Después de una fuga de la cárcel de tintes bressonianos, Gustave Minda (Lino Ventura) se refugia en París, buscando la colaboración de antiguos compinches e intentando recuperar su relación con Manouche (Christine Fabrega). El enfrentamiento entre bandas rivales pronto lo obligará a buscar un mejor escondite en Marsella, donde le ofrecerán participar en un atraco a un furgón blindado. Minda, que solo necesita el dinero para salir del país, aceptará lo que para él será su ultimo encargo. Hasta el último aliento (Le deuxièmesouffle, 1966) se considera una obra menor dentro de la filmografía de Jean Pierre Melville. Si por menor entendemos “no absolutamente perfecta” puede valer; si entendemos “prescindible”, para nada. Comparte buena parte de las características fílmicas del director francés, tanto en cuanto a temas –el honor, la venganza- como formales –los silencios, las sombras-.
Hasta el último aliento se inicia con ritmo tranquilo. Durante buena parte de la película se suceden tres tramas simultáneas que desdibujan la acción: por un lado tenemos la fuga de Minda y sus intentos por dejar el país y empezar una nueva vida; por el otro, la planificación del atraco al furgón blindado; finalmente, la investigación por parte del inspector Blot (magnífico Paul Meurisse) para saber que hay detrás del enfrentamiento entre bandas rivales.
A pesar de ello, diversas escenas sobresalen durante este planteamiento. El interrogatorio del inspector Blot en el club donde acaba de producirse un tiroteo es el súmmum del cinismo y la hilaridad; su “larga vida a los truhanes” es la expresión admirativa de un policía inteligente y triste. El asesinato de los esbirros en el bosque es el retrato de un criminal despiadado cuando se le ataca, pero siempre obligado por la circunstancias, hiératico y silencioso.
Cuando las tres tramas convergen es cuando el rompecabezas que Melville ha ido armando minuciosamente empieza a encajar. Aquí el director ya puede dar rienda suelta a su lirismo y a la maestría del ritmo: la larga escena del atraco al furgón blindado que transporta el platino, desarrollado en sobrio silencio, es un ejemplo de virtuosismo y economía de medios, mientras que la violencia desencadenada en el interrogatorio policial –que daría problemas con la censura en su momento- nos coloca en una posición incómoda ante la brutalidad de su ejecución.
De aquí al final, que conocemos desde el mismo momento en que empieza la película puesto que no puede ser otro para un personaje que debe luchar contra la falta de valores de los que le rodean, las acciones se van encadenando in crescendo. El tiroteo en el piso deviene carnicería, la caída de Gu solo puede acabar intentando limpiar su imagen, su final es el de un hombre de honor. El detalle que con él tiene el inspector en el epílogo de Hasta el último aliento es precisamente el reconocimiento a una manera de hacer que, dentro de lo criminal, al menos se mueve por unas normas.
En ningún momento Melville nos plantea que las cosas puedan ser diferentes a como las vemos: lo que se ve es lo que hay. Es sintomático que durante todo el film se van sucediendo escenas en las que aparecen espejos –incluso un delincuente muere arrastrándose en su caída por uno de ellos-, pero jamás nos devuelven un reflejo que no sea fiel a lo que se muestra; es su manera de decir que no hay duplicidades, ni falsas imágenes, ni matices en los personajes. Nos los enseña tal cual son, como si su labor fuera exclusivamente la de levantar testimonio de unos hechos protagonizados por unas personas.
Hasta el último aliento es, pues, una magnífica oportunidad para saborear un noir intenso. DVD Store ha decido lanzar una edición especial en DVD que se convierte en una ocasión única para completar su filmografía. Larga vida a las obras menores, con permiso del inspector Blot.
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