Una cuestión de género pone el foco en la trayectoria de la jueza Ruth Bader Ginsburg, símbolo de la resistencia pública y de la justicia.
Hablar de Ruth Joan Bader Ginsburg es hablar de una pionera. Entre sus méritos destacan el haber sido la primera mujer en trabajar en las revisiones de leyes tanto en la Escuela de Derecho de Columbia como de Harvard, haberse convertido en la segunda mujer nominada a la Corte Suprema (el más alto tribunal de Estados Unidos) y haber dedicado una vida entera a la lucha por la igualdad legal de género. Después de décadas sumando logros podemos decir hoy en día que ha sido la primera de muchas. Una cuestión de género se centra en su figura para remarcarnos que fue la determinación de personas concretas como ella lo que permitió abrir la brecha para que las mujeres avanzaran hacia un mundo más equitativo en el que no se sintieran (tan) discriminadas.
También conocida como R.B.G., esta jueza y jurista estadounidense está considerada un símbolo de la resistencia pública y de la justicia, y ahora ya tiene en su haber un documental sobre su figura y trayectoria (RBG), dirigido por Julie Cohen y Betsy West, y el biopic que aquí nos concierne, sobre su historia y legado, protagonizado por una excelente Felicity Jones bajo la dirección de Mimi Leder.
El film nos sitúa en el año 1956, en una época en la cual la mujer que quería ser abogada en Estados Unidos tenía que excusarse por ocupar una plaza que, a ojos del decano, debería de haber sido destinada a un hombre. Lamentablemente, este aspecto es solo la punta del iceberg, ya que el sistema legal existente en los años 50 en la mayoría de países del mundo permitía excluir a la mujer de muchos puestos de trabajo, si es que se la ‘dejaba’ salir de casa para trabajar (ya que, de trabajar, ya lo hacía dentro de casa, cabe decir), degradarla de categoría si se quedaba embarazada o despedirla si se casaba. Eran prácticas habituales simple y llanamente por una cuestión de género. En España, series como Cuéntame cómo pasó nos han mostrado que incluso en los años 70, una mujer ni siquiera podía tener una cuenta bancaria sin el permiso de su marido. Ni sacarse el carné de conducir, el pasaporte, tener un negocio… A partir de la Constitución de 1978 se abrió una puerta para que la legislación española garantizara el mismo trato a mujeres y hombres.
A lo largo de su carrera, Ginsburg se ha especializado en las causas donde se vulneraban derechos fundamentales, que por aquel entonces distaban mucho de los considerados en la actualidad. No satisfecha con la legislación con la que creció, en 1972 fundó la sección de derechos de la mujer en la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles, pero un año antes llegó uno de sus mayores hitos: el conocido como caso Reed vs Reed. Es precisamente este caso el que da forma a la película de Leder, que narra cómo Ginsburg consiguió que el tribunal estadounidense dictaminara por primera vez que tratar a una mujer diferente a un hombre violaba la Constitución y era legal.
Con su fe en la victoria, Ginsburg declaró la guerra al Estado para demostrar que ante la ley todos debemos ser iguales y conseguir nuevos derechos civiles. Bajo la tapadera de unas leyes protectoras con las mujeres, Ginsburg denunció que el objetivo de esas leyes no era para protegerlas, sino para mantenerlas en su sitio. Un sitio inferior al ocupado por el hombre. Porque “decidir que la mujer no haga un trabajo no es un privilegio, sino una jaula. Y las leyes son las rejas”. En este sentido, fue más allá a la hora de cuestionar el derecho del país a cambiar, ya que de no tenerlo, “somos presos de nuestras leyes”. Quiso enmendar el error para con las mujeres de su país y sentó el precedente para con el resto del mundo.
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