Más de cien años antes de que la ley española permitiera el matrimonio homosexual, Elisa Sánchez y Marcela Gracia se casaron en la parroquia de San Jorge, en A Coruña. Dos mujeres, dos féminas, que consiguieron contraer matrimonio en un acto de desfachatez y heroicidad casi equivalente a los doce míticos trabajos de Heracles. La Hidra de Lerna o el Cerbero, el perro de tres cabezas de Hades, eran benévolas criaturas si las comparamos con los prejuicios sociales de la época y el escándalo que supuso su boda. Esta es la premisa del nuevo largometraje de Isabel Coixet para Netflix, una historia que, como La librería, aborda nuevamente el enfrentamiento de un individuo ante la sociedad invasiva que todo lo sabe y todo lo juzga.
En los cines Verdi de Barcelona donde tuvo lugar el preestreno de Elisa y Marcela el pasado jueves, la cineasta catalana declaró, con gracia y un poco de resignación, que era consciente de que los medios tendrían sus reticencias con la película. Aun así, también se mostraba muy orgullosa de su proyecto, cuya producción ha costado mucho levantar, y confiaba en que el público se emocionase y reflexionase. Coixet no erraba en su discurso, el film es poderoso y necesario, pero también un tanto artificioso pese al torrente de emociones que tiene en su haber para contarnos la increíble historia de las dos gallegas.
Elisa y Marcela, las de la ficción, ambas estudiantes en una escuela de maestras, se conocen y enamoran rápido, sin los titubeos que intuimos propios de la época y más bien cercanas a haberse conocido a través de alguna aplicación móvil actual. Falta algo de reposo y sutileza en su acercamiento amoroso para que podamos creer mejor su vanguardista relación y entrar en el alma de su problemática desde un inicio. Las relaciones íntimas también se muestran precipitadas y algo frías pese al empeño de las actrices, a quienes incluso les llegan a colar un pulpo en medio de sus cuerpos desnudos, que queda totalmente desubicado dentro de la escena. Algo que no compramos pese al que, imaginamos, es un guiño galaico. No obstante, se reconoce una interesante similitud entre la farragosa tarea que implica desnudar a una mujer a principios del siglo XX y la imposibilidad de amar a una cuando la otra parte es también una mujer. Enaguas, faldas, blusas, camisas, corsés, sostenes… una ardua tarea que no facilitaba la respiración, la movilidad y mucho menos el goce al género femenino.
La artificiosidad del principio disminuye en su segunda parte una vez las protagonistas consiguen trabajo, un techo y se proponen estar juntas aunque tengan que fingir delante de los demás que son simples amigas o que Elisa es un hombre, Mario, un primo lejano de esta. En ese tramo, Coixet parece relajarse y dar más tiempo a las situaciones que se plantean. Aparece también un breve pero intenso Tamar Novas, el semental de la película (según las palabras textuales de la directora) y se acentúan las interpretaciones de Greta Fernández y Natalia de Molina: atentos al llanto final, desgarrador y culpable, de Fernández en el que es su primer papel protagonista. Completan el reparto Sara Casasnovas, una María Pujalte contenida pero que a escondidas lee a Emilia Pardo Bazán, un irascible Francesc Orella y Manolo Solo y Lluís Homar como portugueses hombres de bien que provocan alguna que otra carcajada.
La bella puesta en escena, con la fotografía de Jennifer Cox y el trabajo de arte de Sylvia Steinbrecht, denota un amplísimo esfuerzo formal que resulta, junto a las intérpretes, lo más virtuoso de la obra. Es una pena para la experiencia cinéfila de sus imágenes en blanco y negro que el film llegue a tan pocas salas. A nivel de usuario, sin embargo, es interesante que su ubicación final sea Netflix, donde esperamos que consiga más repercusión que a través de unas cuantas copias en cines a lo largo del territorio.
Elisa y Marcela, como vaticinaba la propia directora, no es perfecta al analizarla, pero funciona como un digno e intenso retrato de la increíble historia de amor de Marcela y Elisa: las dos mujeres que consiguieron casarse en 1901 y cuyas actas, que nunca llegaron a anularse, constatan su unión como el primer matrimonio homosexual de la historia de España. Un hito social que todo el mundo debería conocer.
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