El veredicto (La ley del menor) viene a zarandear nuestras creencias, sobre todo aquellas que consideramos inalterables e innegociables
En una sociedad en la que (casi) todo se pone bajo cuestión, parece no haber cabida para los dogmas impuestos por la religión. Lo que El veredicto (La ley del menor) nos viene a plantear es uno de los mayores dilemas que todavía persisten en nuestra actualidad. ¿Hay que acatar sin discusión lo que dictan unas escrituras ‘sagradas’ aunque eso implique la muerte, en este caso, de un hijo? Esta es una pregunta pertinente para los creyentes y prescindible para los ateos, que muy probablemente ya tendrán su respuesta preparada. Los valores democráticos nos permiten aceptar todo tipo de debate y escuchar las diferentes posturas, de forma equitativa y sin censuras. Este es uno de los aciertos del film dirigido por Richard Eyre, adaptado de la novela homónima de Ian McEwan (quien también firma el guion), que esquiva tomar partido y nos muestra las diferentes partes que influyen en el proceso de impartir justicia (y no moral) en una situación tan delicada y en tiempo límite, ya que la vida del menor en cuestión pende de un hilo a la espera de saber si el equipo médico le podrá practicar una transfusión de sangre para tratar su leucemia. La religión de su familia, Testigos de Jeohvá, se lo prohíbe, ya que hacerlo supone la corrupción de la pureza de su sangre y la consiguiente disociación de la comunidad religiosa. Algo que puede entenderse como muy grave y que no debe ser tomado a baladí.
Eyre desarrolla los hechos de forma elegante, como bien saben hacerlo los films británicos a los que estamos acostumbrados. La manera de desenvolverse de los personajes, la extrema rectitud con la que se mueven en la intimidad y sus diálogos llenos de matices nos ofrece una panorámica de una sociedad que mide sus decisiones con exactitud. Pero el desliz de la jueza protagonista de la historia, Fiona Maye, interpretada por una excelsa Emma Thompson, supondrá más tarde la diferencia entre la vida y la muerte que ella tanto se había cerciorado proteger.
En El veredicto tenemos la oportunidad de ver expresadas las dos visiones sobre cómo entender la vida. Una, a través de los padres del menor, Adam (Fionn Whitehead), un chico al que le faltan dos meses para cumplir los 18 años, y otra, la del doctor que lo trata en el hospital y que requiere de la ayuda de la justicia para proseguir con el tratamiento médico. Fuera, en la calle, la presión mediática también juega un papel relevante, puesto que este veredicto puede marcar un antes y un después en la lucha de ambas partes por ser escuchadas y respetadas sobre el derecho a la vida. Que este asunto llegue a los tribunales de justicia puede considerarse una intromisión en toda regla en la libertad del individuo para decidir sobre su vida, pero queda perfectamente subrayado en el film que los menores no solo no pueden decidir sobre sí mismos, sino que su vida es responsabilidad del Estado.
Cuando llega el caso a sus manos, la vida personal de Maye atraviesa por uno de los momentos más difíciles, en el que su marido, Jack (un siempre excelente Stanley Tucci), le hace plantearse su relación hasta la fecha. Es en este preciso instante cuando se abre una grieta que hará que Maye se plantee la importancia de la pasión en su relación y el vacío interior que puede haber experimentado al no tener hijos, aunque fuera fruto de una decisión. Apunte especial merece la poesía de William B. Yeats, encargada de levantar la sensibilidad que se esconde bajo la seriedad y firmeza de la jueza.
Todo está entretejido en el film de Eyre, que viene a zarandear nuestras creencias, sobre todo aquellas que consideramos inalterables e innegociables.
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