Este viernes 5 de julio llegará a las salas de cine el último trabajo de Agnès Varda: Varda por Agnès, un compendio de charlas recientes de la propia directora acerca de su legado cinematográfico y artístico unido a retales de algunas de sus obras más destacadas. El documental, que llegó a ser presentado este febrero por la maestra francesa en la Berlinale, es una admirable carta de despedida para los seguidores acérrimos de Varda y es, además, un carismático retrato de la personalidad de la artista; una artista más cercana a la sencillez de quien filma lo banal “porque no es banal”, que a la opulencia de saberse una de las precursoras de la nouvelle vague.
A Agnès Varda le parecía maravilloso, fascinante, ver a un panadero hacer las hendiduras al pan. Esto, algo mínimo, fuera del interés del común de los mortales, ella lo estudiaba, diseccionaba y lo convertía en una pequeña obra de arte casi siempre en la barrera entre el documental y la ficción. Su máxima era tener inspiración para poder crear y llegar a crear para poder compartir. Y no le solían faltar las musas. En Daguerréotypes, un documental rodado en 1975, Varda nos enseñaba la rue Daguerre, su calle, y nos mostraba cómo vivía la gente que la frecuentaba: los carniceros, los ancianos… Un ejemplo perfecto de amor al cine como ejercicio revelador de la vida cotidiana y a las ansias por compartir la realidad de la autora de Sin techo ni ley (1985).
La cineasta, que falleció el 29 de marzo de 2019, llevaba años recibiendo premios honoríficos: la Palma de Honor en Cannes, el Óscar, el Premio Donostia, el Leopardo de Honor en Locarno… Reconocimientos a toda una carrera volcada en narrar historias ajenas de contenido social y a su búsqueda, siempre ávida, de nuevas formas de colocar la cámara. Con Cleo de 5 a 7, su segunda obra y una de las más aclamadas de su filmografía, Varda ya asentaba las bases de un estilo que seguirían y ampliarían Truffaut y Godard, quienes por aquel entonces de dedicaban a la crítica de cine. Otra de sus máximas aportaciones, de sus razones de ser, fue la de naturalizar el papel de la mujer en el cine y como persona que vive más allá de los fogones y los pucheros. Para la francesa, “el hombre siempre fue el burgués y la mujer es el proletariado”. ¿Su bando? Claramente, el de los trabajadores y las mujeres.
Hace apenas unos meses, la también fotógrafa de pelo bicolor declaraba su intención de no jubilarse: quería retirarse para dedicarse a las instalaciones artísticas, algo que le apasionaba y que se puede apreciar en su último documental con el momento dedicado a, entre otros ejemplos, Patatutopia: una instalación inspirada en una patata en forma de corazón que recogió después de rodar Los espigadores y la espigadora, en el año 2000. Una muestra de su creatividad, encanto… y su pizca de peculiaridad.
Agnès por Varda sigue mostrando a una incombustible creadora de 90 años aún curiosa y ávida de comprender el mundo. A pesar de su sencillez (no supera a Les plages d’Agnès, el documental que explora sus memorias), la mítica cineasta echa una amable e inteligente ojeada a su mundo interior y exterior que no decepcionará a sus seguidores. Decimos hasta pronto porque alguien que deja semejante legado en el mundo del séptimo arte no se olvida nunca, no desaparece. Como la tarotista pidiendo a Cleo que elija las cartas al inicio del film, Varda es pasado, presente y futuro de un cine que siempre, aunque no lo sepa, mira a los referentes para construir el porvenir.
Be the first to comment