Así como si de un lobby se tratara, hacer un buen thriller requiere previsión, anticiparse a las expectativas del espectador y diseñar un guion que contenga los giros necesarios en el momento oportuno. El caso Sloane (John Madden, 2016) tiene todos los ingredientes para sumergirnos con un ritmo endiablado en el intrincado mundo de los lobbies americanos, donde se esconden los parásitos de la democracia, aquellos dispuestos a todo tipo de fechorías (sobornos, espionaje, amenazas, etc.) con tal de conseguir su propósito: beneficiar a las empresas que representan.
La protagonista de semejante historia es Madeleine Elizabeth Sloane, una profesional de los asuntos gubernamentales que opera desde una empresa de comunicación. Una forma muy sofisticada de decir ‘lobby‘. Interpretada por una brillante Jessica Chastain, Sloane es una mujer capaz de todo: de hacerlo fantásticamente bien al coste que sea y de estropearlo todo en el momento más delicado de su carrera. He aquí cuando empezará su infierno, personal y profesional, pero antes descubriremos qué turbios movimientos tienen lugar en la clandestinidad del Senado norteamericano cuando de aprobar una ley se refiere. En El caso Sloane la acción se centra en el posible incremento de la regulación para portar armas, algo muy sensible en Estados Unidos, ya no solo por la magnitud del propio negocio, sino por el debate moral que se abre ante una sociedad cada vez más atemorizada.
‘El caso Sloane’ sitúa el debate de lo moralmente reprobable que supone permitir un sistema democrático presionado por lobbys
Si en ajedrez anticiparse es importante, en la vida de los lobbystas no hacerlo supone perderlo todo. El objetivo de Sloane es ganar a toda costa, sin importarle los medios. Para ello, tiene en cuenta todo lo que está en su mano. A través de sus movimientos conocemos el ritmo frenético en el que se desenvuelven este tipo de profesionales y todas las herramientas con las que cuentan como los estudios de opinión, encuestas y entrevistas con líderes de grupos de poder y asociaciones clave para el sector que se trata. Tanto sus donaciones como su influencia se vuelven indispensables y todo suma para llegar al fin: la victoria bajo los intereses por los que se muevan. Es un trabajo constante en el que nunca se duerme ni se descansa.
En El caso Sloane vemos la dualidad de valores de la sociedad americana, separadas a grosso modo en derechas e izquierdas. Sus puntos de mira y su ética nos permiten discernir el tipo de política en el cuál nos posicionaríamos y hasta qué límites podríamos llegar a tolerar para apoyar la causa en la que creemos. ¿Todo vale? ¿Qué estamos dispuestos a rechazar o a aceptar?
A menudo, Sloane es acusada de tener una mente retorcida y maquiavélica, pero ella misma se encarga de demostrar continuamente que es el propio sistema en el que vivimos el que está totalmente pervertido por las fuerzas político-económicas que lo sostienen. “Malpensado es como llaman los ingenuos a quienes carecen de exceso de candidez que ellos mismo manifiestan” es una de las perlas que nos brinda el magnífico guion firmado por Jonathan Perera, unas palabras con las que Sloane se defiende una vez más de aquellos que desconfían de sus pensamientos, a priori demasiado enrevesados pero que a la hora de la verdad la legitiman sin lugar a dudas.
Todo thriller que se precie debe ser imprevisible y mantener al espectador en vilo hasta el punto de sorprenderle con un último giro de guion. No es tarea fácil, pero El caso Sloane consigue contenerte la respiración hasta liberarte de la carga con una maniobra digna de los mejores filmes del género. Touché.
¿Había alguien esperando cuando sale de la cárcel?
En el último plano de la película, cuando sale de la cárcel, pasea su mirada por su alrededor y, de repente, esa distraída mirada se acera y se fija en un punto determinado, dando la sensación de extrañeza y asombro. Es un segundo nada más, pero ¿Que o quien produce esa reacción?
Eso mismo me pregunto…