Hoy hace un año nos dejaba Andreu Navarro, uno de los fundadores de Industrias del Cine, cuya obra y trabajo fue fundamental para el nacimiento y lanzamiento de este medio.
En el primer aniversario de su fallecimiento, Industrias del Cine quiere rendirle un sentido homenaje. Doce personas, entre los que se encuentran familiares, amigos y compañeros de cinefília, lo recordamos a través de las películas de las que él nos hablaba y que de una manera u otra marcaron nuestra relación con él. Además, este homenaje significa un breve y humilde repaso por obras cumbres del cine clásico, del que Andreu era devoto y del cual nos dio sabias lecciones, tanto en las innumerables tertulias que compartimos como en la sección de Historia en Industrias del Cine, desde donde compartía su conocimiento y su pasión por el séptimo arte.
Estas son las doce películas que Andreu Navarro nos enseñó a amar:
Ser o no ser (1942, Ernest Lubitsch)
Andreu tenía tres grandes pasiones: la literatura, el teatro y el cine. De la primera hizo su profesión, corrigiendo libros de toda índole. De la segunda, su anhelo personal, pasando de espectador a colaborador en una compañía local, pero soñando en actuar sobre el escenario quizás en un futuro utópico. Y de la tercera su curso vital. Hablaba de cine y se le iluminaban los ojos. Hablaba de cine y hablaba de su vida, de como ciertas películas marcaron su existencia. Pues bien, Ser o no Ser es el cóctel perfecto dónde el maestro Lubitsch, cuál barman inspirado, mezcla estas tres artes de manera brillante, consiguiendo un resultado embriagador para cualquier espectador dispuesto a ingerir cultura e ingenio a la par. Y Andreu era este tipo de espectador, ese perfil de persona. Alguien con un afán inagotable de conocimiento, un urbanita capaz de recorrer las ciudades de medio mundo para exprimir todo su buen saber y al día siguiente conversar con vehemencia pelando cañas entre viñedos. Alguien con apariencia gris, como ese metraje que combina dosis infinitas de blanco y negro, pero con una vitalidad envidiable y una elocuencia sublime, igual que la revelada en el guión de Edwin Justus Mayer.
Marina Mestres, actriz y directora teatral.
Encadenados (1946, Alfred Hitchcock)
Me gustaba coincidir con Andreu a la salida de las sesiones de Cine Club de los jueves, cuando justo después del último crédito se levantaba de su sillón. Gracias a su talante analítico y su erudición cinematográfica, su punto de vista sobre la película que acabábamos de ver era siempre sugestivo y despertaba el interés de todos los que le escuchábamos. Pero personalmente lo que más me unía a él era la pasión que compartíamos por los grandes clásicos en blanco y negro (Frank Capra, John Ford, Max Ophüls, Fritz Lang, Von Sternberg, Ernst Lubitsch,… y un largo etc.). En este ámbito era una auténtica enciclopedia y siempre me descubría alguna pequeña obra maestra de visión obligada. También mi hijo Gerard le debe en buena parte a Andreu el entusiasmo por el buen cine desde aquella noche de otoño de 2015 que se sentaron juntos en la sala Zazie para ver Encadenados (1946) en una proyección que él mismo había contribuido a programar dentro del Most Festival. Comentando al terminar sobre la magnífica trama de espías en la que nos había adentrado el rey del suspense, Andreu le hizo notar que a pesar que hubieran pasado más de 60 años, las películas de Hitchcock seguían conmoviendo al espectador gracias a su estilo sutil y elegante, sin necesidad de recurrir a efectos visuales ni escenas magnificantes.
Josep Ferret, presidente de Cine Club Vilafranca entre 1995 y 2006.
Macbeth (1948, Orson Welles)
Una de las películas que más veces me citó mi padre como una de sus favoritas es Macbeth de Orson Welles. Hace tres años decidí aprovechar el ciclo de la Filmoteca sobre dicho director para ir a verla. Además tuve la suerte de coincidir el día de la proyección con la hija de Welles, Chris —que aparecía de niña en la película—. Vino invitada para hablarnos del recuerdo de su padre. En un momento de la charla comentó que su intenso aprecio por el cine y el teatro no habría sido posible sin su influencia. Recuerdo que pensé que eso es algo que tenemos en común. Una de las muchas cosas que siempre le podré agradecer a mi padre es que me enseñó a disfrutar de estas aficiones y eso es algo maravilloso que llevaré conmigo el resto de mis días.
Octavi Navarro, hijo de Andreu.
La Ronda (1950, Max Ophüls)
Ver una película de Max Ophüls es un ejercicio de humildad cinéfila. Estás convencido que nadie ha planificado como Kubrick, ni ha movido la cámara como Scorsese, ni ha cruzado historias como Tarantino. Pero un día descubres el frenético carrusel de personajes y sentimientos de La Ronda y te das cuenta que Ophüls ya lo hizo muchos años antes. Andreu Navarro, que había visto y entendido tanto cine, sí lo sabía. Recuerdo comentar con él como me había maravillado la modernidad de La Ronda y verle esbozar su inconfundible media sonrisa irónica. “A buenas horas”, debió pensar el gran Andreu, siempre paciente y didáctico ante nuestras lagunas de cine clásico.
Josep Maria Escofet, presidente de Cine Club Vilafranca entre 2006 y 2014.
El manantial de la doncella (1960, Ingmar Bergman)
‘La película que nunca vimos juntos’
Nos reencontrábamos el tercer viernes de cada mes en el cinefórum donde uno de los dos presentaba la película que se proyectaba. Al finalizar la sesión, si la cinta no había superado sus cultivadas expectativas, discretamente Andreu me susurraba: “La película se deja ver, pero…”. Luego daba paso a la camaradería y, fuera de campo, dejándome a mí todo el protagonismo, en voz alta continuaba: “Me ha gustado mucho tu introducción, ya que…”.
El manantial de la doncella hubiera sido la siguiente película que habría presentado de no haberse cruzado en su camino la fatal enfermedad. Para mí se ha convertido en la película que nunca vimos juntos.
En ella se encuentran todos los rasgos que definen la filmografía de Ingmar Bergman. La cámara penetra más allá del rostro de los protagonistas, los acucia hasta su confesión. El espectador vive esa incomodidad como propia porque en el trasfondo de todo el cine bergmaniano reside la angustia, que inevitablemente todos alguna vez hemos de sentir. El fuera de campo se manifiesta desde la primera escena a través de la mirada de Gunnel Lindblom cuando se encomienda al dios Odín. Esta presencia invisible no abandonará al espectador durante todo el metraje, provocándole un perpetuo estado de desasosiego.
Y no puedo evitar pensar cuánto le gustaba a Andreu vivir, discretamente, en el fuera de campo; aunque a diferencia de Bergman impregnaba de solaz todas las escenas de la vida.
Justí Torn, coorganizador del cinefórum de la Biblioteca de Sant Quintí de Mediona.
Sábado noche, domingo mañana (1960, Karel Reisz)
Desde que conocí el cine inglés, en especial el Free Cinema, sentí pasión por sus historias de jóvenes rebeldes (denominados ‘airados’) en un mundo jerárquico marcado por la separación de clases y asfixiado por las convenciones sociales. La lucha por hacerse un hueco, aunque fuera a golpes o desencuentros con el resto de sociedad, me llamaba poderosamente la atención, más aun cuando me daba cuenta de que ese desapego social ya estaba a la orden del día a mediados del siglo XX.
En Andreu encontré un pozo de sabiduría sobre cine clásico y, en especial, sobre este capítulo de la historia del cine, que aunque no fue especialmente largo, sí marcó su generación y las venideras. Lindsay Anderson, Tony Richardson y Karel Reisz fueron algunos de los artífices del movimiento y fruto de mi interés por conocerlo mejor surgió una sesión de cine en su casa en la que tuve ocasión de disfrutar de Sábado noche, domingo mañana. De ese día todavía me acuerdo del coloquio posterior, sin duda lo que Andreu más disfrutaba. Recuerdo cómo solía escuchar, atentamente, mientras te miraba a través de sus gafas y cuando admitía estar más o menos de acuerdo, levantaba las cejas con la voluntad de asentir, aunque luego siempre precediera una de esas frases lapidarias con las que te ganaba la dialéctica. Se nos fue un gran cinéfilo, pero sobre todo se nos fue un amigo con el que compartir lo bello que es el cine de hoy y de ayer.
Lídia Oñate, cofundadora de Industrias del Cine.
Plácido (1961, Luis García Berlanga)
‘La letra del motocarro’
Hace un año que se fue Andreu. Por esta época hacíamos planes para el próximo Almagro. Era también la ocasión de rememorar películas. Siempre salía Plácido. El mejor retrato social de la España franquista que nos dejó Berlanga. Con sutileza describía las angustias de un pobre trabajador para pagar la letra del motocarro. Toda la vida pendiente de la letra. Al fondo el poder implacable de la banca y la maquinaria de una burocracia administrativa inclemente. Ahora vemos la gente pendiente de la hipoteca o el alquiler. Andreu sentía como suyas los apuros de Plácido como ahora los de los desahuciados.
Andreu Missé, director de la revista Alternativas Económicas.
Uno, dos, tres (1961, Billy Wilder)
Andreu, con tu permiso, me apetece mucho recomendar un clásico que sé que está entre los top (no te enfades por el anglicismo) de tus favoritos: Uno, dos, tres, una de las comedias más hilarantes del maestro Billy Wilder, donde satiriza sobre la Guerra Fría.
He elegido esta película porque me recuerda tu mirada entusiasta, tu sonrisa pícara cuando comentábamos ciertas secuencias, el disfrute con el que hablabas de James Cagney cuando soltaba sus líneas con la rapidez de una ametralladora y del sentido del sentido del humor corrosivo y sarcástico de Wilder.
Situada en Berlín, presenta la actividad de un alto cargo de Coca-Cola que quiere introducir esta bebida en la URSS para así ser nombrado responsable de la empresa en toda Europa. Además, el encargo de su jefe en Atlanta para que atienda a su hija, que está viajando camino de Berlín, comportará unas incidencias inesperadas que sirven a Wilfer para no dejar títere con cabeza.
Que los muchos guiños, en clave de comedia, a las frías relaciones entre el Este y el Oeste durante la Guerra Fría os hagan disfrutar tanto como lo hicimos nosotros.
Teresa Sala, profesora de inglés y miembro de la junta de Cine Club Vilafranca.
Los comulgantes (1963, Ingmar Bergman)
Andrés me enseñó a conocer y disfrutar del cine de calidad. Vimos juntos muchas películas y asistimos a infinitas sesiones de cine-club. Recuerdo que las primeras veces, al salir, me preguntaba qué me había parecido. Yo contestaba con un simple “está bien”. Entonces él hacía una disección de la película que yo no podía ni imaginar que se pudiera hacer. Las siguientes veces, mientras veía la película, sufría horrores pensando que al salir “ese chico me preguntará sobre ella”.
Vimos mucho cine de Igmar Bergman, claro. Recuerdo una película Los comulgantes que me impresionó mucho. Habla del silencio de Dios. Impresionante la fotografía, mostrando unos paisajes nevados, con un tono gris (era en blanco y negro) que aumentaba la desazón y tristeza que te comunicaban los personajes, interpretados a la perfección por Ingrid Thulin y Gunnar Bjornstrand.
Isabel Torras, ex-mujer de Andreu.
El joven Törless (1966, Volker Schlöndorff)
La primera vez que oí hablar de El joven Törless, ópera prima del más tarde oscarizado Volker Schlöndorff, fue en boca de Andreu. En la película, basada en la novela Las tribulaciones del estudiante Törless escrita por Robert Musil y publicada en 1906, se narra cómo un joven estudiante, interno en un Instituto Militar del Imperio Austrohúngaro, descubre cómo funciona el mundo de los adultos, el poder y las relaciones humanas, viviendo una serie de acontecimientos que desembocaron, décadas más adelante, en las semillas del nazismo.
Rodada en la República Federal de Alemania es un exponente de las corrientes centroeuropeas aparecidas en los años sesenta, salpicadas de las nuevas olas francesas. Andreu era un apasionado del cine europeo, pero particularmente de ese cine que, por nacer al amparo de la Nouvelle Vague, que contaba con películas y cineastas más populares, ha quedado algo olvidado con el transcurrir del tiempo, pese a contar con obras maestras sobre las que Andreu hablaba con entusiasmo como la checoslovaca Trenes rigurosamente vigilados, de Jiri Menzel, y la polaca Cenizas y diamantes, de Andrzej Wajda.
Se pueden decir muchas cosas de Andreu, pero especialmente me gusta recordarlo por su juventud, pese a que nos conocimos estando él ya jubilado. He conocido a pocas personas con un entusiasmo vital y cinéfilo tan pronunciado y, pese a llevarnos 42 años de diferencia, nunca encontramos momentos de silencio en nuestras conversaciones. En el fondo hablábamos el mismo idioma, el lenguaje del cine, del cual Andreu me enseñó nuevas palabras en forma de películas y cinematografías que, indudablemente, siempre quedarán vinculadas al recuerdo de su pasión cinéfila.
Pablo Sancho París, cofundador de Industrias del Cine.
Z (1969, Konstantin Costa-Gavras)
Ejemplo paradigmático de cine político comprometido, como en el caso de buena parte de su filmografía, Costa-Gavras quiso retratar en Z un complot desde las cloacas del poder contra un político de carácter pacifista en la oposición. Mediante el uso de flashbacks y el montaje de historias paralelas seguiremos la investigación de un joven magistrado decidido a saber la verdad, mientras que un periodista ambicioso acumulará pruebas que señalan a un grupo político de extrema derecha.
Para una persona comprometida con los valores cívicos y sociales y con un alto sentido de la justicia como Andreu, no es de extrañar que fuera sensible a las injusticias que la película denuncia, aún hoy plenamente vigentes.
Jaume Felipe, director de la Biblioteca Maria Àngels Torrents de Sant Pere de Riudebitlles.
El golpe (1973, George Roy Hill)
Si tengo que decidir una sola película que me recuerde a todo lo vivido con mi padre, me vienen a la cabeza muchas que en su momento me parecieron una maravilla, cosas de la edad, y que vistas años atrás, ha hecho que me de cuenta de los auténticos bodrios que le hicimos sufrir mi hermano y yo… algunas, más de una vez. Sagas como las de Loca Academia de Policía, películas fascistas, machistas y tramposas tal cómo él las habría descrito. Hubiera quedado mucho mejor hablar de sus recomendaciones tales como El Padrino o El Séptimo Sello pero, prefiero sonreír emocionado recordando lo que tuvo que aguantar por amor a sus hijos.
Una película que siempre relaciono con la memoria de mi padre es El Golpe (The Sting), película de 1973 dirigida por George Roy Hill. Hace ya muchos años, mientras pasábamos mi hermano y yo una Semana Santa junto a él en un pueblo cuyo nombre no recuerdo, nos llevó a ver dicha película al cine del Centro Cívico del lugar. Tengo que decir que pese a que el ambiente no acompañaba, imagen y sonido algo deficientes, versión doblada y que el público no estaba muy atento a lo que sucedía en la pantalla, disfruté mucho con esa película, algo que sigue sucediendo, la última vez hace pocos días.
Héctor Navarro, hijo de Andreu.
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