‘Loving Vincent’: un paseo por el cine pictórico

Dentro de los muchos géneros y subgéneros que circulan por el cine, algunas de las historias más codiciadas a la hora de ser trasladadas a la gran pantalla son aquellas que incluyen ese elemento que diríamos bigger than life; personajes que trascienden del celuloide (o que ya existen fuera de él) gracias a vidas fascinantes que impactan y que dejan un poso en quienes las descubren.

El cine, como arte en sí mismo, a menudo ha servido como prisma a otras formas artísticas gracias a su versatilidad de recursos. Y si tomamos las bellas artes, y más concretamente la pintura, y buscamos su representación en el cine, no nos sorprende descubrir una buena cantidad de biopics sobre figuras que dedicaron su vida a volcar su talento en un lienzo. A veces, el homenaje toma la forma de piezas que, más que explorar las vidas de los artistas, tratan de mimetizar su representación con su arte (no puedo sino acordarme de Shirley: visiones de una realidad, filme en el que los cuadros de Edward Hopper eran llevados a la vida, o del mismísimo cine de David Lynch, embebido de la influencia del artista Francis Bacon).

Sin duda, los biopics se han erigido como esquema vencedor a la hora de traernos retratos de algunos pintores; por ejemplo, Vermeer (La joven de la perla), o de otros más contemporáneos, como Margaret Keane (Big eyes). Recientemente ha llegado a nuestras carteleras Loving Vincent, un filme donde los fotogramas son recreaciones pictóricas al óleo de las obras de Van Gogh y que explora los últimos meses del artista antes de su trágico final, aún sin clarificar. Es gratificante ver como el cine encuentra nuevos modos de confluir para contar una historia, haciendo que el visionado de una cinta pueda equivaler a contemplar toda una exposición pictórica desde la mismísima butaca de un cine.

Ésta, sin embargo, no es la primera vez que el cine se acerca a una figura que ha tenido tanta relevancia en el mundo del arte como es la de Vincent Van Gogh; en 1956, Vincente Minnelli nos trajo El loco del pelo rojo (un título, a mi parecer, algo desafortunado, siendo más acertado su original, Lust for life), en la que Kirk Douglas logró conmover con su retrato del pintor holandés. En este filme recorremos la senda vital de Van Gogh, desde que decidió hacerse misionero y, más tarde, descubriera su vocación por la pintura en un proceso totalmente autodidacta, hasta sus últimos días en Auvers.

La película de Minnelli nos ofrece un retrato bastante fiel de la vida del pintor, en el que incluso algunos de los hechos más famosos y controvertidos de su biografía –su difícil relación con Paul Gauguin (aquí llevado a la vida por Anthony Quinn, ganador del Oscar a Mejor Actor Secundario), sus amores frustrados y el más que célebre incidente de la oreja– aparecen con un acercamiento muy humano, que refleja con empatía la psique de Van Gogh para hacer verosímiles sus decisiones y vaivenes. De esta manera, asistimos a una vida llena de blancos trufada de pinturas y fragmentos de cartas, con la consiguiente recreación de algunos cuadros del pintor en los paisajes y escenarios que visitamos.

Otro de los filmes que tratan de aproximarse al mundo interior de un artista célebre es Frida, película sobre la que hace poco saltó la polémica debido a las declaraciones vertidas por Salma Hayek en referencia a su particular odisea contra Harvey Weinstein para llevar el filme a buen puerto. Controversias aparte, y aunque Frida no resulte una obra maestra (se pierde demasiado en los convencionalismos típicos del biopic), lo cierto es que nos aporta una interesante visión de la pintora mexicana Frida Kahlo: su forma de plasmar el dolor que su cuerpo le proporcionaba sin ninguna clase de misericordia y su historia de amor con Diego Rivera también fueron una constante en su obra pictórica, original como pocas, donde Kahlo siempre se desnudó en cuerpo y alma, sin ningún tipo de pudor.

Frida, dirigida por Julie Taymor en 2002, cuenta con la participación de diversas estrellas –Ashley Judd, Geoffrey Rush y Edward Norton–, uno de los requisitos de Weinstein para que la cinta continuara su producción. De la misma manera que en El loco del pelo rojo podemos reconocer muchos de los cuadros que Van Gogh pintó, en Frida también vemos como algunas de sus obras más famosas se superponen a la narración en forma de pinturas dinámicas, un modo bastante original de insuflar vida a la obra de Kahlo. Aunque me hubiera gustado disfrutar de un enfoque más profundo en la manera como Frida exploraba su arte, lo cierto que es que la cinta funciona para conocer un poco más el retrato de una mujer fascinante a través de un diseño de producción eficaz y la notable interpretación de Salma Hayek.

Finalmente, y aunque no es propiamente un filme sobre un pintor célebre, me gustaría mencionar Mi pie izquierdo, la película de Jim Sheridan de 1989 que supuso uno de los papeles cumbre de Daniel Day Lewis, uno de los actores, a mi parecer, más solventes de su generación. Day Lewis consiguió trasladar a la pantalla, de forma sorprendentemente mimética, la figura de Christy Brown, un hombre aquejado de parálisis cerebral que luchó por sortear las barreras de su condición física. Más enfocado como una historia de superación personal que como un biopic al uso, Mi pie izquierdo es la consecución de un hombre que dedicó su vida a pintar y escribir a pesar de las dificultades; el ejemplo reciente más similar que podríamos encontrar es el de La chica danesa, más centrada en ensalzar la lucha de Einar Wegener por convertirse en mujer que en destacar sus dotes como paisajista.

Seguramente, el aspecto que más me gusta de Mi pie izquierdo es que en ningún caso omite el carácter sumamente temperamental –en ocasiones, dictatorial– de Brown. Que Sheridan optara por no endulzar la figura del pintor logra componer una cinta mucho más rica y llena de matices; otro más de los muchos retratos –y más que lleguen– encargados de ligar un arte como el cine y el arte pictórico como lienzo de grandes historias.

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