A medio camino entre la ciencia ficción y el drama (dramón) familiar, La paradoja de Antares es la historia de alguien que se debate entre realizar el descubrimiento del siglo o asistir a los últimos instantes de vida de un ser querido. Y es también una de esas películas que buscan una cierta distancia entre espectador y personaje: Alexandra es una científica que lleva años trabajando en la búsqueda de vida inteligente más allá de la Tierra. Su trabajo es su única obsesión y, bajo su punto de vista, prácticamente no tiene tiempo que dedicar a sus familiares y amigos. Una noche de tormenta, capta por sorpresa una transmisión de origen extraterrestre procedente de Antares, y tras comprobar la señal en repetidas ocasiones, se da cuenta de que no se trata de una mera interferencia. Sin embargo, el descubrimiento de Alexandra coincide con el instante en el que su padre se encuentra en el hospital al borde de la muerte, y argumentando que se encuentra sola en su puesto de trabajo y que debe demostrar que ha encontrado vida inteligente fuera del planeta, decide no asistir al mismo para estar con él.
No obstante, y aunque resulte imposible identificarse con la protagonista durante gran parte del metraje – intención, por otro lado, buscada por el propio director, como él mismo ha confirmado a la prensa – La paradoja de Antares es también uno de esos films en los que el personaje principal cambia, y es aquí donde se encuentra uno de los principales puntos fuertes de la película: en el arco de transformación que realiza la protagonista, a lo que debe sumarse una capacidad sorprendente para mantener al espectador dentro de la película de principio a final.
Con todo, no es cuestión tampoco de engañar al espectador, y del mismo modo que deben destacarse sus virtudes – de lo más interesantes para tratarse de la ópera prima de un realizador amateur – también deben hacerlo sus defectos. Y es ahí donde conviene señalar que uno sale de La paradoja de Antares ebrio de sentimentalismo, pues hay un exceso del mismo que se ve reforzado por un uso abusivo de la música – compuesta, por otra parte, por Arnau Bataller (Way Down, Un día perfecto) – que apenas deja respirar a los diálogos del film, a lo que conviene añadir también un cierto subrayado de la tesis ya en los últimos compases de la cinta.
A pesar de ello, conviene cerrar esta crítica señalando que no estamos ni mucho menos ante un producto de segunda fila. Y es que, aún teniendo sus virtudes y defectos, destacados previamente, La paradoja de Antares es una película que puede resultar lo suficientemente entretenida para el público general. Porque aún siendo un film de un debutante – cosa que, finalmente, ha demostrado no tener ningún tipo de importancia – y de mensaje muy convencional y azucarado para quien esto firma, es una obra que posee algunos destellos de calidad, y no tan de género como pueda parecer por su premisa. Luis Tinoco ha dicho que seguramente se verá sólo en festivales de cine fantástico, cuando en realidad hay más drama en ella que ciencia ficción. También que la ha ofrecido a Netflix, y que lo más probable es que la rechacen por ser como es. Sin embargo, a este crítico, y esto ya es personal, no le parece descabellado que pueda ser del interés de la plataforma, y cree que posiblemente guste más en festivales de lo esperado. En cualquier caso, el tiempo lo dirá.
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