Con el inminente estreno de la segunda parte de Borat en la plataforma Prime Video de Amazon, me propuse revisitar una cinta que desde su estrenó allá por 2006 no había visto de nuevo. Catorce años después todavía estaba vivo ese recuerdo que tuve en la sala de cine que mezclaba sensaciones que iban desde la carcajada más profunda al estupor sobre lo que estaba viendo. No daba crédito a tanta incorrección política, y de eso ha pasado más de una década; imagínense cómo sería estrenar Borat (la original) en pleno 2020. Mucho ha cambiado en el clima político y social actual desde que viera la luz este personaje creado por Sacha Baron Cohen, y no necesariamente para bien. Si hay algo que en estos tiempos está en permanente tela de juicio es el humor, y el autor de Borat se ha servido a lo largo de su carrera para usar el humor como arma para romper barreras, estereotipos y sacar las miserias morales de nuestra sociedad. Lamentablemente, esto no es bien visto por todo el mundo, ya que o bien se sienten ofendidos/atacados porque, entre otras cosas, ven expuestos sus prejuicios a la luz; o bien son incapaces de entender las dimensiones reales del humor, quedándose en la primera capa y creyendo que tanto autor como personaje son justamente lo que critican. Nada más lejos de la realidad.
La película de Borat llevaba a la gran pantalla las andanzas de un famoso reportero de Kazajistán que había sido creado previamente en el programa televisivo Da Ali G Show (2000-2004), que es donde Sacha Baron Cohen dio forma final a este pintoresco personaje. De entre todas las creaciones del artista nacido en Londres en 1971, Ali G quizás sea la más importante porque sirvió de germen para el resto de personajes y puso los cimientos de un estilo gamberro que derriba todos los tabúes habidos y por haber. Y no solo eso, sino que antes de que Borat pasara de la pequeña pantalla a las salas de cine, se estrenó Ali G anda suelto (2002) que suponía la primera adaptación cinematográfica de una creación de Sacha Baron Cohen; algo que se convertiría en una constante a lo largo de su carrera, es decir, la de hacer películas sobre personajes televisivos.
Pese a que la cinta de Borat no era la primera incursión cultural del reportero kazajo en Occidente, ya que previamente a través de Da Ali G Show lo hizo con Reino Unido y con Estados Unidos hasta en dos ocasiones, sí que es cierto que el filme fue el que le dio la popularidad mundial de la que sigue gozando hoy en día. Pese a la iconicidad de Ali G y ser el primigenio de Sacha Baron Cohen, la película de Borat superaba con creces la calidad de la primera incursión de este autor en el mundo del celuloide. Hubo dos decisiones que inclinaron la balanza a favor del reportero: que adquiriera la forma de falso documental, y que para diseccionar la cultura americana se convirtiera en una road movie, y es que no hay nada más genuinamente americano que una película de carretera. Asimismo, empezó la colaboración de Sacha Baron Cohen con Larry Charles, director que repetiría con el actor en las fallidas Brüno (2009) y El dictador (2012), pero que le sentó muy bien al estilo del humorista británico, ya que el realizador estadounidense había trabajado estrechamente con Larry David, tanto en Seinfeld (1989-1998) como en Curb Your Enthusiasm (2000-). Esa mezcla de realidad y ficción que tiene la cinta, y ese humor incómodo marca de la casa se reforzaba así con la influencia del estilo de Larry David y de su pupilo británico Ricky Gervais que había creado años antes el mockumentary televisivo por excelencia: The Office (2001-2003). En esa época, tanto la figura de David como la de Gervais dominaban la comedia, siendo ellos los que más habían influenciado y evolucionado al género, especialmente a la hora de unir ficción con realidad. Con toda esta suma, Borat dio un salto cualitativo y cuantitativo dentro de la carrera de Sacha Baron Cohen hasta tal punto que sus posteriores trabajos (ya mencionados) no alcanzarían tal nivel de excelencia.
En este viaje que tanto Borat como los espectadores emprenden por Estados Unidos somos testigos de lo enferma que está la sociedad estadounidense, y por extensión nuestra propia sociedad. La lectura superficial, la que sobre todo harán los ofendidos con el reportero, es que Borat es racista, machista, homófobo… pero, en realidad, no lo es él, en todo caso, lo somos “nosotros”. El humor siempre ha sido una de las mejores armas (sino la mejor) de denuncia, de exponer una realidad que está delante de nuestros ojos pero que la mugre nos la impide ver. Pues bien, y pese a que, a veces, Sacha Baron Cohen cae en lo grotesco y la brocha gorda (y si me apuran, en el camino fácil), es capaz de crear una obra maestra del humor que, una vez más, se me hace inconcebible que existiera en 2020. De ahí mi intriga a lo que pueda dar de sí una segunda parte en un contexto en el tal vez lo que menos abunde sea la libertad y la capacidad de reír(se) de gran parte de nuestra sociedad contemporánea.
Nuestro periplo con Borat acaba aquí, pero no se preocupen porque nos volveremos a ver las caras de nuevo para hablarles sobre que ha dado de si la segunda entrega del reportero más incómodo de la historia del cine.
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