España le pintó como director de thriller en un momento en que el género comenzaba a revivir en el panorama patrio. En los cinco años de silencio que siguieron a Los ojos de Julia, Guillem Morales (Barcelona, 1975) hizo las maletas y se plantó en Reino Unido donde la industria del cine no expulsaba talento sino que lo acogía. A él le abrazó primero la reconocida agencia United Agents y la BBC después, donde ha dirigido tres de sus últimas series. Del humor negro de Inside n. 9 al drama -¿o tal vez thriller?- de época de The Miniaturist, miniserie con Anya Taylor Joy como protagonista y que ha llegado a España de la mano de Filmin.
Tu carrera en los últimos años ha tenido un ascenso vertiginoso. ¿Qué sensación tienes tú cuando miras atrás?
Para mí nunca nada ha sido fácil, pero creo que es lo normal. Para dar el salto de los cortometrajes a mi primer largo pasaron bastantes años. De hecho, El habitante incierto fue el segundo guion que escribí. En aquel momento no había industria en España y eso suponía que se siguieran caminos muy distintos para hacer cine.
Tú decidiste dar el salto a Inglaterra después de Los ojos de Julia. ¿Cuánto pesó esa falta de industria en tu decisión?
Lo cierto es que ya lo había decidido antes. Quería perfeccionar mi inglés y pasar una temporada en un país que yo admiro muchísimo y del que me encanta su cultura. Aunque lo cierto es que intenté hacer más largometrajes en España y no fue posible. Coincidió con la crisis y las cosas estaban un poco revueltas. Así que acabé por establecerme allí.
¿Fue coincidencia que ambos proyectos, con guion tuyo, fueran thrillers?
No, me encanta el thriller y aquello fue algo completamente natural. Además coincidió con un momento en que tenía público y estaba muy bien considerado tanto dentro como fuera de España. Fue un momento interesante en el cine español, se hacían muchas películas de género y había un interés en seguirlo también desde fuera. Desde Inglaterra sin ir más lejos.
¿Cómo fue tu aterrizaje allí?
Desarrollaba proyectos, aprendía a escribir en inglés y me reunía con productores. El mundo del largometraje y su financiación se complicó. Sobre todo para el cine que estaba entre las superproducciones y los proyectos más independientes. Sin embargo, al mismo tiempo la televisión dejó de ser la hermana pequeña del cine y adquirió una importancia tremenda, de modo que te encuentras productos televisivos que son mucho más cinematográficos que algunas películas. Y además se da un trasvase maravilloso de actores. Conseguí un agente, una entrevista y empecé a dirigir proyectos interesantes. La figura del agente es indispensable, no sólo para ser director sino para cualquiera que quiera trabajar en la industria.
De hecho fue precisamente en la televisión, en la BBC, donde encontraste tu sitio. ¿Qué supuso tu estreno allí dirigiendo la serie Inside n. 9?
Es una comedia maravillosa y negrísima. Muy de culto. Con unos guiones maravillosos y unos actores estupendos. Fue un reto, pero a mí me gustan los retos. Mi generación creció viendo muchas series de la BBC que compraba Televisió de Catalunya, aunque cuando lo cuentas allí se sorprenden.
Después de dirigir tres series precisamente para la BBC, ¿cuál dirías que es su sello?
Creo que es el abanico tan amplio de proyectos que produce: desde la adaptación de los clásicos con todo el rigor histórico hasta las comedias o los dramas más experimentales. Tienen mucha conciencia de televisión pública, de que tiene que ofrecer una diversidad de contenido para contentar a una demanda que es amplísima.
¿Cómo ha sido allí tu rol como director, has notado diferencias con el cine?
Sí, el rol clásico del director para televisión no es como el de cine, tiene más peso el guionista. De igual manera que en los largometrajes es más importante el director. Y creo que debería equilibrarse. En mi caso soy responsable de las mismas decisiones. Vengo del cine y creo que cuando un productor me elige también está dando el visto bueno a ese bagaje más de autor. Tengo mis debilidades en la manera de mover la cámara, ruedo siempre con las mismas ópticas… y eso no lo voy a cambiar.
Hace apenas unas semanas se ha estrenado en España, gracias a Filmin, The Miniaturist, tu última serie para televisión, basada en la novela de Jessie Burton. ¿Dirías que ha sido tu proyecto más ambicioso?
Antes hice Decline and Fall que también fue muy ambicioso porque era puramente inglés, una sátira sobre la sociedad inglesa de 1928 basada en una novela de Evelyn Waugh. Ahí ya noté algo de presión en el buen sentido. Siempre he admirado mucho a los directores como Ang Lee que son capaces de irse a otro país y hacer una película que sea, por ejemplo, realmente americana o inglesa. Y esa serie fue la prueba de que yo podía dirigir algo muy inglés. The Miniaturist tenía otra clase de desafíos. Era el retrato de un mundo que ya no existe: el Amsterdam del siglo XVII. Teníamos que crearlo de la nada. No se conservaba nada ni allí ni en Londres, donde sólo queda un edificio de la época.
De hecho las localizaciones eran muy importantes en esta serie porque la casa es prácticamente un personaje más. Un espacio aparentemente cerrado y angustioso que, en realidad, esconde un oasis de libertad.
Exacto. Al principio la casa parece opresiva, llena de secretos… Todo lo contrario a un hogar, por eso Nella quiere salir, como el pájaro que lleva. Pero luego te vas dando cuenta de que es todo lo contrario. De que si sales fuera no respiras el aire de la libertad. Fuera hay una sociedad horrible como era el Amsterdam del XVII: muy puritana, súper represiva, con valores horribles. La sociedad era lo opresivo. Y la casa se convierte en refugio donde poder ser libre. Me interesaba mucho ese twist. No es sólo una casa de miniaturas sino también de minorías: un homosexual, un huérfano, un negro, una madre soltera. Aunque dirija cosas de época, siempre intento establecer un puente entre la historia y lo que sucede hoy en día, y creo que aquí hay un claro reflejo de nuestro mundo y de cómo muchos dirigentes siguen atacando esas minorías.
¿Cómo fue tu trabajo de director con el reparto, encabezado por Anya Taylor Joy?
Fue un disfrute porque había muy buen rollo entre todos. Me encerré una semana con todos ellos a ensayar. Me encanta la creación de los personajes, establecer las relaciones entre ellos, aunque no lo hacen todos los directores. En este caso lo que más me preocupaba era que la relación entre Nella y Johannes fuera creíble. Auténtica. Que se viera el gran amor entre ellos. Eso no estaba tanto en el libro pero creo que lo hemos conseguido trasladar a la pantalla.
Tu experiencia en televisión también ha conllevado dirigir proyectos que no habías escrito. ¿Te has sentido cómodo en ese papel?
Si el guion está bien escrito lo disfruto igual. Me he enamorado de todos los proyectos que he hecho aquí, y he intentado hacerlos míos. Siempre existe esa especie de vampirización del director al trabajar con el guionista. De intentar sumar de alguna manera. Pero sigo escribiendo y seguiré haciéndolo, pero lo quiero combinar con la dirección porque me fascina dirigir proyectos y actores.
De hecho, tu regreso a España ha sido en guion, en este caso adaptando Frankenstein de Mary Shelley en un nuevo montaje del Teatre Nacional de Catalunya.
Sí, la idea fue de la directora, Carme Portaceli. La gente tiene las imágenes tan icónicas del cine pero la novela es una cosa completamente distinta. Para ella era muy importante la idea del abandono. Hemos apartado la idea del desafío científico y el reto a Dios como creador y lo hemos llevado al terreno de las emociones. Para mí la gran abominación de la historia es que Frankenstein crea vida y la abandona.
¿Significa este Frankenstein que volveremos a verte estrenando proyectos aquí?
Me gustaría hacer otra película en España y estoy muy en el camino de poder hacerlo. Este año incluso. Cruzo los dedos para que sea mi próximo proyecto porque me apetece muchísimo. Aunque no pienso en dejar de vivir en Reino Unido.
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