Lluís Quílez, director y guionista de cine. Comenzó su carrera en el terreno de los cortometrajes y hasta la fecha lleva firmadas dos películas como director. Su último título, Bajocero, lo coloca como uno de los directores de género de referencia en el panorama español. Lluís es un ejemplo de perseverancia y de ambición (sana) de la que se puede sentir cierta envidia (sana, también).
Lluís, llevas varios cortometrajes a tu nombre y dos largometrajes.
Sí, El siguiente, Avatar, Yanindara, Graffiti y 72% como cortometrajes y Out of the dark y Bajocero como largometrajes. Además, tengo una productora, Euphoria producciones, donde he producido cortos de otra gente como El iluso y Gigi 33, dirigidos por exalumnos míos. El año que viene voy a producir otros dos. Y a producir otra película que estamos financiando.
No está mal.
Todo esto último va aparte de mi carrera como director. Y profesor, que también lo he sido durante doce años. También he hecho videoclips, bodas, bautizos y comuniones porque he tenido que hacer de todo.
Pues como profesional te honra mucho decirlo porque grabar bodas y similares es una realidad por la que muchos cineastas comienzan. Vamos a empezar haciendo un recorrido biográfico de tu carrera hasta hoy día y así vamos conectando. Estudiaste en ESCAC, ¿cierto?
Sí. Yo soy de Barcelona y estudié allí especializándome como director. Me gradué con un cortometraje que se llama El siguiente (2003). Mi primer corto profesional. Mientras hacía la postproducción empecé a meterme en películas como auxiliar de dirección, meritorio, segundo ayudante… A su vez trabajaba en un videoclub. Cuando acabé la postproducción lo moví por festivales y el corto fue medianamente bien. Digamos que me dio ánimos a seguir intentándolo.
En esa época ya me había puesto a escribir nuevos proyectos. Hice una batida por productoras que pudieran estar interesadas y al final encontré un productor que me apoyó para rodar mi segundo corto. Esto paso relativamente rápido, un año después de haber estrenado el primero. A mis alumnos les digo que hay que tener siempre preparado el siguiente proyecto, por si hay fortuna.
Y en esta batida para encontrar a más productores… ¿Qué les enviabas?
Estamos hablando del año 2003-2004. Aún existían los DVD’s. Envié el corto a todas las productoras de España con una carta de presentación. En paralelo, en festivales vas conociendo gente, que eso también es importante, pero en mi caso no fue así. Hice lo típico para conseguir trabajo, enviar mi currículum. Tengo que decir que con el tiempo he visto que eso no funciona tanto en esta profesión, pero a mí me funcionó.
Total, que hice mi segundo corto, Avatar. Era un trabajo muy contenido de dos personajes en un espacio. Yo siempre he intentado hacer cosas contenidas lo que pasa es que luego se me desmadran. El corto fue realmente bien. Ahí comencé a sentir que podía ser director de cine porque ganó más de sesenta premios, estuvo prenominado a los Oscars y otros festivales de clase A. A raíz de ahí empecé a escribir largometrajes.
¿Solo?
Avatar fue lo último que escribí solo. Desde entonces, siempre he coescrito. Me gusta pensar la idea yo solo y tener un mapa mental de cómo será la película de inicio a final, personajes claros, etc., pero me gusta incorporar a un guionista para sacar adelante el proyecto.
Con los largometrajes tuve la suerte de vender alguna opción de compra de proyectos, también obtuve la ayuda el ICAA para desarrollo de guiones…
¿Tenías a alguien que te respaldase en producción?
No, todo yo solo. Creo que siempre he tenido alma de productor. En España y Europa los directores tenemos que ser un poco de todo. Forma parte de nuestro trabajo enterarnos de dónde hay dinero, dónde hay ayudas, cómo conseguirlas y cuáles son los plazos. Tiene que ver con el hecho de estar vivo.
Siguiendo con tu segundo corto, ¿te afectó laboralmente hablando?
Conseguí proyección internacional. Me salieron oportunidades como por ejemplo que me llamaran de Europa Corp, la productora de Luc Besson, me llama Mel Gibson, me llaman los Weinstein…
¡Qué dices!
Tal cual. Me dicen, hemos visto tu corto, dinos qué cosas tienes y tal. Yo en aquel momento tenía 25 años y me iba todo muy grande. Hice algunas entrevistas y aproveché muchos festivales para conocer a la gente. Al final todo desembocó en hacerme con un manager americano y un agente. A la práctica, allí, si no tienes estas dos figuras es muy difícil que te salga nada. En ese momento de mi carrera decidí dejar aparcado el tema América porque yo quería debutar con mi primera película en España. Me daba la sensación que hacerla aquí significaría poder tener un control creativo mayor que si la hacía fuera. Así que decliné varias ofertas extranjeras. Tomé una mala decisión porque pasaron años y no salía nada. Yo había vendido un guion aquí en España, pero al final no se consiguió levantar la película y este proceso duró tres años.
¿Qué hice? Me reenganché haciendo otro corto, Yanindara. Tenía bastante más presupuesto que los anteriores, estaba rodado en súper 35mm, el reparto era de gente de la calle, total, era ambicioso. Yo cambié el chip del segundo corto a éste. Me dije “voy a hacer historias que me sirvan para vivir experiencias que no viviría”. Esto también lo repetí otro corto, Grafiti, donde me fui a Chernobyl a rodar en pleno invierno.
Después de este tercer corto, como los años pasaban y yo seguía sin hacer mi película, acepté dirigir una película americana de encargo.
¿Cómo te llega este proyecto?
A través de mi agente de ese momento. Él recibió un guion, curiosamente escrito por dos españoles, los hermanos Pastor. Pasé por varias pruebas donde yo les explicaba mi visión para afrontar el proyecto y finalmente me escogieron. La productora era Participal Media, que había producido a Spielberg, Soderbergh, ganadora de varios Oscars… pero que tiene la característica que más que productora son inversores. Esta película era más un experimento porque era pequeña para lo que es el mercado americano, y era lo primero que producían 100% ellos. Como la película se rodaba en Colombia y tenía la mitad del equipo español, entraron la productora colombiana Dynamo y la productora española Apaches.
Se juntó una buena tropa, ¿no?
Pues es verdad. A ver, yo con este largometraje, te voy a ser totalmente sincero, tengo sentimientos encontrados. Por un lado, es un proyecto en el que volqué mucha ilusión y esfuerzo, pero por otro siento que es una película muy poco mía. Era la primera en la que yo no participaba en el guion. Además, se hizo dentro de unas normas y mecanismos americanos donde el director tiene poco poder de decisión final. Para mí fue un proceso doloroso y llegué a un punto en el que me planteé si realmente me apetecía trabajar en cine si siempre iba a ser así.
Conclusión: si la hubieses hecho en España, podrías haber participado más en el proceso creativo.
Claro. En Bajocero me pasó todo lo contrario. Tuve el control de todo de inicio a final. No significa que no tengas que luchas por ideas tuyas y que te hagan caso al 100% pero es cierto que cuentan contigo como autor.
Si hubieses seguido haciendo películas en Estados Unidos, ¿no cambiaría tu estatus como autor? Es decir, que cada vez tendrías más poder de decisión.
Creo que no. El estatus que yo tenía en ese momento era el que era. Ahí está todo muy ordenado. Hay directores de clase A, de clase B, etc., y los guiones a los que yo podía tener acceso, es un guion que no ha querido hacer Paul Thomas Anderson, Spielberg… Raro es que se les escapen los buenos guiones. A Jaume Collet Serra le ha ido muy bien y ha ido subiendo peldaño a peldaño. Yo simplemente en ese momento sentí que tenía que probar por otro camino y volver a mi idea inicial de hacer una película en España.
Durante el proceso de Out of the dark tuve la suerte de poder financiar mi siguiente corto y de establecerme como productor con Euphoria producciones. Hice Graffiti, el corto de Chernobyl que te comenté. Fue una bocanada de aire fresco porque me reencontré con el amor por el cine que tenía. Además, tuve control total como director, guionista y productor. Curiosamente, parte del dinero de Grafiti venía de la productora americana con la que hice mi primera película. Cuando ellos vieron el corto les flipó y me dijeron: igual sí tendríamos que haber hecho Out of the dark más parecido a Graffiti y darte más libertad. El corto llegó a los Goya, Gaudí, Forqué, Sitges, finalista de los Oscars… Para durar 30 minutos, ganó muchos premios, aunque era demasiado largo para festivales.
Tras el corto, hubo un momento de epifanía que fue llegar a la idea de Bajocero, mi segundo largometraje. Se juntó el cierre de la cárcel de La modelo con el visionado de un documental sobre un furgón de traslado de presos y salió la idea. Una historia al estilo Carpenter de los 70, con la violencia de Peckinpah, con una controversia moral a nivel de fondo y al final el guion se escribió en dos meses. Me uní a Fernando Navarro, guionista, le conté la idea y sobre tratamiento ya se lo vendimos a la productora, Morena Films. O sea, el guion se escribió ya pagado. Eso es algo que siempre he intentado hacer desde el 2005. Todo lo que he escrito ha sido con productora a bordo. Me parece que es más serio y que la película tiene más posibilidades de llevarse a cabo que si te lo escribes tú y luego tratas de venderlo.
Bajocero se financió muy rápido, el guion gustó mucho y todos los socios entraron enseguida: Netflix, TVE, ICEC y el ICAA. Originalmente era una película pensada para cines, pero al final por el virus fue directamente a Netflix.
Vale pues eso sería todo tu recorrido biográfico porque ya hemos llegado a Bajocero. Me gustaría tirar un poco para atrás. ¿Con tu productora pretendes llegar a levantar largometrajes?
Esa es la idea. De hecho, estamos cerca de completar la financiación del primer largo de la productora. Es el camino natural en mi carrera: acabar produciendo ficción, no sólo cortos sino también largos y series. Como productor me gustaría apostar tanto por un cine abierto y comercial como el que he ido haciendo como director, así como ayudar a levantar la carrera de directores noveles con proyectos interesantes, digamos un cine más independiente.
Y por supuesto seguir produciendo cortos. A mí me encanta el mundo del corto, por eso he hecho tantos y tengo dos más en producción este año: uno de ellos además de producirlo, lo dirigiré yo, y el otro es de un director novel. Si una buena historia mola, hay que hacerla independientemente de la duración.
¿Los presupuestos de tus cortos han ido escalando?
Sí. El siguiente debió costar casi doce mil euros. Era una época en la que rodábamos en cine y era carísimo. El vídeo aún no había llegado y cada lata de negativo (que eran unos 4 minutos) valía 500€. Avatar costó unos vente mil y al productor le salió muy bien porque ganó dinero con él. Triplicó su presupuesto en beneficios.
¿Se puede ganar dinero con un corto?
Era otra época. Pre-crisis. En los festivales había bastante dotación económica si ganabas. Podía ser que, en 2003, en el festival de Málaga el corto ganador ganase doce mil euros y ahora gana unos mil quinientos. Ya te puedes hacer una idea. Hasta los ayuntamientos ponían dinero para los premios.
Mi tercer corto, Yanindara, costó unos cincuenta mil y Graffiti ya está en más de setenta. 72% es un corto más barato porque es bastante austero. Deberá estar entre 40 y 50 mil.
Son cifras muy altas para cortometrajes, la verdad.
Ya, son caros. Hay películas que se han rodado con esos presupuestos.
Cuando uno se va lejos a rodar, como es tu caso en Chernobyl, la gran parte del presupuesto se va a cubrir viajes y dietas. Luego puede ser que en materiales de rodaje u otras cosas no tengas tanto dinero como te gustaría.
En mi caso, si no conseguía rodar en Chernobyl, no iba a hacer el corto. Hubo un momento en que me dije “si no consigo conseguir todo el dinero para ir allí, devuelvo todo el dinero y no lo ruedo”. Esa determinación me ayudó a completar la financiación. También te digo, a veces es más fácil encontrar veinte mil euros para irte a Chernobyl que doscientos para irte a la cafetería de abajo. Creo que a la gente le suele gustar más meterse en algo más tocho y único. No sé, me encanta encontrar lugares extraños donde poder hacer mis historias. Hasta que no tengo claro el lugar, no tengo clara la película.
Viendo tu filmografía, entiendo que te has posicionado dentro del cine de género.
Salió de una manera natural. A mí me gustan cines muy diferentes, pero es cierto que mi manera de contar con la cámara bebe mucho de Hitchcock y de Spielberg. Eso, intentar que la cámara cuente más que el propio guion y los diálogos, y añadir siempre un poco de suspense en todo lo que hago.
Eso como director. Como productor me encantaría producir comedias, por ejemplo. Como director no descarto cambiar un poco el género, la vida da mil vueltas, pero no será a corto plazo.
El género cinematográfico es algo que tranquiliza sobre todo a los inversores y productores. Si tú dices “hago una de terror”, ellos ya tienen el proyecto más claro y también los mercados a los que podría ir. El género ofrece unas zonas de tranquilidad a la gente que está haciendo la película.
Habiendo levantado tantos proyectos, cuando lo normal es que el proyecto no salga, ¿cómo ves el panorama para seguir llevándolos a cabo?
Igual me he vuelto más mayor, más conservador y más predecible. Creo que con el paso del tiempo he ido afinando lo que creo que se puede llegar a producir y lo que no. Cuando era joven pensaba pelis que no tenían sentido dentro de la industria. Tienes que intentar ir afinando la puntería para que aquellos proyectos que muevas, salgan. No sé, igual sólo es que me he vuelto conservador, ya te digo. A lo mejor es eso, que me hago mayor, cada vez uno tiene más miedo a la muerte, menos tiempo para labrarme una carrera, tengo que acertar en mis decisiones, y ya tomé muchas decisiones equivocadas en el pasado…
Entiendo que para ti ahora mismo levantar un proyecto es algo mucho más sencillo. Tienes mejores contactos y eso es algo importantísimo.
Mira, yo soy bastante antisocial, soy hijo único y bastante solitario. Sí que es cierto que lo normal es que no te vengan a casa a venderte la gran película. Tienes que ser tú el vendedor de enciclopedias. Yo lo que tengo es pasión para que se levanten mis historias y doy los pasos necesarios para llegar.
Cuando haces un trabajo que destaca, en mi caso Bajocero o algunos cortometrajes, la cosa cambia. De pronto gente que no te hacía caso, comienza a llamarte. Esto se nota cuando hay un trabajo tuyo que consiga repercusión. Yo ahora no sé si estoy en un momento bueno o regular o yo que sé, pero cierto es que con Bajocero me ha ido muy bien. Ha sido número 1 en 40 países. En Estados Unidos estuvo una semana ahí, algo inaudito para una película que no sea de habla inglesa, y además en España, Brasil, Arabia Saudí, Argentina… Dentro de que la explotación de la película se ha limitado a Netflix, ha sido bastante exitosa. A mí como autor me ha ayudado muchísimo a dinamizar nuevos proyectos. No es que ahora me sea fácil pero sí que un poco menos difícil que años atrás.
Pues me alegro un montón. Me dijiste que ahora vives en Madrid, ¿no? Yo vivo en Barcelona y me costaría bastante marcharme. ¿Madrid es mejor para conseguir curro?
Estoy a caballo entre Madrid y Barcelona. Yo soy de Barcelona. Cuando tuve que hacer mi primera película me fui 6 meses a Colombia a rodar y con Bajocero me fui 9 meses a Madrid. Uno de mis próximos proyectos se rodará en parte en Madrid, medio en Canarias y medio en África, o sea que me iré donde tenga que irme para hacer películas. En el punto donde estamos da igual si estás en Madrid, Barcelona o Soria, todo es vía internet, Zoom y llamadas en la fase de levantar proyectos.
Como estamos llegando a final, quiero hablar de los momentos en los que un director tiene malas rachas. Por ejemplo, al terminar la universidad y de repente verte solo, sin saber qué hacer.
Es cierto. Y eso que ahora estamos en un momento donde hay mogollón de proyectos. Cuando yo salí era más duro. Yo no hice prácticas en ningún lado ni existía la posibilidad. La mayor parte de mis compañeros se fueron a currar a la FNAC, yo trabajé en un videoclub…
Sí, lo de la Fnac es un clásico.
La gente cree que es fácil conseguir el éxito. A mí no me conocía nadie, de repente hice Bajocero y todo parece que es cuestión de suerte. Es decir, la gente no ve todos los veinte años de curro que hay ahí. No ven todas las veces que me han tumbado subvenciones del ICAA, todos los productores que no me han contestado, ni tampoco ven las veces que pierdes en los festivales, ni los guiones que has tenido que abandonar. Es decir que en estas historias de éxito lo que hay es muchísimo sufrimiento y malas rachas. Yo no sé si le llamaría “mala racha” o “travesía en el desierto”. Es una profesión que cuesta mucho llegar a vivir de ello. Todos los que nos dedicamos a esto, con una mirada nos entendemos. Aunque hagas una mierda de película, sabes lo difícil que ha sido hacerla. Hacer una película buena es un milagro.
El credo.
Exacto.
Venga, acabemos con qué crees que tiene que saber un director de cine.
Hostia. No tengo ni idea.
¿Lo dejamos así?
Tiene que saber muchas cosas. Aprendiz de todo, maestro de nada. Yo sé lo que a mí me ha ido bien: formarme como guionista en paralelo. También me ha ido bien inmiscuirme en la producción para entender el negocio. Ese soy yo, pero otro director tendrá otra manera de hacer tipo “a mí me da igual el dinero y me cago en todo” y a lo mejor también le va bien. Es que la grandeza de esta profesión es que cada uno nos formamos nuestra propia religión. Te puede ir bien enfocándolo desde ángulos muy diferentes.
A nivel espiritual, esa persona tiene que tener una necesidad y un amor por contar historias. Ya sea con sus propios guiones o con guiones ajenos. Nuestra profesión no dista mucho del chamán/cuenta cuentos que contaba historias a su tribu alrededor de la hoguera, cuando todos tenían la panza llena. Además de comer, cagar o follar, escuchar una historia es una necesidad básica para entendernos entre los seres humanos.
Ojalá nosotros como cuenta cuentos también tengamos la panza llena.
Be the first to comment