Hace algo más de una década el cine norteamericano alumbró a un joven cineasta canadiense que se anunció al mundo con un conjunto de primeras películas independientes pero con un importante potencial comercial que lo situaron pronto en la lista de grandes cineastas americanos del siglo XXI. No en vano, con solo 31 años, Jason Reitman fue candidato al Oscar al mejor director por su segunda película, esa pequeña joya que es Juno. Hazaña que repetiría dos años más tarde con Up in the air, por la que recibió hasta tres nominaciones (como productor, director y guionista). Desde entonces su carrera ha ido transitando por senderos más discretos, a veces de calidad, a veces de éxito. Sin embargo, y pese a los tropiezos, este cineasta de 41 años acumula ya ocho largometrajes estrenados y uno en proceso, la tercera parte de Cazafantasmas, donde los originales Bill Murray y compañía pasarán el testigo a una nueva camada. De esta manera, Reitman hereda el testigo de su padre, Ivan Reitman, director en los años ochenta de las dos primeras entregas de la saga de parapsicólogos.
En los últimos meses hemos visto como se han estrenado películas que recuperan la memoria reciente de la política estadounidense, centrándose menos en la obra de gobierno de sus protagonistas y más en los entresijos políticos, personales y morales que los llevaron a tomar determinadas decisiones. Hoy llega a las carteleras El candidato, la segunda película que Reitman estrenó en Estados Unidos en 2018, y que protagoniza Hugh Jackman acompañado de dos habituales del cine de Reitman, Vera Farmiga y J.K. Simmons, que interpretan a la mujer del candidato y a su director de campaña, respectivamente.
El film versa sobre la participación del demócrata Gary Hart en las primarias de su partido. Un candidato que, tal y como sería anunciado décadas más tarde Al Gore, debía ser el próximo presidente de los Estados Unidos. Hart, senador de Colorado y con un currículum intachable, partía como favorito en las elecciones primarias de 1988, cuyo ganador se debería enfrentar al antiguo director de la CIA, vicepresidente de Ronald Reagan y republicano George H. W. Bush, quien a la postre se convertiría en presidente y se mantendría en el poder durante un único mandato.
El favoritismo de Hart queda claro en el título original The Front Runner, una fórmula anglosajona que define al favorito, al que está a la cabeza en una apuesta, en una quiniela o en unas predicciones. El mismo año en el que se estrena La favorita, hubiese sido extraño el estreno de otra película titulada El favorito. Pero más allá de lo anecdótico del título, la película que protagoniza un Hugh Jackman más hierático y conciso de lo habitual en él, nos pone sobre la mesa diferentes reflexiones, no en tanto sobre el mundo de la política, sino sobre el del periodismo, pues El candidato más que centrarse en la campaña de Hart se centra en el escándalo que hizo que el senador tuviese que abandonar en su voluntad de ser el candidato a la presidencia de su país. Un desliz sentimental destapado por un periódico de segunda a principios de la campaña con Donna Rice, una joven de Florida y hoy una mediática defensora de la seguridad de los usuarios en internet, conviritó la vida privada de Hart en el tema de conversación de la campaña, siendo atacado por sus adversarios políticos, fueran de su partido o no, y por toda la prensa que se sumó a aumentar decibelios al ruido mediático, incluido el prestigioso The Washington Post, el diario que en la pasada década consiguió derrocar a un presidente gracias al caso Watergate.
La película nos muestra la manera en que la política y el periodismo empezaron a convertirse en lo que es hoy: un circo. ¿Debemos valorar la capacidad como gobernante de una persona por la fidelidad a su esposa? Es una de las preguntas que plantea el film, que presenta la situación de Hart como hipócrita, tanto por lo vivido años atrás, como por lo vivido años más tarde, con Donald Trump.
En una escena ambientada en la redacción de The Washington Post se cita una frase atribuída al presidente demócrata Lyndon Johnson en un diálogo con la prensa: “Verán ustedes subir a muchas mujeres a mi habitación. Les pido la misma discreción conmigo como la que tuvieron con el presidente Kennedy”. ¿Qué diferencia hay entonces entre Kennedy y Hart? La prensa. Tres décadas más tarde el mediático Donald Trump llegó a la presidencia de Estados Unidos tras denuncias por acoso a un buen número de mujeres, algunas prostitutas. ¿Qué diferencia hay entonces entre Hart y Trump? Es la pregunta explícita que nos presenta El candidato, film que nos muestra como la denominada prensa seria fue tiñendo sus páginas de amarillo.
Reitman no justifica en ningún momento el adulterio, pero denuncia el foco de la prensa, que es señalada como culpable de que el carismático y brillante Hart no se hiciera con la candidatura presidencial. Esa nueva forma de hacer periodismo sometió a Hart a un juicio seguramente injusto pero que marcaría una nueva línea roja, la intachabilidad de la moral del político. Pero visto lo visto décadas después, esta línea roja, este listón, solo parece ser efectivo en los partidos progresistas, mucho más exigentes a sus políticos que los partidos conservadores, acostumbrados a nadar en la abundancia de la corrupción, la mentira y la misantropía.
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