Uno de los platos fuertes de la pasada edición del Americana Film Festival fue Lucky, la ópera prima de John Carroll Lynch, un veterano actor al que hemos visto formando parte del reparto de películas como Fargo, Zodiac, Gran Torino y Shutter Island, y que recientemente interpetó a uno de los hermanos McDonald en El fundador.
Lucky es el sobrenombre que recibe el personaje protagonista, un tipo afortunado al que da vida el malogrado Harry Dean Stanton, que falleció el pasado mes de septiembre a la edad de 91 años. El actor, mítico protagonista de París, Texas y un habitual del cine de David Lynch, podría sentirse también un hombre afortunado. Pocos actores han podido dejar su oficio con un testamento fílmico tan bello como el que le ofrece a Stanton esta película. Y es que Lucky es una película hecha para él, con un guion escrito por dos amigos suyos en el que se repasan multitud de anécdotas reales del propio actor, como su participación en la Segunda Guerra Mundial, que sucedió tal y como Lucky la explica.
Después de enterrar a todos sus contemporáneos, Lucky vive a sus 90 años bajo una rutina muy marcada: ejercicio físico de buena mañana, el paseo por las calles de su desierto pueblo, el café en el bar de siempre, sus crucigramas, los concursos de televisión, que le mantienen con la mente activa, y el bloody mary al atardecer acompañado de sus compañeros en las últimas batallas de su vida. Pero una mañana se cae, sin motivo aparente, y Lucky empieza a preocuparse y a ser consciente de que no vivirá eternamente.
En este momento la película entra en una dinámica interesante, pues deja de lado la tradicional narrativa y se adentra en un catálogo de personajes que se cruzan con Lucky durante varias jornadas y desembocan en conversaciones y situaciones acerca de la vida, la muerte, la memoria y la eternidad. Uno de ellos es Howard, cuyo personaje vive la desaparición de su galápago, un animal que puede llegar a ser centenario, que después de compartir media vida con su amo, decide escaparse, ser libre, correr. Este personaje está interpretado por el cineasta David Lynch, que aparece tras la puerta del pub de manera nada casual en el preciso instante que Stanton pronuncia la palabra surrealismo, palabra que a partir de aquí parece impregnarlo todo, aunque sin salirse del drama, pues pareciera que el director no se atreve en ningún momento a traspasar esa línea.
Harry Dean Stanton fue uno de esos actores que todo el mundo reconocía aunque gran parte del público ni siquiera supiese su nombre. Murió sin un Oscar, premio al que nunca fue nominado. Ni tan solo un honorífico que si ha ganado recientemente, por poner un ejemplo, Jackie Chan. Lucky hubiese sido la mejor ocasión de reconocerlo póstumamente. Por suerte, nos quedarán para siempre sus películas.
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