Doce días de proyecciones de ocho y media de la mañana a once de la noche dan mucho de sí en el Festival de Cine de Cannes. Tras la vorágine inicial generada por los pases únicos de Killers of the Flower Moon de Martin Scorsesse y Extraña forma de vida de Pedro Almodóvar, esta última ampliada finalmente a tres, quedó patente un año más el juego del Festival del Cannes, ese en que para los periodistas rasos no basta con el sacrificio de poder aparcar tu vida para venir aquí, costearse la estancia y viaje y mantener intacto el empeño por disfrutar de un momento cinéfilo tan extraordinario como caótico como este. Una vez aquí nos vemos relegados por la estructura de privilegios que establece el certamen en una opacidad de criterio totalmente anacrónica para los tiempos que corren.
Es justamente esa falta de raciocinio, al menos público, la que deja sin responder un año más qué sucede con la cinematografía española. Almodóvar es una excepción, meritoria, no cabe duda. Mucho se ha dicho y escrito sobre lo sucedido con Víctor Erice, él mismo salía a contar su versión de los hechos y muy al pesar del delegado general del certamen, Thierry Frémaux, un malentendido logístico no es suficiente para no tomar en la consideración que merece una película de la envergadura de Cerrar los ojos, y por extensión el cine español.
‘Creatura’, de Elena Martín, mejor película europea de la Quincena de Realizadores 2023
Es en la Quincena de Realizadores donde encontramos un camino ya transitado por directoras nacionales como Clara Roquet y Elena López Riera cuyos trabajos dan cuenta de una nueva generación de voces críticas, sensibles y dispuestas a contar historias en forma de cine. Este año ha sido el turno de la catalana Elena Martín, mejor película europea con Creatura, ficción en que aborda, sin prejuicios y de manera contundente, el deseo sexual femenino convertido hoy día en un problema social y cultural.
La protagonista, Mila, interpretada en la vida adulta por la propia Martín, sufre a lo largo de todas sus edades la incomprensión hacia un hecho tan connatural al ser humano como es la sexualidad. Martín se sumerge en los cimientos socio-culturales que sustentan el conocimiento y educación de la protagonista en que los tabúes, los obstáculos comunicativos y la culpa empañan su crecimiento.
La representación española la completan tres cineastas en secciones fuera de competición. En la Séances Speciales, Pablo Berger presentaba el largo de animación Robot Dreams, adaptación de la novela gráfica de Sara Varon y carta de amor a la ciudad de Nueva York, una megalópolis que engulle a sus habitantes, todos animales, quienes transmiten el sentimiento y emoción de la amistad verdadera en tiempos de individualismos exacerbados.
Quien tenía un espacio reservado en la sección de proyecciones especiales no era otro que Pedro Almodóvar, quien deleitó con su particularísima versión homoerótica del western clásico. Extraña forma de vida es un bello canto al amor entre dos vaqueros en la aridez del desierto y el apremiante destino. El Sheriff Jake, Ethan Hawke, vive entregado a su deber como hombre de la ley, hasta que un día llega Silva, Pedro Pascal. Un fugaz encuentro que bastará para detonar el deseo entre dos viejos amantes.
Conocedor del género, Almodóvar lleva su wéstern a las bambalinas de la intimidad. Las conversaciones personales en la sobremesa, en la cama o la mañana siguiente al encuentro desaforado. Instantes ocurridos en interiores cálidos donde los vaqueros dejan atrás su destino y se entregan a la pasión al canto del fado de Amalia Rodrigues que da nombre a la película. En Extraña forma de vida Almodóvar muestra los otros espacios físicos y sentimentales del wéstern, para descubrir la pasión latente del arquetipo masculino más viril de todos los géneros cinematográficos.
Cerrar los ojos de Víctor Erice se ha proyectado fuera de competición en Cannes Première con la latente ausencia del director. Es una obra testamentaria que viene a constar cuanto tiene de milagrosa la filmografía del artífice de El espíritu de la colmena (1973), El Sur(1983), y El sol del membrillo (1992). En Cerrar los ojos el artefacto del cine es el milagro para conseguir rescatar a un actor desaparecido durante el rodaje de una película. La película empieza con una metaficción referida directamente a la malograda adaptación del propio Erice de La promesa de Shanghai. En la secuencia un hombre, José María Pou, encarga al susodicho actor, el detective que interpreta José Coronado, que encuentre a su hija. Y es precisamente la hija de este último, Ana Torrent, quien décadas después busca a su padre. Junto a ella el director de la cinta inacabada, Manuel Soto, se entrega a la búsqueda. En la figura del director subyacen reminiscencias del propio Erice, sumergido en un ostracismo voluntario que lo lleva a romper con los suyos y con el mundo hasta que un programa de televisión interesado en el suceso lo obliga a salir de su escondite y afrontar las heridas de toda una vida con sus fantasmas y silencios.
La melancolía transita las más de dos horas de metraje, tiempo suficiente para cerrar heridas, replicar por última vez e imaginar lo que hubiese podido ser, lejos de lamentaciones ya en el crepúsculo de una mirada. Antes de que eso suceda, Erice se encuentra de frente con la memoria, mientras la moviola expira las últimas bobinas. Ana Torrent, la niña fascinada por la magia del cine del Espíritu de la colmena, ahora es una mujer cuya mirada ya no brilla porque carga con el peso de un padre roto por el tiempo. Unas imágenes que llegan para confrontar a sus espectadores en una sala que ya no existe porque el cine que una vez fue está herido de muerte.
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