El Festival Internacional de Cine de Gijón ha concluido su 59ª haciendo lo que mejor sabe: dar la bienvenida con honores a los nuevos autores del cine independiente a través de su sección Retueyos (en asturiano, «los brotes de un árbol»), celebrar el buen estado de salud de la obra de cineastas ligados históricamente al certamen (Sección Albar) y estrechar lazos con la realidad latinoamericana mediante la Sección Tierres en Trance, sin perjuicio de las otras secciones y eventos especiales. Para quienes no hemos podido acercarnos presencialmente a la hermosa ciudad cantábrica se ha consolidado también el canal de Filmin, donde han estado disponibles, sucesivamente y por tiempo limitado, algunas de las cintas más interesantes de este año. Por otro lado, si algo ha caracterizado temáticamente a buena parte de ellas es el foco en fuertes protagonistas femeninas enfrentadas a situaciones delicadas y complejas. Una oportunidad de oro para acercarse a realidades frecuentemente silenciadas.
El triunfo de ‘Rien à foutre’: Adèle Exarchopoulos vuelve a brillar
Comencemos por la gran ganadora de la Sección Retueyos, la producción francobelga Rien à foutre (traducido sería algo así como “me importe un bledo”), ópera prima de los realizadores Julie Lecoustre y Emmanuel Marre, y una nueva ocasión (quizá la mejor desde La vida de Adèle) de constatar el inmenso talento de esa fuerza interpretativa de la naturaleza que es Adèle Exarchopoulos. Ella es la película, y a la inversa, porque la cinta se configura como una exploración existencial, distante pero no fría, pausada pero casi nunca morosa, de una joven veinteañera que trabaja como azafata de vuelo, con base en Lanzarote, y sin ningún asidero emocional aparente. Los realizadores logran, partiendo de un certero retrato generacional, indagar en las particularidades laborales (precariedad, deshumanización) de un sector que ejemplifica a muchos otros y de una joven, instalada en la fuga hacia adelante, que ejemplifica también a tantos y tantas millenials que tienen, quizá más que nunca, herramientas de escape para huir de las tragedias y complicaciones de la vida.
Es muy valiosa, por veraz y reveladora, la crónica de su extraña rutina entre vuelos internacionales, noches de fiesta, fugaces escarceos sexuales. Y es muy sentida y emotiva la crónica de su regreso a un hogar que ya no es lo que fue, pero que quizá siga siendo necesario para seguir adelante y reencontrarse consigo misma. Un filme, en definitiva, profundamente evocador y rabiosamente contemporáneo, a pesar de algún problema de ritmo y un metraje excesivo. Y, por encima de todo, con una Exarchopoulos que traspasa la pantalla y en cuya mirada parece reconocerse la mezcla de energía y tristeza de toda una generación.
‘Olga’: otro cine político es posible
El Premio a la Mejor Actriz fue a parar a la otra gran interpretación femenina de la edición, la de Anastasiia Budiashkina en la muy interesante Olga, otra película que extrae de su conmovedora protagonista (una joven gimnasta de la Selección ucraniana que debe abandonar su país por las amenazas a su madre, periodista política en los meses previos al Euromaidán de 2013) diversas lecturas sobre la dureza y confusión del exilio, los peajes personales y profesionales del compromiso político y los inevitables efectos que el devenir del país tiene sobre nuestro devenir vital. Aunque el filme se desarrolla casi íntegramente en el centro deportivo suizo al que Olga se traslada para continuar su carrera, los ecos de aquellas decisivas revueltas sociales no paran de alcanzarle a la protagonista y al propio espectador, que recorre de esta manera aquellos sucesos seguramente archivados por la incansable maquinaria de digerir noticias. La realizadora Elie Grappe (candidata, por cierto, al Oscar de Mejor Película Internacional) ha encontrado una forma intimista y formalmente impecable (las escenas de gimnasia son espectaculares) de hacer cine político e histórico.
‘We’re All Going to the World’s Fair’: el cine indie en la era virtual
La juventud está siempre muy presente en el festival, tanto en la pantalla como delante de ella. Por eso cobra especial relevancia el Premio de la Juventud, otorgado por 11 amantes del cine que este año se han decantado, con buen criterio, por condecorar a la sorprendente We’re All Going to the World’s Fair de Jane Schoenbrun, una aproximación melancólica e inquietante a los juegos de rol online, que flirtea con el terror pero lo desdeña en favor de un oscuro humanismo. Su protagonista Casey (otra revelación interpretativa: Anna Cobb) escapa de la soledad participando de un extraño reto cibernético que consiste en exponerse a la reproducción de un vídeo potencialmente peligroso y grabarse posteriormente para dar cuenta de dichos efectos. Al otro lado de la pantalla, existe una comunidad de cibernautas que van alimentando la “leyenda” compartiendo sus propias falsas vivencias, y entre ellos, hay uno que fija su atención en Casey.
Schoenbrun va alternando, con astucia e ingenio (mucho de lo que vemos son los propios vídeos que producen o consumen), las perspectivas de estos dos personajes aislados en su búsqueda de una pizca de cariño y atención. El resultado es una muestra inconfundible, pero al mismo tiempo personalísima, de cine indie norteamericano apegado al tiempo presente y a sus vulnerables criaturas.
‘Ninjababy’: el patetismo tragicómico de la generación millenial
El Premio Europa Joven a la Mejor Dirección, concedido por el público, ha ido a parar a una de las sensaciones del certamen, la inspirada y francamente divertida producción noruega Ninjababy, de Yngvild Sve Flikke. Esta comedia deslenguada y procaz introduce elementos animados (mejor no desvelar cuáles) para hablarnos del embarazo, totalmente inesperado e indeseado, de su protagonista (encarnada por una perfecta Kristine Kujath Thorp) que acaba atravesando una catártica crisis existencial. Emparentada, no solo nacional y generacionalmente, con la alabada película de Joachim Trier La peor persona del mundo, esta modesta pero muy recomendable cinta de Flikke aventaja a la de Trier en mordacidad, credibilidad y puntería cómica. Incluso en ese concepto anglosajón de “relatability”: difícil no empatizar con la joven Rakel en sus cuitas amorosas y personales navegando por las procelosas aguas de la “estabilidad” y las relaciones erótico-afectivas en el siglo XXI.
‘Hygiène Sociale’: cine que no lo parece
Por lo que respecta a la Sección Albar, la gran triunfadora ha sido Hygiène Sociale, el nuevo e inclasificable objeto fímico del canadiense Denis Côté dos años después de su más bien decepcionante Antología de un pueblo fantasma. Esta vez la propuesta es ciertamente rompedora, al inicio muy desconcertante, pues lo que se nos ofrece es una sucesión (con alguna fuga puntual) de planos fijos, a modo de tableaux vivants, en los que el protagonista, un vividor seductor y carterista, dialoga con diversas mujeres (su hermana, su esposa, su amante, una inspectora de Hacienda), declamando de forma solemne e irónica. Lo que en francés dirían “n ´importe quoi”. El artificio es total, desde la forma de recitar a la indumentaria (a veces de época, mientras se habla de Facebook), pasando por el propio y bellísimo enclave forestal en el que se producen los encuentros.
Este juego de anacronismos y absurdos, de raíz muy teatral, parece interrogarnos por lo que confiere a una película su propia naturaleza cinematográfica, y la respuesta es satisfactoria, pues, por muy ligero y olvidable que se revele el asunto, no hay duda de que las observaciones y situaciones se siguen con relativo interés y una sonrisa cómplice. Quizá la clave resida en un guion simpático, unos intérpretes entregados a la causa y una estética hipnótica. En resumidas cuentas, puro cine, aunque no lo parezca.
‘Întregalde’, el cine rumano nunca dejará de sorprendernos
La Mención Especial fue a parar a la cinta rumana Întregalde, del realizador Radu Muntean, quien ya venciera en Gijón allá por 2010 con Martes, después de Navidad. Muntean conserva intacta su querencia por la aproximación naturalista a situaciones complicadas que de algún modo ponen a prueba a sus personajes y revelan dimensiones desconocidas de su personalidad. La premisa en esta ocasión se antoja muy sugerente: un grupo de urbanitas concienciados con los más desfavorecidos recorren, en los días previos a Navidad, zonas rurales muy aisladas del país para repartir alimentos y regalos. En uno de esos recorridos por la montaña, se cruzan con un anciano que les pide ayuda para llegar a un aserradero y toman un camino forestal en el que el jeep acaba atascado y ellos, atrapados.
Lo que en otras manos podría haber dado para un survival de terror, aquí se desarrolla de forma estrictamente realista, presenciando las reacciones de los personajes a las dificultades y terribles condiciones que deben afrontar durante la noche. Por supuesto, hay sustancia crítica en el relato (la hipocresía e impotencia de cierta ayuda asistencial) y desgarro dramático en su retrato de la tercera edad más desatendida y dependiente en dichos entornos. Con todo, el protagonismo se lo lleva una atmósfera húmeda e invernal logradísima, que empapa al espectador hasta hacerle casi sentir la primera helada de la mañana. Un filme narrativamente minimalista, pero sumamente triste y desesperanzado.
Menos mal que el aliento cálido del buen cine de esta edición del Festival de Gijón nos quitó el frío de los huesos. El año que viene, más, y si aún es posible, mejor.
Be the first to comment