad.
Una serie de franquicias, secuelas y regresos han poblado las carteleras de nuestros cines durante los primeros soles del verano y, lo más sorprendente es que han conseguido cautivar al público, pese a honrosas excepciones que han conseguido también cautivar a la crítica. No es el caso de Men in Black International, la cuarta entrega de la franquicia estrenada en 1997, hace ya 22 años, y que acumula cerca de dos millones de euros de recaudación en España.
La película no tiene sentido. Sí lo tiene narrativamente, aunque funcione a medias, pero la pregunta es ¿a qué brillante mente de Sony/Columbia se le ocurrió que era una buena idea rescatar esta saga, cuya última entrega llegó en 2012 con discretos resultados artísticos? (aunque todo sea dicho, recaudó 624 millones de dólares en el mundo costando 225, de los cuales unos 70 se embolsó Will Smith).
Esta cuarta entrega de la saga no aporta nada nuevo al universo creado en los cómics de Lowell Cunningham, más allá de que lo expande por el globo terráqueo con nuevos personajes. ¿Realmente alguien tenía interés en ver cómo funcionan los MiB en Londres?
El primer problema que encontramos ante esta película de consumo veraniego es su casting principal. La pareja protagonista, formada por Chris Hemsworth y Tessa Thompson no están, ni de lejos, a la altura de la pareja original, formada por los espléndidos Will Smith y Tommy Lee Jones. Una pareja de actores llena de contrastes evidentes y, pese a algún patinazo en la elección de sus proyectos, solvente.
Hemsworth, conocido por interpretar al personaje de Thor en el Universo Marvel, no es una actor suficientemente dotado para llevar el peso de una película por si solo. Basta recordar que de las 22 películas que componen ese Universo Marvel seguramente dos de las peores (si no las dos peores, directamente) son las dos primeras entregas protagonizadas por el hercúleo héroe nórdico, al que en un decisión atrevidísima de casting decidieron acompañarlo por dos intérpretes de la monumental talla de Natalie Portman y Anthony Hopkins. El actor australiano no deja de ser una cara bonita y chistosa, pero el poso que dejan sus interpretaciones es el mismo que queda en un taza de café después de meterla en el lavavajillas: ninguno.
Enfrente, una Tessa Thompson que hace lo que puede en el papel de la novata, que sigue las indicaciones de su mentor hasta que se ve capaz de contestarle e incluso salvarle la vida. Aquí la típica relación de admiración entre aprendiz y maestro, se ve empañada por un cierto filtreo amoroso mutua. No cabe duda de que entre ambos actores existe cierta química, como ya comprobamos en Thor: Ragnarok, pero sería forzar demasiado la posibilidad de que esa relación vaya a más en próximas entregas de la saga que, aunque mucho nos pese, todo parece indicar que habrá.
La película no deja de ser una más. Suena a todo visto, a lugares comunes que comparten decenas de películas. Son los hombres de negro como podría ser los de cualquier otra saga. Es un déja vu constante que no contrarresta el tener en el elenco a dos actores como Emma Thompson y Liam Neeson, una pareja que de haber protagonizado este film, por mediocre que hubiese seguido siendo, hubiese funcionado mucho mejor. Pero, de momento Hollywood no se atreve a poner enfrente de un blockbuster de este calibre a dos actores con más de 60 años. Una lástima.
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